domingo, 27 de noviembre de 2016

"Cuentos escogidos para la juventud".- Alphonse Daudet (1840-1897)


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 La última lección de un maestro de escuela (Relato de un niño alsaciano)
 
 "Una mañana me retrasé mucho en ir a la escuela. Como tenía gran miedo de que me riñeran, porque el señor Hamel nos había dicho la víspera, al salir de la clase, que nos preguntaría las reglas de los participios, y yo no sabía ni una palabra de ello, me asaltó la idea de hacer novillos y de irme a pasar el día corriendo por el campo, no obstante dejarse sentir demasiado el calor.
 Ciertamente que el escuchar el silbido de los mirlos entre las ramas a las orillas del bosque, el corretear por la arboleda y atormentar a los bichos que cogía, me satisfacía mucho más que las reglas gramaticales; mas a pesar de esto, resistí a la tentación, y cambiando de parecer eché a correr hacia el colegio. Al pasar por la Alcaldía vi a mucha gente parada delante del enrejado de los carteles; allí era en donde, desde dos años atrás, se sabían todas las malas noticias, las acciones perdidas, las requisiciones, las órdenes de la jefatura y pasé sin detenerme. ¿Qué podía suceder todavía?  Como atravesaba corriendo la plaza, el herrero Wachter que estaba allí con su aprendiz, leyendo el cartel, me gritó:
 -¡No corras tanto, chiquito, que llegarás bastante pronto a la escuela!
 Creí que se reía de mí y entré casi sin aliento en el patio del señor Hamel. Por lo regular, al empezar la clase se oía desde la calle el ruido que hacíamos abriendo o cerrando los pupitres, repitiendo todos en alta voz y tapándonos los oídos las lecciones de memoria y la larga regla del maestro que, pegando en las mesas, quería decir: ¡Silencio!
 Yo contaba con todo ese ruido para llegar a mi puesto sin ser visto; pero aquel día reinaba en la clase una completa calma. Por la ventana abierta veía a mis compañeros, cada cual en su sitio, y al señor Hamel que discurría de un lado para otro con su terrible regla debajo del brazo. No había escapatoria: o retirarme o entrar llamando la atención. La sangre me afluía a la cara y casi temblaba de miedo. Empujé la puerta y penetré en la clase. El señor Hamel no me riñó, antes bien, mirándome con mucha dulzura me dijo:
 -Anda pronto a tu sitio, mi pequeño Frantz; íbamos a empezar sin ti.
 Salté por encima del banco y me senté enseguida delante de mi pupitre. Algo más tranquilo ya, noté que el maestro tenía puesta su hermosa levita verde botella, su chorrera encañonada y su gorro de seda negra bordada, que no se ponía más que cuando venía algún inspector o el día del reparto de premios. También me pareció que todo en la clase tenía cierto aire solemne, pero lo que más me sorprendió fue el ver en el fondo de la sala algunos vecinos del pueblo, sentados en los bancos que había vacíos y silenciosos, como nosotros, al anciano Hanser, al ex alcalde, al ex cartero y a otros muchos. Todos parecían muy tristes y el señor Hanser había traído consigo una vieja cartilla, que tenía abierta encima de sus rodillas, con los lentes colocados sobre sus páginas.
 Mientras que yo miraba todo esto con curiosidad, el señor Hamel subió a la cátedra, y con la misma voz dulce que tenía al hablarme, nos dijo:
 -Hijos míos, es la última vez que me encuentro en medio de vosotros; ha llegado una orden de Berlín para que no se enseñe más que el alemán en todas las escuelas de la Alsacia y de la Lorena. El nuevo maestro llega mañana y como vais a dar hoy vuestra última lección de francés, os ruego que estéis muy  atentos.
 Estas palabras me trastornaron. Eso era lo que decía sin duda el cartel puesto en la Alcaldía. ¡Mi última lección de francés! ¡Y yo que apenas sabía escribir! No podría ya aprender. ¡Oh, cómo me arrepentía de haber perdido el tiempo haciendo novillos para correr a buscar nidos o patinar en invierno encima del Saar! Mis libros, que hacía poco encontraba tan fastidiosos y tan pesados, mi gramática, mi historia sagrada, me parecían ahora antiguos amigos a quienes sentiría mucho dejar. Lo mismo me sucedía con el señor Hamel, pues la idea de que iba a partir y que no lo volvería a ver más, me hacía olvidar los castigos que me había impuesto muchas veces.
 ¡Pobre hombre! Para honrar su última clase, sin duda, se había puesto su mejor traje y ahora comprendía por qué los más antiguos vecinos del pueblo habían venido a asistir a la lección. Querían demostrar así su sentimiento, y también podía tomarse como una manera de agradecer a nuestro maestro cuarenta años de buenos servicios y de despedir a la patria que se marchaba con él... Reflexionando de este modo, oí que me llamaban; me llegaba la vez para recitar mi lección. ¡Cuánto hubiera yo dado por decir muy alto, y sin equivocarme en un punto, esa famosa regla de los participios! Pero titubeé desde las primeras frases y me quedé de pie, meciéndome entre el banco y el pupitre, con el corazón encogido y, sin atreverme a levantar la vista, escuché al señor Hamel que me decía:
 -No te riño, mi querido Frantz; bastante castigado estás... He aquí lo que sucede. Todos los días has estado diciendo: "¡Bah! Tengo tiempo, mañana lo aprenderé". Y luego ya ves lo que pasa. ¡Ah, esa ha sido la causa de la desgracia de nuestra pobre Alsacia: el dejar siempre la instrucción para otro día! Ahora esas gentes tienen el derecho de decirnos: ¿Cómo? ¿Pretendíais ser franceses y no sabéis siquiera leer y escribir en vuestro idioma? Pero no eres tú el más culpable, mi pequeño Frantz, pues todos tenemos bastante que echarnos en cara. Vuestros padres no han tenido gran empeño en que aprendieseis, prefiriendo enviaros a cultivar la tierra o a ganar un jornal en alguna industria, y yo mismo tengo que reprocharme el haberos ocupado muchas veces en regar mi jardín, en vez de instruiros. Y cuando se me ocurría ir a pescar truchas, también os daba asueto.
 Después nos explicó algo del idioma francés, diciéndonos que era el más claro y el más concreto: que se hacía menester que lo conserváramos y no lo olvidáramos, porque cuando un pueblo cae en la esclavitud, mientras conserva su lengua, como dice Mistral, es como si tuviera en la mano la llave de sus prisiones. Luego cogió una gramática y nos explicó nuestra lección".

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