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"[...] las curaciones de bestias en los suburbios, los movimientos de multitudes ante los esquiladores, los poceros y los castradores; las especulaciones al soplo de las cosechas y la ventilación de hierbas, en la punta de las horquillas, sobre los techos; las construcciones de murallas de tierra cocida y rosa, de escalonados secadores de viandas, de galerías para los sacerdotes, de capitanías; los patios inmensos del veterinario; las duras prestaciones para el mantenimiento de los caminos arrieros, de senderos en espiral en las gargantas; las fundaciones de hospicios en lugares incultos; las escrituras a la llegada de las caravanas y los licenciamientos de escoltas, en los barrios de los cambistas; las popularidades nacientes bajo el tejadillo, ante las tinas de fritada; el protesto de títulos de deuda; las destrucciones de bestias albinas, de blancos gusanos subterráneos, las hogueras de zarzas y de espinos en los lugares contaminados de muerte, la fabricación de un hermoso pan de cebada y sésamo, o de escanda; y el vaho de los hombres en todos los lugares...
¡Ah! Toda suerte de hombres en sus vías y maneras: ¡comedores de insectos, de frutos acuosos; portadores de emplastos, de riquezas!, el agricultor y el adalingue, el acupuntor y el salinero; el peajero, el herrero; mercaderes de azúcar de canela; de copas para beber en metal blanco y lámparas de cuerno; el que hace un vestido de cuero, sandalias de madera y botones en forma de aceituna: el que da a la tierra sus obras; y el hombre de ningún oficio: hombre del halcón, hombre de la flauta, hombre de las abejas; el que halla su placer en el timbre de su voz, el que encuentra su empleo en la contemplación de una piedra verde; el que hace arder para su regocijo un fuego de cortezas sobre su techo; el que hace en tierra un lecho de hojas aromáticas, y sobre él se tiende y reposa; el que piensa en dibujos de cerámica verdes para estanques de aguas vivas; y el que hace viajes y sueña con partir de nuevo; el que ha vivido en un país de muchas lluvias; el que juega a los dados, a la taba, al juego de los cubiletes; o el que ha desplegado sobre el suelo sus tablas de cálculo; el que tiene ideas sobre la utilización de una calabaza; el que arrastra un águila muerta como un haz de ramas tras sus pasos (y la pluma es donada, no vendida, para el empenachado de los cercos); el que recoge el polen en un vaso de madera (y mi placer, dice, está en este color amarillo); el que come buñuelos, gusanos de palma, frambuesas; el que ama el sabor del estragón; el que sueña con un pimiento; o también el que masca una goma fósil, el que lleva una concha a su oído y el que espía el perfume del genio en las grietas frescas de la piedra; el que piensa en el cuerpo de mujer, hombre libidinoso; el que ve su alma en el reflejo de una cuchilla; el hombre versado en las ciencias, en la onomástica; el hombre favorito en los consejos, el que bautiza las fuentes, dona bancos bajo los árboles, lanas teñidas para los sabios; y hace empotrar en las encrucijadas muy grandes cuencos de bronce para la sed; aún mejor, el que no hace nada, tal hombre y tal en sus maneras, ¡y tantos otros todavía!, los recogedores de codornices en los repliegues del terreno, los que cosechan en las malezas los huevos con pintas verdes, los que se apean del caballo para recoger cosas, ágatas, una piedra azul pálido que tallan a la entrada de los arrabales (a manera de estuches, tabaqueras y broches, o de bolas para rodar en las manos de los paralíticos): los que, silbando, pintan cofrecillos al aire libre, el hombre del bastón de marfil, el hombre de la silla de mimbre, el ermitaño adornado con manos de niña y el guerrero licenciado que ha plantado su lanza en su umbral para atar de ella un mono... ¡ah!, ¡toda suerte de hombres en sus vías y maneras! y, de repente, aparecido en sus ropas de noche y zanjando a la redonda toda cuestión de precedencia, el Cuentista que toma sitio al pie del terebinto..."
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