domingo, 7 de febrero de 2016

"Juliette".- Marqués de Sade (1740-1814)


Resultado de imagen de marques de sade  
 Primera parte

 "Gusta a todo el mundo, Juliette -me respondió Saint-Fond-, todos los hombres tienden al despotismo; es el primer deseo que nos inspira la naturaleza, muy alejada de esa ridícula ley que se le achaca cuya letra es no hacer a los otros lo que no quieras que te hagan a ti... por miedo a las represalias, tendríamos que añadir, porque es totalmente seguro que sólo el temor a la reciprocidad ha podido dar a la naturaleza un lenguaje tan alejado de sus leyes. Por consiguiente, afirma que la primera y más viva inclinación del hombre es, sin ninguna duda, encadenar a sus semejantes y tiranizarlos con todo su poder. El niño que muerde la teta de su nodriza... que rompe constantemente su sonajero, nos hace ver que la destrucción, el mal y la opresión son las primeras inclinaciones que la naturaleza ha grabado en nuestros corazones, y a las cuales nos entregamos con mayor o menor violencia, en razón del grado de sensibilidad de que estamos dotados. Por lo tanto, es muy cierto que todos los placeres que pueden halagar al hombre, todas las delicias que puede saborear, todo lo que mejor deleita sus pasiones, se encuentran en esencia en el despotismo con que puede gravar a los otros. La voluptuosa Asia, al encerrar cuidadosamente a los objetos de sus goces, ¿no demuestra acaso que la lujuria gana con la opresión y la tiranía y que las pasiones se inflaman mucho más con todo lo que se obtiene por la fuerza que con lo que se concede de buen grado? Desde que está demostrado que la suma de la felicidad del que actúa se mide en razón de la violencia de la acción cometida, y esto porque cuanto más fuerte es esta dosis más excita al sistema nervioso, desde el momento, digo, en que esto está demostrado, la mayor dosis de felicidad posible consistirá, entonces, en el mayor efecto del despotismo y de la tiranía: de donde resultará que el hombre más duro, más feroz, más traidor y más malvado, será necesariamente el más feliz; porque, como a menudo te ha dicho Noirceuil, no es en el vicio ni en la virtud donde está la felicidad: está en la manera en que estamos dispuestos para sentir uno u otro, y en la elección que hagamos de acuerdo con esta organización. No es en la comida ofrecida donde está mi apetito, esta necesidad sólo está en mí, y esa comida afecta de forma muy diferente a dos personas: excita la voluptuosidad en el que tiene hambre... repugnancia en el que acaba de calmarla. Sin embargo, es cierto que debe haber diferencia en las vibraciones recibidas, y que el vicio debe provocarlas mucho más vivas. en el individuo dispuesto para él de las que puede ofrecer la virtud al ser cuyos órganos están construidos para recibirla; y que, aunque el alma de Vespasiano fuese buena y la de Nerón malvada, y, sin embargo, ambas fuesen sensibles, había una gran diferencia en el temple de estas almas con relación al germen de sensibilidad que las constituía (porque la de Nerón estaba dotada, si duda, de una facultad sensible muy superior a la de Vespasiano), es cierto, digo, según esto, que Nerón debió ser con seguridad más feliz que Vespasiano; y esto por la indiscutible razón de que lo que afecte más vivamente será siempre lo que haga más feliz al hombre, y de que un ser vigoroso, construido sólo por eso para recibir mejor impresiones de vicio que impresiones de virtud, encontrará la felicidad mucho mejor que un individuo dulce y tranquilo, cuya débil complexión sólo le posibilita la estúpida y monótona práctica de las buenas costumbres. Entonces, ¿qué mérito tiene al practicar la virtud, si no prefería el vicio? Del mismo modo, Vespasiano y Nerón han sido tan felices como podían serlo, pero Nerón ha debido serlo mucho más, porque sus goces han sido mucho más vivos y Vespasiano, concediendo favores a un hombre indigente por la mera razón -decía él- de que era preciso que los pobres viviesen, era excitado de una forma infinitamente menos viva que Nerón viendo arder Roma, con una lira en la mano, en lo alto de la torre Antonia. Pero, se dirá, uno merecía altares y el otro hogueras. Sea, si así lo deseáis; lo que yo juzgo no es el efecto de su alma sobre los otros, sino las sensaciones interiores que uno y otro debieron recibir, en razón de las diferentes inclinaciones de que uno y otro estaban dotados, de las diferentes vibraciones con que eran agitados; y, en este sentido, el hombre más feliz de la tierra, sin duda alguna, será aquél que, por cualquier acción, haya hecho pasar a su alma las sacudidas más violentas que pueda recibir; y como las sacudidas del vicio son más fuertes, más enérgicas que las de la virtud, inevitablemente el hombre más feliz de la tierra será aquél que esté más entregado a las infamias, a los más crapulosos excesos, a las más criminales costumbres y que las renueve con la mayor frecuencia... aquél que, cada día, las duplique, las triplique en fuerza".  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: