El ángel de la muerte -de la muerte-
El ángel de la muerte -de la muerte-
me parece que tose como un perro,
que, como el toro, viene hacia mi suerte
y como un gallo canta por mi entierro.
A este ángel de lo oscuro y de lo inerte
ya me parece verlo con el hierro
que truncará mi vida con un fuerte
espasmo de hombre o espasmo de becerro.
El ángel de la muerte vive enfrente,
vive sobre el dolor enardecido
y se queda mirando y sonriendo.
Y este ángel de la muerte y de lo ausente
ha de llevarme al último alarido
con un golpe mortal del que ya pendo.
Hablo conmigo
No sé, me digo, por qué tantas mujeres y ninguna.
por qué tantos gatos y un gato enfermo y un gato lejos,
para qué tantos mares, tanta agua sin techo,
por qué tantas canciones mentirosas,
tantas deudas azules,
cómo, me pregunto, los trenes no se corroen de nostalgia,
por qué mi mano mutilada para ella,
por qué los limones rodando por la boca,
para qué,
por qué tanto de todo para el cielo
y sólo un zapato, una escuela, una cerilla para alguno...
Por qué el mar se apaga entre el muelle y el paseo,
por qué el mar es una vela de luces limonadas
que no ilumina nada,
para qué todos los hombres tienen dientes
y tan sólo una barca que siempre llega tarde de las flores,
por qué los niños hablan solos
y hacen con sus manos el gesto de los cuernos
y se lanzan al agua...
Para qué,
por qué tantas botellas largas,
para qué
mi alma siempre en la tristeza,
por qué siempre en los otros la tristeza,
y un gato sin párpados y un gato sin uñas...
Déjame
Déjame que me muera por tus ojos de noche,
por tu corazón entre los matorrales de plaza Gramsci
tan lejos de tu alma a orillas del Adriático
y tan cerca.
Que te me muera por las palabras desconocidas,
por las piedras y tus viejos iconos de vírgenes y santos,
por el paso a nivel
debajo de mi casa.
Que te me muera por tus pechos de jarra
y de arena.
Que te me muera por un rayo de sol verde,
por una caja rota,
por una muchacha que desde hace tiempo ya no veo.
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