miércoles, 2 de marzo de 2016

"Crónica del pájaro que da cuerda al mundo".- Haruki Murakami (1949)


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7.- Recuerdos y conversaciones sobre el embarazo
Reflexión empírica sobre el dolor

 "Cuando el hombre terminó de cantar unas cuantas canciones, el público aplaudió. No fervorosamente, pero tampoco por compromiso. El local no estaba muy lleno. Debía de haber unas diez o  quince personas. Se levantó y saludó. Hizo una especie de broma y algunos clientes rieron. Llamé al camarero y le pedí el tercer whisky. Y, al fin, me quité la bufanda y el abrigo.
 -Con esto termina mi actuación de hoy -dijo el cantante. Luego hizo una pausa y barrió el interior de la sala con la mirada-. A algunos de ustedes no les habrán gustado mis canciones. Y, para ellos, voy a hacer hoy un pequeño juego. Hoy en especial. Así que pueden considerarse afortunados.
 El cantante dejó con cuidado la guitarra a sus pies y extrajo una vela del estuche. Una vela blanca y gruesa. La encendió con una cerilla, dejó caer cera en un plato y pegó con ella la vela. Luego alzó el plato hacia lo alto con ademanes de filósofo griego.
 -Bajen un poco las luces, por favor -dijo el hombre. Un empleado bajó la intensidad de la luz-. Un poco más, por favor.
 Cuando la sala hubo quedado casi a oscuras se vio claramente la llama de la vela. Con el vaso de whisky entre las manos, para calentarlo, miré al hombre y la vela que sostenía en la mano.
 -Como ustedes saben muy bien, el hombre experimenta en el curso de su vida distintos tipos de dolor -dijo en voz baja, pero audible-. Dolor del cuerpo y dolor del alma. Yo, hasta hoy, he experimentado diversas clases de dolor y supongo que ustedes también. Pero estoy seguro de que, en la mayoría de los casos, les ha resultado muy difícil describir con palabras ese dolor a los demás. La gente dice que el dolor sólo lo comprende quien lo sufre. Pero, ¿es eso realmente cierto? Yo no lo creo así. Si alguien, por ejemplo, sufre de verdad ante nuestros ojos, nosotros también podemos sentir su dolor, su sufrimiento en nuestra propia carne. La fuerza de la empatía. ¿Me comprenden? -Hizo una pausa y barrió de nuevo la sala con la mirada-. Creo que las personas cantan porque quieren alcanzar la empatía con los demás. Porque quieren salir de su reducida cáscara y compartir con muchos otros el dolor y la alegría. Pero eso, por supuesto, no es fácil. Por eso esta noche quisiera hacer, por así decirlo, un sencillo experimento de empatía física.
 Todo el mundo miraba al escenario de hito en hito conteniendo el aliento, impacientes por saber qué diablos ocurriría a continuación. En el silencio, el hombre miraba al vacío con la finalidad de hacer una pausa o, quizá, de concentrarse. Luego, sin decir palabra, puso la palma de la mano izquierda sobre la vela y fue acercándola poco a poco a la llama. Un cliente exhaló un sonido que no era ni un suspiro ni un gemido. Pronto se vio cómo el fuego le quemaba la palma de la mano. Incluso parecía oírse el crepitar que producía al abrasarse. Una mujer lanzó un pequeño gemido. Los demás contemplábamos la escena, petrificados. El hombre, con la cara violentamente contraída, soportaba el dolor. "Pero, ¿qué hace?", pensé. "¿Por qué hará una tontería semejante?" Noté cómo se me secaba la boca. Tras permanecer así cinco o seis segundos, apartó despacio la mano de la llama y dejó en el suelo el plato con la vela. Luego juntó las dos manos, apretando la palma derecha contra la izquierda.
 -Como ustedes han podido comprobar, el dolor puede abrasar de forma literal la carne de un hombre -dijo. La voz era idéntica a la de antes: baja, clara y serena. La angustia se había borrado de su rostro. Incluso flotaba en él una pálida sonrisa-. Y ustedes han percibido el dolor que supuestamente sentía yo. Éste es el poder de la empatía.
 Separó entonces despacio las manos que mantenía unidas. Y, de entre ellas, extrajo un fino pañuelo rojo, lo desplegó y lo mostró. Luego extendió los brazos y dirigió las palmas abiertas hacia el público. No mostraban ni rastro de quemaduras. Tras un breve silencio, la gente, aliviada, aplaudió con entusiasmo. Las luces se encendieron y la gente, liberada de la tensión, empezó a hablar animadamente. El hombre, como si nada hubiera sucedido, guardó la guitarra dentro del estuche, bajó del escenario y desapareció". 

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