miércoles, 9 de noviembre de 2016

"Una historia del mundo en diez capítulos y medio".- Julian Barnes (1946)


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 8.-Río arriba
 Paréntesis

 "El amor y la verdad, ésa es la relación fundamental, el amor y la verdad. ¿Han dicho alguna vez tanta verdad como cuando se enamoraron por primera vez? ¿Han visto el mundo tan claramente? El amor nos hace ver la verdad, hace que sea nuestra obligación decir la verdad. Mintiendo en la cama: escuchen la resaca de advertencia que hay en esa frase. Mintiendo en la cama, decimos la verdad: suena como una frase paradójica de un libro de texto de primer curso de filosofía. Pero es más (y menos) que eso; es una descripción de un deber moral. No pongas los ojos en blanco, no des un gemido halagador, no finjas un orgasmo. Di la verdad con el cuerpo aunque -especialmente en tal caso- esa verdad no sea melodramática. La cama es uno de los primeros lugares donde puedes mentir sin que te cojan, donde puedes gritar y gruñir en la oscuridad y luego alardear de tu "actuación". El sexo no es interpretación (por mucho que admiremos nuestro guión); el sexo es una cuestión de verdad. La forma en que abrazas en la oscuridad determina la forma en que ves la historia del mundo. Es así de sencillo. Nos asusta la historia; nos dejamos avasallar por las fechas.
 En mil cuatrocientos noventa y dos
Colón navegó por el océano azul.
¿Y luego, qué? ¿Todo el mundo se volvió más sabio? ¿Dejaron de construir nuevos guetos en donde practicar las viejas persecuciones? ¿Dejaron de cometer los viejos errores, o nuevos errores, o nuevas versiones de los viejos errores? (¿Se repite la historia, la primera vez como tragedia, la segunda vez como farsa? No, eso es un proceso demasiado grandioso, demasiado meditado. La historia simplemente eructa y volvemos a notar el sabor del sándwich de cebolla cruda que se tragó hace siglos.)
 Las fechas no dicen la verdad. Nos gritan izquierda, derecha, izquierda, derecha, recogedlas de ahí, miserable gentuza. Quieren hacernos creer que estamos siempre progresando, siempre yendo hacia delante. Pero, ¿qué pasó después de 1492? [...] 
La historia no es lo que sucedió. La historia es simplemente lo que los historiadores nos cuentan. Hubo una pauta, un plan, un movimiento, una expansión, la marcha de la democracia; es un tapiz, un flujo de sucesos, una narración compleja, conectada, explicable. Un buen relato lleva a otro. Primero eran los reyes y los arzobispos con algunas chapuceras intervenciones divinas entre bastidores, luego fue la marcha de las ideas y los movimientos de masas, luego pequeños acontecimientos locales que significaban algo mayor, pero siempre son interrelaciones, progreso, sentido, esto conduce a esto otro, esto sucedió a causa de aquello. Y nosotros, los lectores de la historia, los sufridores de la historia, escudriñamos las pautas en busca de conclusiones esperanzadoras, del camino hacia adelante. Y nos aferramos a la historia como una serie de cuadros de salón, retazos de conversación a cuyos participantes podemos imaginar fácilmente devueltos a la vida, cuando en realidad es siempre más bien como un collage de técnicas múltiples, en el que la pintura está aplicada con un rodillo en lugar de con un pincel de pelo de camello.
 ¿La historia del mundo? Sólo voces que hacen eco en la oscuridad; imágenes que arden durante unos siglos y luego se apagan; cuentos, cuentos viejos que a veces se superponen; extrañas conexiones, impertinentes relaciones. Yacemos aquí, en esta cama de hospital que es el presente (qué agradables sábanas limpias nos ponen hoy en día) con una burbuja de noticias cotidianas introducidas gota a gota en nuestro brazo. Creemos saber quiénes somos, aunque no sabemos exactamente por qué estamos aquí, o cuánto tiempo nos obligarán a quedarnos. Y mientras nos inquietamos y nos retorcemos envueltos en los vendajes de la incertidumbre -¿somos pacientes voluntarios?- fabulamos. Nos inventamos una historia para tapar los hechos que ignoramos o que no podemos aceptar; conservamos unos cuantos hechos verdaderos e hilamos una nueva historia en torno a ellos. Nuestro pánico y nuestro dolor sólo se alivian con una fabulación tranquilizadora; a eso le llamamos historia.
 Hay una cosa que sí diré a favor de la historia. Sirve para encontrar cosas. Nosotros tratamos de taparlas, pero la historia no ceja. Tiene el tiempo de su parte, el tiempo y la ciencia. Por muy furiosamente que tachemos nuestros primeros pensamientos, la historia encuentra el modo de leerlos. Enterramos a nuestras víctimas en secreto (principitos estrangulados, renos irradiados), pero la historia acaba descubriendo lo que les hicimos. Perdimos el Titanic, parecía que para siempre, en las profundidades de tinta de calamar, pero lo hallaron. No hace mucho encontraron el pecio del Medusa, cerca de la costa de Mauritania. No había ninguna esperanza de hallar un tesoro, y ellos lo sabían, lo único que salvaron después de ciento setenta y cinco años fueron unos cuantos clavos de cobre del casco de la fragata y un par de cañones. Pero lo encontraron de todas formas.
 ¿Qué más puede hacer el amor? Puesto que estamos vendiéndolo, más vale que señalemos que es un punto de partida para la virtud cívica".

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