martes, 1 de noviembre de 2016

"El palacio de cristal".- Amitav Ghosh (1956)


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Quinta parte: Ladera del alba
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 “Manju y Neel no llevaban aún tres meses casados cuando el primer ministro británico, Neville Chamberlain, declaró la guerra a Alemania en nombre de Gran Bretaña y el Imperio. Con el inicio de la guerra, se organizó en Rangún un plan de protección antiaérea. La ciudad se dividió en sectores, en cada uno de los cuales se creó un comité. A los oficiales médicos se les enseñó a tratar lesiones producidas por gases; a los vigilantes, a reconocer las bombas incendiarias; se organizaron cuadrillas contra incendios y se instalaron centros de primeros auxilios. En Rangún la capa freática estaba demasiado alta para que pudieran construirse refugios subterráneos, pero se cavaron trincheras en todos los puntos estratégicos de la ciudad. Cada cierto tiempo había “apagones”; los trenes entraban en la estación con las ventanillas tapadas; los vigilantes y los guardias cívicos estaban de servicio toda la noche.
 Aquellos ejercicios se llevaban a cabo de manera irreprochable: los habitantes de la ciudad seguían de buen humor las instrucciones y las molestias eran mínimas. Pero no podía negarse el hecho de que en Rangún el apagón daba más la impresión de una peripecia teatral que de un simulacro de defensa: los ciudadanos parecían cumplir una formalidad, no pensaban en la inminencia de la guerra ni en la forma en que podía afectarlos individualmente. Desde luego, en Birmania, al igual que en la India, la opinión pública estaba profundamente dividida: en ambos países, personajes muy importantes habían expresado su apoyo al gobierno colonial. Pero otros muchos alzaban la voz para lanzar una amarga condena a la declaración de guerra que Gran Bretaña había hecho en su nombre, sin comprometerse a dar garantías de una posible independencia. El estado de ánimo imperante entre los activistas universitarios de Birmania se resumía en un lema acuñado por Aung San, un carismático dirigente estudiantil. El colonialismo topa con la dificultad, decía, de que da pauta a la libertad. Un día, Aung San desapareció; corrió el rumor de que había ido a China a buscar el apoyo de los comunistas. Después resultó que, en cambio, había ido a Japón.
 Pero esas preocupaciones estaban relativamente lejos de la vida de la calle, donde la gente parecía considerar los ejercicios de defensa como una especie de diversión, un entretenimiento de masas. Los juerguistas deambulaban despreocupadamente por los callejones oscuros; los jóvenes coqueteaban en los parques sin ser vistos; los aficionados al cine acudían en gran número al Metro a ver Ninotchka, de Ernst Lubitsch; Si no amaneciera llevaba mucho tiempo proyectándose en el Excelsior, y a Irene Dunne se la había consagrado como uno de los ídolos de la ciudad. En el Silver Grill de la plaza Fytche, los cabarets y los bailes seguían funcionando como de costumbre.
 Dinu y su amigo, Thina Saw, se contaban entre los pocos que se dedicaban con entusiasmo al plan de protección antiaérea. En aquella época, tanto Dinu como Thina Saw participaban activamente en la política sindical estudiantil. Situados en la extrema izquierda del espectro político, se dedicaban a publicar una revista antifascista. Participar en la protección civil parecía una lógica prolongación de su labor política.
 Dinu seguía viviendo en la casa de Kemendine, en un par de habitaciones en la planta alta de la casa. Pero allí no mencionaba para nada su labor como vigilante del plan de protección, en parte porque sabía que Neel le diría que estaba perdiendo el tiempo y que necesitaba trabajar de verdad en algo, y en parte también porque la experiencia le llevaba a suponer que sus opiniones siempre chocarían frontalmente con las de su padre. Por eso se quedó enteramente pasmado cuando en una reunión de encargados de la protección antiaérea se encontró cara a cara nada menos que con su padre.
 -¿Tú?
 -¡Tú!
 No podía decirse cuál de los dos estaba más sorprendido.
 A raíz de aquel encuentro se creó –por primera vez en la vida- un breve vínculo entre Rajkumar y Dinu. El estallido de la guerra los había acercado a través de caminos opuestos hasta una posición común: Rajkumar estaba allí convencido de que si el Imperio Británico llegaba a desaparecer, la economía de Birmania se derrumbaría. El apoyo de Dinu al esfuerzo de guerra aliado echaba raíces en otro ámbito: sus simpatías izquierdistas; su apoyo a los movimientos de resistencia de China y España; su admiración por Charlie Chaplin y Robert Capa. A diferencia de su padre, no era partidario del colonialismo; en realidad, su antipatía por el dominio británico sólo era superada por su odio al fascismo europeo y al militarismo japonés.
 Cualesquiera que fuesen los motivos, en aquella ocasión padre e hijo se encontraban en sintonía, algo sin precedentes en la memoria de ambos. Por primera vez en la vida trabajaban juntos: asistiendo a reuniones, discutiendo cuestiones como la necesidad de importar máscaras antigás y la composición de los carteles de guerra. Tan novedosa era la experiencia que ambos la disfrutaban en silencio, sin hablar de ella en casa ni en ningún otro sitio.
 Una noche sobrevino una tormenta durante un ejercicio de apagón. Pese a la lluvia, Rajkumar insistió en ir de ronda con los vigilantes. Volvió a casa empapado. Al día siguiente se despertó tiritando. Llegó el médico y diagnosticó neumonía. Lo trasladaron al hospital en ambulancia.
 Rajkumar pasó los primeros días casi inconsciente: no reconocía a Dolly, ni a Dinu ni a Neel. Los médicos consideraron que su estado era lo bastante grave como para prohibir todas las visitas. Durante varios días estuvo a punto de entrar en coma”.

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