sábado, 6 de febrero de 2016

"El Señor de los Anillos".- J.R.R. Tolkien (1892-1973)


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Libro sexto.
5.- El Senescal y el Rey

 "La Ciudad de Gondor había vivido en la incertidumbre y un gran miedo. El buen tiempo y el sol límpido parecían burlarse de los hombres que ya casi no tenían ninguna esperanza, y sólo aguardaban cada mañana noticias de perdición. El Senescal había muerto abrasado por las llamas, muerto yacía el Rey de Rohan en la Ciudadela, y el nuevo Rey, que había entrado en la noche, había vuelto a partir a una guerra contra potestades demasiado oscuras y terribles para esperar poder doblegarlas sólo con el valor y entereza. Desde que el ejército partiera del Valle de Morgul por el camino del norte, a la sombra de las montañas, ningún mensajero había regresado, ni habían llegado rumores de lo que acontecía en el Este amenazante.
 Cuando hacía apenas dos días que habían partido, la Dama Éowyn rogó a las mujeres que la cuidaban que le trajesen sus ropas, y nadie pudo disuadirla: se levantó y cuando la vistieron, con el brazo sostenido en un cabestrillo de lienzo, se presentó ante el Mayoral de las Casas de Curación.
 -Señor -dijo- siento una profunda inquietud y no puedo seguir ociosa por más tiempo.
 -Señora -respondió el Mayoral-, aún no estáis curada y se me encomendó que os atendiera con especial cuidado. No tendríais que haberos levantado hasta dentro de siete días, o esa fue en todo caso la orden que recibí. Os ruego que volváis a vuestra estancia.
 -Estoy curada -dijo ella-, curada de cuerpo al menos, excepto el brazo izquierdo, que también mejora. Y si no tengo nada que hacer, volveré a enfermar. ¿No hay noticias de la guerra? Las mujeres no saben decirme nada.
 -No tenemos noticias -dijo el Mayoral-, excepto que los Señores han llegado al Valle de Morgul; y dicen que el nuevo capitán venido del Norte es ahora el jefe. Es un gran señor, y un curador; extraño me parece que la mano que cura sea también la que empuña la espada. No ocurren cosas así hoy en Gondor, aunque fueran comunes antaño, si las antiguas leyendas dicen la verdad. Pero ahora, y desde hace largos años, nosotros los curanderos no hacemos otra cosa que reparar las desgarraduras causadas por los hombres de armas. Aunque sin ellos tendríamos ya trabajo suficiente: bastantes miserias y dolores hay en el mundo sin que las guerras vengan a multiplicarlos.
 -Para que haya guerra, señor Mayoral, basta con un enemigo, no dos -respondió Éowin-. Y aun aquéllos que no tienen espada pueden morir bajo una espada. ¿Querríais acaso que la gente de Gondor juntara sólo hierbas, mientras el Señor Oscuro junta ejércitos? Y no siempre lo bueno es estar curado del cuerpo. Ni tampoco es siempre lo malo morir en la batalla, aun con grandes sufrimientos. Si me fuera permitido, en esta hora oscura yo no vacilaría en elegir lo segundo.
 El Mayoral la miró. Éowyn estaba muy erguida, con los ojos brillantes en el rostro pálido y el puño crispado cuando miraba a la ventana del este. El Mayoral suspiró y meneó la cabeza. Al cabo de un silencio, Éowyn volvió a hablar.
 -¿No queda ya ninguna tarea que cumplir? -dijo-. ¿Quién manda en esta Ciudad?
 -No lo sé bien -respondió el Mayoral-. No son asuntos de mi incumbencia. Hay un mariscal que capitanea a los Jinetes de Rohan; y el Señor Húrin, por lo que me han dicho, está al mando de los hombres de Gondor. Pero el Señor Faramir es por derecho el Senescal de la Ciudad.
 -¿Dónde puedo encontrarlo?
 -En esta misma casa, señora. Fue gravemente herido, pero ahora ya está recobrándose. Sin embargo, no sé...
 -¿No me conduciríais ante él? Entonces sabréis".  

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