"Cuatro monedas de oro
Un hombre había dado a cuatro personas una moneda de oro a cada una.
El primero dijo: ¡Vamos enseguida a comprar "engur" [uva]!
El otro, que era árabe, dijo: ¡No, engur, no. Yo quiero "ineb" [uva]!
El tercero, que era griego, exclamó: Yo habría preferido "istafil [uva]".
El cuarto, un turco: Yo quiero "uzum [uva]".
Estalló así una querella insensata entre los cuatro amigos. Discutían por ignorar la significación de lo que deseaba cada uno. Si hubiese estado allí un sabio, habría dicho: Con vuestro dinero, podéis satisfacer todos vuestro deseo. Para vosotros, cada palabra es una fuente de desacuerdo. Pero, para mí, cada palabra es una guía hacia la unión. Vosotros queréis todos "uva" sin saberlo.
El gato y la carne
Un hombre tenía una mujer de carácter desabrido, sucia y mentirosa, que derrochaba todo lo que su marido traía a la casa. Un día, este hombre, que era muy pobre, compró carne para obsequiar a sus invitados. Pero la mujer se la comió a escondidas, rociándola con un poco de vino. En el momento de la comida el hombre le dijo:
-Los invitados están aquí. ¿Dónde están la carne y el pan? ¡Sirve a mis invitados!
-El gato se ha comido toda la carne -respondió la mujer-. ¡Vuelve a comprar, si quieres!
El hombre tomó entonces al gato y lo pesó en una balanza. Encontró que el animal pesaba cinco kilos. Exclamó:
-¡Oh, mujer mentirosa! La carne que he comprado pesaba también cinco kilos. Si acabo de pesar el gato, ¿dónde está la carne? Pero si es la carne lo que acabo de pesar, entonces, ¿a dónde ha ido a parar el gato?
Palabras
Un día, un mendigo en busca de pan dedicó una plegaria a un extranjero de paso que lo había socorrido:
-¡Oh, Dios mío! -dijo-. Este hombre me ha dado pan. En recompensa, concédele volver a sus país sin dificultades.
El extranjero replicó:
-¡Ya he visto lo que tú llamas mi país! ¡Que Dios te dé a ti más bien la gracia de llegar al tuyo!
Los hombres viles envilecen la palabra. E, incluso cuando sus palabras son elevadas, ellos las rebajan. Igual que los vestidos están cosidos para el cuerpo, lo mismo las palabras se pronuncian para los que las oyen. Si unos hombres de corazón vil participan en una reunión, ¡ay!, la palabra también resulta envilecida.
Lógica
Un día el sultán fue a la mezquita. Sus guardias le abrían paso, golpeando a la multitud con bastones. Golpeaban a la gente en la cabeza y desgarraban sus camisas. Un hombre no pudo escapar a tiempo y recibió así una decena de bastonazos. Se dirigió entonces al sultán:
-¡No te ocupes de las torturas ocultas! ¡Mira mejor las torturas aparentes! Mira lo que haces para ir a la mezquita, es decir, para llevar a cabo una buena acción. ¿Quién puede decir de qué serías capaz el día en que decidieses cometer una mala acción?"
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