Los comienzos de la filosofía burguesa de la historia
"El fundamento de todas las relaciones humanas, es decir, el modo y manera como los hombres se procuran sus medios de subsistencia, está sometido a cambio, y este cambio es la fuente de las transformaciones en el ámbito espiritual: en la ciencia, en el arte, en la metafísica y en la religión.
La doctrina que afirma que, si bien es verdad que los tiempos cambian, sin embargo el modo de ser de los hombres permanece igual, es falsa. El que los gobernantes quieran ejercer su poder sobre los hombres de modo justo o injusto, cruelmente o con benevolencia, con tolerancia o de manera fanática, no depende de sus caracteres. La doctrina de la eterna identidad de la naturaleza humana, que constantemente reaparece en el pensamiento filosófico-histórico de la época moderna, la doctrina de la invariabilidad de los instintos y pasiones, es errónea. También es, por supuesto, insostenible la afirmación contraria: que los hombres pertenecientes a diversas épocas y culturas son radicalmente diferentes unos de otros y que, por ello, nos está vedado el camino para una comprensión adecuada de los hombres de épocas pasadas. Semejante agnosticismo histórico no tiene otra salida que la renuncia a toda comprensión de la historia; la doctrina psicológica que le correspondería sería la que afirma la existencia de entornos y mundos especiales, tanto humanos como animales, mutuamente inaccesibles. A este radicalismo escéptico se opone, en el terreno histórico, ante todo la siguiente consideración: sólo excepcionalmente puede un hombre situado en un estadio de civilización más primitivo concebir o prever un modo de vida más desarrollado; pero nuestra razón, que posee un nivel de organización más elevado, junto con el hecho de que también nosotros conservamos en capas importantes de nuestro psiquismo un ser más primitivo y de que a menudo reaccionamos de la misma manera que los hombres que se encuentran en un nivel más primitivo de desarrollo, hace posible que sea acertado nuestro estudio de aquellos hombres cuyo psiquismo está estructurado de manera distinta al nuestro. Comprendemos, además, a los hombres de otras culturas porque nuestra propia vida en sociedad es de tal índole que cierto número de ideas, sentimientos y metas nuestras coinciden en su contenido con las de ellos. Así, las formas sociales de que tenemos noticia estaban basadas, en esencia, sobre una organización que sólo permitía gozar de la cultura del momento a una parte relativamente pequeña de la población, mientras que la gran masa se veía obligada a vivir en una constante renuncia a sus instintos. La forma de sociedad que hasta ahora impusieron por fuerza las circunstancias materiales se caracterizaba por la escisión entre la dirección de la producción y el trabajo, entre los dominantes y los dominados. Por eso la voluntad de justicia (en el sentido de igualdad social, es decir, para superar los mencionados antagonismos) tiene que constituir uno de los contenidos de conciencia comunes a todas las épocas hasta nuestros días. La exigencia de justicia, en tanto que abolición de privilegios e instauración de la igualdad, proviene de las capas sociales inferiores, sometidas a dominación. A tenor de la desigualdad que se pretende seguir manteniendo, se enarbolan frente a esa exigencia de justicia los ideales (Begriffe) de los que dominan: eficiencia, nobleza, valor de la personalidad. Tales conceptos sólo podrían desaparecer si desaparecieran las bases sociales que los determinan. Pero dadas las relaciones sociales que hasta ahora han dominado, esos conceptos aparecen con facilidad como eternos rasgos fundamentales de la naturaleza humana".
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