Quinta parte: Ladera del alba
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“Manju y Neel no
llevaban aún tres meses casados cuando el primer ministro británico, Neville
Chamberlain, declaró la guerra a Alemania en nombre de Gran Bretaña y el
Imperio. Con el inicio de la guerra, se organizó en Rangún un plan de
protección antiaérea. La ciudad se dividió en sectores, en cada uno de los
cuales se creó un comité. A los oficiales médicos se les enseñó a tratar
lesiones producidas por gases; a los vigilantes, a reconocer las bombas
incendiarias; se organizaron cuadrillas contra incendios y se instalaron
centros de primeros auxilios. En Rangún la capa freática estaba demasiado alta
para que pudieran construirse refugios subterráneos, pero se cavaron trincheras
en todos los puntos estratégicos de la ciudad. Cada cierto tiempo había
“apagones”; los trenes entraban en la estación con las ventanillas tapadas; los
vigilantes y los guardias cívicos estaban de servicio toda la noche.
Aquellos ejercicios se llevaban a cabo de
manera irreprochable: los habitantes de la ciudad seguían de buen humor las
instrucciones y las molestias eran mínimas. Pero no podía negarse el hecho de
que en Rangún el apagón daba más la impresión de una peripecia teatral que de
un simulacro de defensa: los ciudadanos parecían cumplir una formalidad, no
pensaban en la inminencia de la guerra ni en la forma en que podía afectarlos
individualmente. Desde luego, en Birmania, al igual que en la India, la opinión
pública estaba profundamente dividida: en ambos países, personajes muy
importantes habían expresado su apoyo al gobierno colonial. Pero otros muchos
alzaban la voz para lanzar una amarga condena a la declaración de guerra que
Gran Bretaña había hecho en su nombre, sin comprometerse a dar garantías de una
posible independencia. El estado de ánimo imperante entre los activistas
universitarios de Birmania se resumía en un lema acuñado por Aung San, un
carismático dirigente estudiantil. El colonialismo topa con la dificultad,
decía, de que da pauta a la libertad. Un día, Aung San desapareció; corrió el
rumor de que había ido a China a buscar el apoyo de los comunistas. Después
resultó que, en cambio, había ido a Japón.
Pero esas preocupaciones estaban relativamente
lejos de la vida de la calle, donde la gente parecía considerar los ejercicios
de defensa como una especie de diversión, un entretenimiento de masas. Los
juerguistas deambulaban despreocupadamente por los callejones oscuros; los
jóvenes coqueteaban en los parques sin ser vistos; los aficionados al cine
acudían en gran número al Metro a ver Ninotchka,
de Ernst Lubitsch; Si no amaneciera
llevaba mucho tiempo proyectándose en el Excelsior, y a Irene Dunne se la había
consagrado como uno de los ídolos de la ciudad. En el Silver Grill de la plaza
Fytche, los cabarets y los bailes seguían funcionando como de costumbre.
Dinu y su amigo, Thina Saw, se contaban entre
los pocos que se dedicaban con entusiasmo al plan de protección antiaérea. En
aquella época, tanto Dinu como Thina Saw participaban activamente en la
política sindical estudiantil. Situados en la extrema izquierda del espectro
político, se dedicaban a publicar una revista antifascista. Participar en la
protección civil parecía una lógica prolongación de su labor política.
Dinu seguía viviendo en la casa de Kemendine,
en un par de habitaciones en la planta alta de la casa. Pero allí no mencionaba
para nada su labor como vigilante del plan de protección, en parte porque sabía
que Neel le diría que estaba perdiendo el tiempo y que necesitaba trabajar de
verdad en algo, y en parte también porque la experiencia le llevaba a suponer
que sus opiniones siempre chocarían frontalmente con las de su padre. Por eso
se quedó enteramente pasmado cuando en una reunión de encargados de la
protección antiaérea se encontró cara a cara nada menos que con su padre.
-¿Tú?
-¡Tú!
No podía decirse cuál de los dos estaba más
sorprendido.
A raíz de aquel encuentro se creó –por primera
vez en la vida- un breve vínculo entre Rajkumar y Dinu. El estallido de la
guerra los había acercado a través de caminos opuestos hasta una posición
común: Rajkumar estaba allí convencido de que si el Imperio Británico llegaba a
desaparecer, la economía de Birmania se derrumbaría. El apoyo de Dinu al
esfuerzo de guerra aliado echaba raíces en otro ámbito: sus simpatías izquierdistas;
su apoyo a los movimientos de resistencia de China y España; su admiración por
Charlie Chaplin y Robert Capa. A diferencia de su padre, no era partidario del
colonialismo; en realidad, su antipatía por el dominio británico sólo era
superada por su odio al fascismo europeo y al militarismo japonés.
Cualesquiera que fuesen los motivos, en
aquella ocasión padre e hijo se encontraban en sintonía, algo sin precedentes
en la memoria de ambos. Por primera vez en la vida trabajaban juntos:
asistiendo a reuniones, discutiendo cuestiones como la necesidad de importar
máscaras antigás y la composición de los carteles de guerra. Tan novedosa era
la experiencia que ambos la disfrutaban en silencio, sin hablar de ella en casa
ni en ningún otro sitio.
Una noche sobrevino una tormenta durante un
ejercicio de apagón. Pese a la lluvia, Rajkumar insistió en ir de ronda con los
vigilantes. Volvió a casa empapado. Al día siguiente se despertó tiritando.
Llegó el médico y diagnosticó neumonía. Lo trasladaron al hospital en
ambulancia.
Rajkumar pasó los primeros días casi
inconsciente: no reconocía a Dolly, ni a Dinu ni a Neel. Los médicos
consideraron que su estado era lo bastante grave como para prohibir todas las
visitas. Durante varios días estuvo a punto de entrar en coma”.
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