sábado, 5 de marzo de 2016

"El último mohicano".- James Fenimore Cooper (1789-1851)


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Capítulo VII

 "A todo esto, habíanse olvidado unos y otros del pobre David Lagamme, que atado al árbol se conformaba con contemplar tan tiernas escenas sin salir del atolondramiento en que había caído cuando estalló la lucha.  Pero, al fin, reaccionó el maestro de canto y, dirigiéndose a ellos, les dijo: 
 -Bien está que no me tengan por guerrero, pero que mis hermanos de sangre me dejen en igual situación que los hurones, lo considero como una auténtica afrenta.
 Al hablar, y para que no diese lugar a malas interpretaciones, el músico sonreía, llegando a reír a carcajadas al ver la cara de asombro que pusieron todos al darse cuenta del olvido.
 Ojo de Halcón, como en tantas otras ocasiones, fue el más rápido en reaccionar y en cuatro zancadas se plantó ante él, cortando de un tajo las ramas finas que lo ataban al árbol.
 -Mi buen amigo -le dijo-, esto es consecuencia de vuestra pasividad. Y si queréis un consejo de hombre sabio, no porque haya leído muchos libros, sino por lo mucho que ha vivido, cambiad esa flauta por una pistola y veréis cómo nunca pasáis inadvertido donde quiera que os encontréis.
 -No os falta razón en cuanto a lo de la flauta y lo de la pistola, mas no puedo dárosla con relación a los libros. El hombre acumula en ellos la sabiduría y...
 Cortó el cazador la frase para decirle:
 -¿Me habláis de libros? ¿Me tenéis acaso por un niño que no ha salido del cascarón? ¿Creéis que esta carabina que sostengo en mi mano es una pluma de ganso, mi frasco un tintero y mi morral algún pañuelo para llevar la merienda al colegio? ¿Qué necesidad tiene de libros un hombre que es, como yo, un guerrero de la selva? Yo no he leído jamás sino uno solo y las palabras que están escritas en él son demasiado claras y sencillas para que necesiten comentarios. ¡Cuarenta años hace que leo en el mismo libro!
 -¿Y cómo se titula? -preguntó el maestro de canto, que no llegó a entender el sentido que su amigo daba a las palabras.
 -Está abierto delante de vuestros ojos; su dueño no es nada avaro y permite que lo lean todos. Yo he oído decir que hay gente que necesita de los libros para convencerse de que existe Dios. Si hay alguno que dude, no tiene más que seguirme de sol a sol por lo más retirado del bosque, y yo le haré ver bastante para persuadirle de que es un loco, que su mayor locura consiste en intentar elevarse al nivel de un Ser cuya bondad y poder no podrá jamás igualar.
 Iba a responder el maestro de canto, que también era amigo de los discursos ampulosos, cuando llegaron junto a él las dos hermanas y Duncan Heyward para saludarlo y pedirle excusas por su injustificable olvido.
 David, con un ademán entre cómico y respetuoso, simuló besar las manos de Alicia y de Cora, y luego estrechó la del comandante.
 -¡Ay, es tanta mi alegría que no hay espacio en mi alma para el rencor! Además, ¿no soy, acaso, un advenedizo en el grupo? ¿Qué derechos puedo reclamar?
 -Los de un amigo y un hombre valiente. Os vi luchar con aquel hurón y en nada teníais que envidiarme, os lo aseguro.
 Estaba envaneciéndose el maestro de canto como un pavo real, cuando llegó junto a ellos Chingachguck, el rostro imperturbable, la mirada perdida en el horizonte y, como si no hablase para ellos, dijo:
 -No os ofendáis, pero cuando mi pueblo era una gran tribu, sólo las mujeres hablaban tanto. ¿No es hora de ponernos en camino para estar muy lejos de aquí cuando el sol se haya ocultado?"   

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