"23.-El concepto de lo bueno.- Hemos llegado al punto en donde se originan los conceptos que buscamos, de bueno y malo; como igualmente los de verdadero y falso. Decimos que algo es verdadero cuando el modo de referencia, que consiste en admitirlo, es el justo. Decimos que algo es bueno cuando el modo de referencia, que consiste en amarlo, es el justo. Lo que sea amable con amor justo, lo digno de ser amado, es lo bueno en el más amplio sentido de la palabra.
24.-Distinción entre lo bueno en sentido estricto y lo bueno para otra cosa.- Lo bueno se distingue en bueno primario y bueno secundario. Efectivamente, todo lo que agrada, agrada por sí mismo o por otra cosa que merced a ello es realizada o conservada o hecha probable. Así pues, lo bueno primario es bueno en sí mismo y lo bueno secundario es bueno para otra cosa, como sucede principalmente en lo útil.
Lo bueno en sí mismo es lo bueno en sentido estricto. Sólo este bueno puede ser parangonado con lo verdadero. Porque todo lo que es verdadero es verdadero en sí, aunque sea conocido inmediatamente. En lo sucesivo, cuando hablemos de lo bueno, nos referiremos siempre a algo bueno en sí mismo, a no ser que expresamente digamos lo contrario.
Así quedaría explicado el concepto de lo bueno.
25.-Amor no siempre demuestra que lo amado sea digno de amor.- Mas plantéase un problema aún importante: ¿cómo conocemos que algo es bueno? ¿Diremos acaso que todo lo que es amado y puede ser amado es digno de amor y bueno? Evidentemente, no sería esto justo; y resulta absolutamente incomprensible que hayan podido algunos caer en semejante error. Uno ama lo que otro odia, y según una conocida ley psicológica, a la que ya hemos aludido hoy, sucede muchas veces que lo que al principio fue deseado como medio para otra cosa, acaba, gracias a la costumbre, por ser deseado en sí mismo; como el avaro amontona absurdamente tesoros y se sacrifica, finalmente, por ellos. Así pues, la presencia real del amor no es, sin más ni más, prueba de que lo amado sea digno de amor; como igualmente el admitir realmente una cosa no es, sin más ni más, prueba de la verdad.
Es más: pudiera decirse que en el amor y en el odio, lo que aquí sostenemos es todavía más evidente. Pues casi nunca sucede que uno que admite una cosa la considere al mismo tiempo como falsa, y en cambio, no es raro que uno que ama una cosa se diga al mismo tiempo que esa cosa no merece amor. "Scio meliora proboque, deteriora sequor"*.
¿Cómo, pues, hemos de conocer que algo es bueno?
26.-Juicio ciego y juicio evidente.- La cuestión parece enigmática. Pero ese enigma recibe una solución muy sencilla. Para preparar la respuesta trasladémonos una vez más de la consideración de lo bueno a la consideración de lo verdadero.
No todo lo que conocemos es por ello solo verdadero. A veces juzgamos ciegamente. Prejuicios arraigados, por decirlo así, en la niñez, son para nosotros como principios irrebatibles. Todos los hombres, por naturaleza, tienen además una especie de propensión intuitiva hacia otros juicios no menos ciegos; como, por ejemplo, cuando confían ciegamente en la llamada percepción externa y en la memoria fresca. Lo que de ese modo es admitido, podrá muchas veces ser verdadero pero podría, por de pronto, ser igualmente falso, pues el juicio en el cual admitimos una cosa no posee ningún carácter especial que lo caracterice como justo.
Existen, empero, ciertos indicios que, a distinción de aquellos otros ciegos, han sido llamados "evidentes" y que poseen precisamente ese carácter; tales son el principio de contradicción y todas las llamadas percepciones internas, que nos dicen que tenemos ahora sensaciones de sonido o de calor y que pensamos y queremos esto o lo otro.
¿En qué consiste, empero, la diferencia esencial entre aquella manera inferior y esta superior de juzgar? ¿Será una diferencia en el grado de convicción o alguna otra cosa? No es una diferencia en el grado de convicción; las creencias instintivas y las que obedecen a la costumbre ciega se presentan muchas veces limpias de toda duda, y hay incluso algunas de las que no podemos desprendernos aun cuando comprendamos claramente su injustificación lógica. Pero han sido afirmadas por una tendencia oscura; no tienen esa claridad que es propia del otro modo superior de juzgar. Cuando se plantea la pregunta: ¿por qué crees eso?, no se encuentran fundamentos razonables de la creencia. Sin duda, si se plantease la misma pregunta en el caso de un juicio inmediatamente evidente, tampoco podría aducirse ningún fundamento; pero la pregunta, dada la claridad del juicio, no parecería adecuada sino más bien ridícula. Todo hombre experimenta en sí mismo la diferencia entre uno y otro modo de juzgar. La decisiva aclaración ha de consistir, pues, para esto como para cualquier otro concepto, en la alusión a dicha experiencia".
*"Conozco lo mejor, y lo apruebo, pero sigo lo peor".
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