sábado, 9 de mayo de 2015

"12 accidentes metafísicos".- Roberto Casati (1961)


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El cine de Dios

 "Como es natural, a partir de aquí nos dejaremos guiar por las conjeturas: supondremos que los Lumière tuvieran una familiaridad completamente hipotética con el pensamiento de un gran filósofo francés, esperando no decepcionar demasiado al lector interesado por la filología. Malebranche, pues. El filósofo creía que el mundo no podía existir sin la creación perpetua de un demiurgo y que, abandonado a sí mismo, habría acabado desapareciendo en la nada -polvo del polvo en un viento callado-. En consecuencia, Dios crea de repente, a cada instante, el mundo, que desaparece de inmediato cuando deja de estar en manos divinas; pero un nuevo mundo ocupa su lugar, una nueva creación que también dura un instante, un átomo de tiempo en el que las cosas tienen más o menos la misma apariencia que poseían en el instante anterior; es verdad que algunas de ellas se encontrarán levemente desplazadas y eso creará la ilusión del movimiento, y que otras se distinguirán, aunque de forma imperceptible, de sus homólogas del instante anterior y eso, a largo plazo, creará la ilusión del cambio -de la vejez que sucede a la juventud, de la vida que se extingue con la muerte-. En el mundo de Malebranche ni siquiera existen verdaderas causas que produzcan efectos verdaderos; sino que la sabia coordinación de las distintas secciones instantáneas del universo da la impresión de una continua actividad de las cosas, que parecen chocarse, rozarse, influirse recíprocamente, destruyendo y creando otras.
 El parecido de ese mundo con el cine no puede pasar desapercibido. No se le escapó a Auguste Lumière, quien con sus historias filosóficas distraía a su joven hermano, dejándole por un momento absorto antes de que pudiera volver a los problemas técnicos del movimiento de la película. El mundo de Malebranche es para Dios lo que es el cine para nosotros; y los dos hermanos Lumière tenían la ambición inconfesable de reproducir, aunque fuese de forma imperfecta, la obra de la Creación. por ello se merecen nuestra admiración y nuestra simpatía.
 Sin embargo, no debemos creer que las cosas son tan sencillas como sugiere nuestra analogía. El cine de Dios es mucho más complejo y está organizado de una forma tan inteligente que al ver un espectáculo la mente humana no se enteraría de nada. Ello se debe a que en el cine de Dios todos los posibles espectáculos se proyectan en una sola secuencia, pero completamente confundidos y mezclados entre sí. El aparato que está a punto de ver la luz en el laboratorio de los Lumière debe tener en cuenta las limitaciones de la mente humana y las dificultades de filmar. No es posible cambiar el orden de los fotogramas, mezclándolos; y, aunque sea posible (como le decía Auguste a Louis) filmar las distintas instantáneas que deben confluir en el río de la película sin tener en cuenta el orden en el que se proyectarán, esa técnica es tan compleja que mejor no usarla; y además costaría demasiado: imaginad qué dificultad y qué aburrimiento tener que volver a montar días más tarde la misma escena con los actores en posturas un poco distintas. Pero la mente divina, como es evidente, no conoce límite alguno; Dios puede permitirse crear fotogramas -que además son universos completos- en cualquier instante del Tiempo y ordenarlos en cualquier secuencia; los mundos y universos más heterogéneos pueden confundirse y mezclarse por completo en el orden temporal, porque ése no es más que uno de los órdenes que los hombres pueden comprender y sólo refleja una parte de la capacidad creativa de Dios. Tal vez un ejemplo sacado del cine pueda ayudarnos a comprenderlo. Durante mucho tiempo se ha alabado el fenómeno de las imágenes subliminales, consistente en mezclar con los fotogramas que representan cierta historia -por ejemplo, la muerte de Tarquino el Soberbio- unos pocos que cuentan una historia completamente distinta -por ejemplo, una amazona que se zambulle en una poza de petróleo oleoso-. Esta última secuencia no aparece en la pantalla más que un breve instante y sólo conseguimos percibirla con el ojo de la mente; de hecho, nadie recuerda haber visto a una chica zambullirse en el petróleo durante la muerte de Tarquino pero, al parecer, muchos, en el descanso, pedirán en el bar una taza de café bien cargado. Del mismo modo, en el cine de Dios pueden darse muchas historias mezcladas en la misma secuencia, dado que la inteligencia que se percata de todo obstáculo distingue con facilidad los fotogramas que están destinados a formar parte de la misma película; es decir, a crear el mismo mundo. Debe tenerse en cuenta que también es posible que el mismo fotograma pertenezca a dos historias totalmente distintas y que, digámoslo así, se cruzan en un lugar metafísico determinado por la congruencia de las imágenes con las cuales y en las cuales las representamos". 

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