jueves, 17 de noviembre de 2016

"El corsé de yeso".- Gaetano Tumiati (1918-2012)


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 Capítulo tercero

 "Sin embargo aquella marcha nuestra con uniforme partidista desde un extremo a otro de la casa servía para demostrar que habían cambiado muchas cosas, tres o cuatro años antes la idea de poder vestir un uniforme fascista ni se nos hubiera pasado por la cabeza, el hecho de que nuestro padre no nos hubiera visto no disimula gran cosa la importancia y la gravedad del acontecimiento, quería decir que algo había mudado en nosotros y, bien mirado, también en él, si hubiera seguido siendo absolutamente igual que cinco o seis años antes, cuando habían quemado el bufete del abogado Rambaldi, probablemente mi hermano y yo no nos habríamos atrevido a acercarnos tanto.
 A determinar esa mutación habían contribuido ciertamente muchas cosas, si hoy tuviera que enumerarlas por orden de importancia, quizás pondría en primer lugar nuestra pertenencia a una clase social, la burguesa, cuya resistencia a las dictaduras de derechas difícilmente puede superar ciertos límites porque incluso sus elementos mejores, los dispuestos a defender la libertad, advierten, conscientemente o no, que en los momentos de crisis social el fascismo, aunque desagradable y despreciado, garantiza la supervivencia de ciertas estructuras y de ciertas jerarquías a las que no sería fácil renunciar. Pero en aquellos tiempos en nuestra familia nadie habría tomado jamás en consideración semejante punto de vista, si alguien nos lo hubiese propuesto, lo habríamos rechazado, todos estábamos convencidos de la existencia de las clases sociales, pero a diferencia de los marxistas que consideran solamente dos, éramos de la opinión de que existían once o sea tres clases de nobleza que se dividía en nobleza propiamente dicha, anterior a la revolución francesa, nobleza napoleónica y nobleza papal; tres clases burguesas que, con división un poco grosera, podían definirse como alta, media y pequeña burguesía; la alta estaba formada sobre todo por grandes terratenientes, la media por profesionales y por propietarios de menos importancia, aunque con rigurosa exclusión de los comerciantes, los cuales, aunque bien provistos económicamente, constituían una clase inferior porque estaban detrás del mostrador y recibían el dinero de los clientes directamente con sus manos, dos detalles suficientes para desacreditar, por sí solos, cualquier categoría y a cualquier persona, ni siquiera los farmacéuticos, con su licenciatura, sus batas blancas y su habilidad para preparar misteriosas pociones en la trastienda, se salvaban por completo de aquel baldón infame. Mucho mejor, a nuestros ojos, la pequeña burguesía compuesta por empleados, maestros, jubilados y otras categorías pobres y dignas; quizás reconocíamos mayor dignidad hasta a los artesanos que, sin embargo, venían después, en el octavo puesto de la escala social, inmediatamente antes de los obreros y los campesinos, teóricamente con iguales méritos en el noveno escalón; en la práctica nuestras preferencias se centraban en los campesinos porque habíamos encontrado alguno en las raras excursiones al campo o en los veraneos en los Apeninos, habíamos escuchado sus conversaciones sobre el tiempo, la cosecha, las enfermedades de los hombres y de los animales, palabras lentas y bondadosas de las que se traslucían respeto y tranquilizadora reverencia, mientras que obreros no habíamos conocido nunca a menos que quisiéramos considerar como tales a los jóvenes con mono azul que el fontanero De Marchi mandaba de vez en cuando a nuestra casa para arreglar el termosifón o los desagües de las alcantarillas. En el undécimo y último lugar de la lista estaban relegados los braceros de la Bassa ferraresa de quienes hablaban las criadas, por sus relatos habíamos sabido que eran mucho más desgraciados que los campesinos porque no tenían una casa donde vivir ni una tierra que labrar, vagaban en grupos de un punto a otro de la llanura desplazándose según los casos donde un amo tenía necesidad de sus brazos para segar o cavar.
 Ahora bien, el hecho de que las clases, para nosotros, fueran once, hacía inconcebible el propio concepto de lucha de clases, para llegar a él habríamos tenido que suponer la formación de dos alianzas contrapuestas y esto jamás habríamos podido imaginarlo porque, en nuestro mapa social, las fronteras que separaban entre sí las once categorías eran muy rígidas, cuando se tenía noticia de un noviazgo o de un matrimonio entre dos jóvenes pertenecientes a sectores distintos, por ejemplo un médico con una enfermera o un comerciante con la hija de un profesor, se hablaba de ello días y días, incluso nuestro padre, tras haber reafirmado que en una civilización moderna no se habría debido otorgar el mínimo peso a ciertas diferencias, acababa concluyendo que, en la práctica, era mejor seguir la tradición, elegir compañeros, amistades y parentela en el ámbito de la propia clase social". 

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