martes, 5 de mayo de 2015

"Viaje al centro de la Tierra".- Jules Verne (1828-1905)


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XXXVIII
 "Nuevos restos exhumados del terreno terciario plioceno habían permitido a otros sabios más audaces designar mayor antigüedad aún a la raza humana. Verdad es que dichos restos no eran osamentas de hombres, sino únicamente objetos de su industria, tibias, fémures de animales fósiles, extraídos regularmente y esculpidos hasta cierto punto, que llevan el sello de un trabajo humano.
 El hombre, por consiguiente, subía de un solo salto muchos siglos en la escala de los tiempos; precedía al mastodonte, se hacía el contemporáneo del elephas meridionalis; tenía, en fin, 100.000 años de existencia, puesto que esta antigüedad es la que señalan los más acreditados geólogos a la formación del terreno plioceno.
 Tal era entonces el estado de la ciencia paleontológica; y lo que nosotros de ella conocíamos bastaba para explicar nuestra actitud ante aquel osario del mar Lidenbrock. Se comprenderán, pues, los aspavientos y arrebatos de mi tío, sobre todo cuando veinte pasos más adelante se halló en presencia, o por mejor decir cara a cara, con uno de los ejemplares del hombre cuaternario.
 Era un cuerpo humano absolutamente reconocible. ¿Le había conservado durante muchos siglos un terreno de una naturaleza particular, como el del cementerio de San Miguel de Burdeos? No puedo decirlo. Pero aquel cadáver, con el tegumento distendido y apergaminado, con los miembros aún blancos, al menos a simple vista, con los dientes intactos, la cabellera abundante, las uñas de las manos y de los pies excesivamente largas, se presentaba a nuestros ojos tal y como había vivido.
 Quedé mudo delante de aquella aparición de otra edad. Mi tío, tan locuaz generalmente, tan impetuosamente disentidor, callaba también. Levantamos aquel cuerpo. Nos miraba con sus cóncavas órbitas. palpamos su sonora cavidad torácica.
 Después de algunos instantes de silencio, el profesor se sobrepuso al tío. Otto Lidenbrock, dominado por su temperamento, olvidó las circunstancias de nuestro viaje, la atmósfera en que nos hallábamos, la inmensa caverna que nos contenía. Se creyó sin duda en el Johannaeum, perorando delante de sus discípulos, pues tomó un tono doctoral y se dirigió a un auditorio imaginario.
 -Señores -dijo-, tengo la honra de presentaros un hombre de la época cuaternaria. Eminentes sabios han negado su existencia, y otros no menos eminentes la han afirmado. Los santo Tomás de la Paleontología, si estuviesen aquí, lo tocarían con el dedo y se verían en la precisión de reconocer su error. Ya sé que la Ciencia debe ponerse en guardia contra los descubrimientos de este género. No ignoro la explotación de hombres fósiles que han hecho los Barnum y otros charlatanes de la misma calaña. Conozco la historia de la rótula de Ajax, la del pretendido cuerpo de Orestes hallado por los espartanos, y la del cuerpo de Arterius, de diez codos de largo, del que habla Pausanias. He leído las Memorias que se han escrito sobre el esqueleto de Trapani descubierto en el siglo XIV, en el cual se pretendía reconocer a Polifemo, y la historia del gabinete desenterrado en el siglo XVI, en las inmediaciones de Palermo. Tenéis noticia, señores, lo mismo que yo, del análisis practicado cerca de Lucerna, en 1577, de las colosales osamentas que el célebre médico Félix Plater declaró pertenecían a un gigante de diecinueve pies. He devorado los tratados de Cassanion, y todas las Memorias, folletos, discursos y contradiscursos publicados respecto del rey de los cimbrios, Teutoboco, el invasor de la Galia, extraído de un arenal del Delfinado en 1613. En el siglo XVIII, había yo combatido con Pedro Campet la existencia de los preadamitas de Scheuchzer. He tenido en mis manos el escrito llamado Gigans...
 Al llegar aquí reapareció el achaque natural de mi tío, que en público no podía pronunciar las palabras difíciles.
 [...]
 -Gigantosteología -dijo por fin el profesor Lidenbrock entre dos juramentos.
 Después, animándose porque había salido ya del mal paso, prosiguió:
 -Sí, señores, lo sé todo. Sé también que Cuvier y Blumenbach han reconocido en esas osamentas simples huesos de mamut y de otros animales de la época cuaternaria. Pero en el caso que pretendo, la duda sólo sería una injuria a la Ciencia. ¡A la vista tenéis el cadáver! Se le puede ver y tocar. No es un esqueleto, sino un cuerpo intacto conservado únicamente con un objeto antropológico".

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