miércoles, 30 de marzo de 2016

"Ensayos".- Michel de Montaigne (1533-1592)

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Libro tercero. Capítulo primero.
De lo útil y de lo honroso.

 "Nada digo yo a uno que a otro confesar no pueda, la ocasión llegada; el acento exclusivamente cambiará un poco; yo no comunico de las cosas sino las que son indiferentes o conocidas, o las que delante de todos pueden formularse; ni hay utilidad humana que a mentirlas pueda empujarme. Lo que a mi silencio se confiara guárdolo religiosamente, pero me encargo de custodiar lo menos posible por ser de un reservar importuno los secretos de los príncipes a quien de ellos nada tiene que hacer. Yo me atendría de buen grado a esta condición: que me encomienden poco, pero que confíen resueltamente en lo que les muestro. Siempre he sabido más de lo que he querido. Un hablar abierto y franco descubre otro hablar y lo saca afuera, como hacen el vino y el amor. Filipides, a mi ver, contestó prudentemente al rey Lisímaco, que le decía: "¿Qué quieres que de mis bienes te comunique?" "Lo que te parezca, con tal de que no me encomiendes ningún secreto". Yo veo que todos se sublevan cuando se les oculta el fondo de los negocios en los que se les emplea, y cuando se aparta de sus miradas el sentido más remoto. Por lo que a mí toca, me contento con que no se me diga más de lo que se quiere que manifieste, y no quiere que mi ciencia sobrepuje y contradiga mis palabras. Si yo debo servir de instrumento al engaño, que al menos sea dejando mi conciencia a salvo; no quiero ser tenido por servidor tan afecto y tan leal que se me reconozca apto para vender a nadie; quien es infiel para consigo mismo lo es también fácilmente para su dueño. Pero son príncipes que no aceptan a los hombres a medias y que menosprecian los servicios limitados y acondicionados. Así pues, no hay remedio posible y yo les declaro francamente mis linderos, pues sólo de mi razón debo ser esclavo, y aun a esto no me resigno fácilmente. También los soberanos se engañan al exigir de un hombre libre una sujeción y una obligación tales para su servicio que aquél a quien elevaron y compraron tiene su fortuna particularmente comprometida con la de ellos. Las leyes quitáronme de encima un gran peso considerándome como de un partido y habiéndole dado un señor; toda superioridad y obligación distintas deben con ésta relacionarse y resolverla. Lo cual no significa que, si mis afecciones me hicieran conducir de distinto modo, yo cortara incontenenti por lo sano; la voluntad y los deseos se procuran leyes por sí mismos; las acciones las reciben de la pública ordenanza.
 Este proceder mío se encuentra algo alejado de nuestras usanzas, pero no serviría para producir grandes efectos ni persistiría tampoco. La inocencia misma, no podría en los momentos actuales ni negociar entre nosotros sin disimulo, ni comerciar sin mentira, de suerte que en manera alguna son de mi cuerda las ocupaciones públicas; lo que mi estado requiere de éstas provéolo de la manera más privada que me es dable. Cuando niño me zambulleron en ellas hasta las orejas y así aconteció que me desprendí tan a los comienzos. Después evité frecuentemente el inmiscuirme; rara vez las acepté y no los solicité jamás. Viví con la espalda vuelta a la ambición, como los remeros que avanzan de ese modo a reculones, [...] Los que comúnmente aseguran, contra mi dictamen, que lo que yo llamo franqueza, simplicidad e ingenuidad en mis costumbres es arte y refinamiento, y más bien prudencia que bondad, industria que naturaleza y buen sentido que sino dichoso, suminístranme más honor del que me quitan; mas por descontado llevan mi fineza a un gran extremo. [...] La vía de la verdad es una y simple; la del provecho particular y la de la comodidad de los negocios que a cargo se tienen doble, desigual y fortuita. No son nuevas para mí esas licencias artificiales y contrahechas que casi nunca el éxito corona, las cuales muestran a las claras la imagen del asno de Esopo, que, por emulación del perro, se lanzó alegremente con las patas delanteras sobre los hombros de su amo; pero, en vez de las prodigadas caricias del can, el asno recibió paliza doble [...]. Yo no quiero, sin embargo, apartar a las malas artes del rango que les pertenece; esto sería mal comprender el mundo; yo sé que el engaño sirvió frecuentemente de provecho y que mantiene y alimenta la mayor parte de los oficios de los hombres. Vicios hay legítimos, como acciones buenas y excusables ilegítimas".   

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