Justo antes de la guerra con los esquimales
"Ginnie decidió ir al grano. El taxi se estaba acercando a la casa de Selena.
-No tengo ganas de cargar otra vez con el pago de todo el viaje -dijo-. No soy millonaria, ¿sabes?
Selena puso primero expresión de asombrada, después de ofendida:
-¿Acaso no pago siempre la mitad? -preguntó con ingenuidad.
-No -replicó Ginnie rotundamente-. Pagaste la mitad el primer sábado, a comienzos del mes pasado. Y desde entonces, nunca más. No quiero ser mezquina pero estoy viviendo con cuatro dólares y medio por semana. Y de ahí tengo que...
-Yo siempre traigo las pelotas de tenis, ¿no es cierto? -preguntó Selena con tono desagradable.
A veces Ginnie sentía ganas de matar a Selena.
-Tu padre las fabrica o algo así -dijo-. No te cuestan nada. Yo me tengo que pagar hasta la más mínima cosa que...
-Está bien, está bien -dijo Selena levantando la voz y con un aire de suficiencia como para asegurarse la última palabra.
En forma displicente, se revisó los bolsillos del abrigo.
-Sólo tengo treinta y cinco centavos -dijo, fríamente-. ¿Es bastante?
-No. Lo siento, pero me debes un dólar sesenta y cinco. He llevado la cuenta de cada...
-Tendré que subir y pedírselo a mamá. ¿No puedes esperar hasta el lunes? Podría llevarte el dinero a la clase de gimnasia, si eso te hace más feliz.
La actitud de Selena no invitaba a la clemencia.
-No -dijo Ginnie-. Tengo que ir al cine esta noche. Necesito el dinero.
Sumidas en un silencio hostil, las dos chicas miraron por ventanillas opuestas hasta que el taxi se detuvo frente a la casa de Selena. Entonces Selena, sentada del lado de la acera, se bajó. Dejando apenas abierta la puerta del automóvil, caminó con vivacidad y soltura hasta el edificio, como si fuera una reina de Hollywood de visita. Ginnie, con la cara ardiendo, pagó el importe del viaje. Después recogió sus cosas de tenis -raqueta, toalla y sombrero para el sol- y fue detrás de Selena. A sus quince años, Ginnie medía alrededor de un metro setenta y cinco y su calzado de tenis era del número 40. Al entrar en el hall de la casa su sensación de torpeza, caminando sobre suelas de goma, le daba un aire de oso. Selena juzgó preferible contemplar fijamente el indicador de pisos del ascensor.
-Ahora me debes un dólar noventa -dijo Ginnie, acercándose al ascensor con grandes zancadas.
Selena se dio la vuelta.
-Tal vez te interese saber -dijo- que mi madre está muy enferma.
-¿Qué le pasa?
-Prácticamente tiene pulmonía, y si te parece que me divierte molestarla sólo por un asunto de dinero... -Selena pronunció la frase incompleta con todo el aplomo posible.
A Ginnie esta información la desconcertó un poco, aunque no sabía hasta qué punto podía ser verdad, pero no por eso cayó en sentimentalismos.
-Yo no se la contagié -dijo, y entró en el ascensor.
Luego que Selena tocó el timbre del piso las hicieron pasar, o mejor dicho, la puerta fue entornada por una criatura negra con la que, al parecer, Selena no se hallaba en muy buenas relaciones. Ginnie dejó caer sus cosas de tenis en una silla del vestíbulo y siguió a Selena. En la sala, Selena se volvió y dijo:
-¿Te molesta esperar aquí? Tal vez tenga que despertar a mamá y todo eso.
-De acuerdo -dijo Ginnie, y se dejó caer en un sofá.
-Nunca hubiera creído que podías ser tan mezquina -dijo Selena, que estaba lo bastante enojada como para usar la palabra "mezquina", aunque le faltaba valor para poder subrayarla.
-Ahora estás enterada -dijo Ginnie, y le abrió en la cara un ejemplar del Vogue".
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