lunes, 7 de noviembre de 2016

"Antígona".- Sófocles (497 a.C – 406 a.C.)


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“Antígona: Piensa si vas a combatir y a colaborar conmigo.
  Ismene: ¿Cuál es el riesgo que hay que correr? ¿Cuál es la determinación que has tomado?
  Antígona: Se trata de si vas a levantar el cadáver unida a estos mis brazos.
  Ismene: Pero, ¡cómo! ¿Es que se te ha ocurrido pensar enterrarlo cuando es cosa denegada a la ciudad?
  Antígona: Sí, porque se trata de mi hermano y también del tuyo aunque no quieras. Pues, al enterrarlo, no resultaré convicta de haber cometido una traición.
  Ismene: ¡Oh, tú, que no te detienes ante nada! ¿Serás capaz a pesar de que Creonte lo tiene prohibido?
  Antígona: Sin embargo, no le compete en absoluto separarme de lo que es mío.
  Ismene: ¡Ay de mí! Piensa, hermana, cuán aborrecido y desacreditado llegó a ser nuestro padre, cuando él mismo por obra de su misma mano se arrancó ambos ojos impelido por los errores cometidos y que él mismo había puesto al descubierto; cómo, luego, su madre y esposa, ¡grave enunciado que implica dos conceptos bien dispares!, pierde la vida suspendida del nudo de una cuerda; y, en tercer lugar, cómo nuestros dos hermanos se mataron uno a otro, ¡temerarios ellos! en un solo día y cómo, así, alcanzaron el mismo destino el uno a manos del otro. A su vez, ahora que hemos quedado nosotras dos solas, fíjate que hemos de morir con la más grande infamia si violando la ley llegamos a transgredir la decisión o las imposiciones del soberano. Al contrario, conviene darse cuenta, por un lado, de que nacimos mujeres, lo que implica que no estamos preparadas para combatir contra hombres; y luego, de que dependemos del arbitrio de quienes  son más fuertes en cuanto a acatar estas órdenes y hasta otras más dolorosas todavía. Por eso yo, al tiempo que pido al muerto que tenga comprensión conmigo y que se dé cuenta de que no tengo más remedio que hacer lo que hago, me someteré a los dictados de quienes están instalados en la cúspide del poder, pues el realizar acciones superiores a las posibilidades de uno no tiene sentido alguno.
  Antígona: Sabiendo ya cómo piensas, no puedo animarte a ello y si te decidieras a actuar en este asunto, sábete que esta tu supuesta intervención a mi lado no me produciría, al menos a mí, satisfacción alguna. Al contrario, continúa actuando como tienes decidido, que él no se quedará sin que yo lo entierre. Es un honor para mí morir cumpliendo este deber. Querida por él, en su compañía yaceré, en compañía de quien yo quiero, tras haber perpetrado santas acciones porque es más largo el tiempo durante el que debo agradar a los de abajo que el tiempo durante el que debo agradar a los de aquí arriba, pues allí yaceré por siempre. Pero tú, si es tu gusto, continúa despreciando lo que los dioses aprecian.
  Ismene: Yo no hago desprecio de eso, sólo que nací incapaz de actuar y oponer resistencia a nuestros conciudadanos.
  Antígona: Tú puedes alegar  estos y otros pretextos, que yo me marcho ya a dar tierra al hermano queridísimo.
  Ismene: ¡Ay de mí! ¡Qué osada eres! ¡Qué miedo tengo por ti!
  Antígona: No temas por mí. Lo que tienes que hacer es enderezar ese tu proceder.
  Ismene: Si lo tienes decidido, por lo menos no pregones a nadie el asunto sino mantenlo oculto, que exactamente igual haré yo.
  Antígona: ¡Ay de mí! Propálalo a todos los vientos. Me resultarás todavía mucho más odiosa si te lo callas y no lo comunicas a todo el mundo.
  Ismene: Conservas un corazón ardiente en situaciones heladoras.
  Antígona: Sin embargo, con ello sé que complazco a quienes más me conviene complacer.
  Ismene: ¡Siempre que seas capaz de ello! Pero la verdad es que ansías imposibles.
  Antígona: En ese caso, cuando ya no pueda más, me tomaré un respiro.
  Ismene: Pero es que, ya por principio, no procede perseguir lo imposible.
  Antígona: Si vas a razonar así, yo te odiaré, y odiada por el muerto serás y con justicia. En fin, deja que yo y este mi desatino corramos ese riesgo, pues no correré ninguno tan grave hasta el punto de morir sin honor.
  Ismene: Si es tu gusto, vete, pero tienes que saber que si vas eres una imprudente, aunque te ganarás, y con toda razón, el aprecio de aquellos a los que tú aprecias”.

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