I
"El justo medio, en donde reposa la virtud, es siempre el blanco del sabio y éste no se detiene hasta llegar a él; pero nunca se propone el pasar más adelante.
Huir del mundo y los honores, no manifestarse a los hombres, no ser tampoco conocido de ellos; no experimentar, no obstante, algún sentimiento de tristeza de tan profunda obscuridad, no arrepentirse jamás de haberse condenado a ella; este esfuerzo, superior a la común naturaleza, no se halla sino en las almas privilegiadas.
II
No faltan gentes que siguiendo siempre, yo no sé qué virtudes extraordinarias y secretas, traspasan los justos límites del bien. Enamorados de una vana celebridad intentan saber lo que la inteligencia humana no puede comprehender, y no quieren hacer sino cosas prodigiosas. Yo no ambiciono tan alta sabiduría y me contento con conocer, y hacer, lo que generalmente conviene hacer y conocer. [...]
V
El que sinceramente y de buena fe mide a los otros por sí mismo, obedece a esta ley de la naturaleza impresa en su corazón, la cual le dicta el no hacer a los otros lo que no quisiera que le hicieran a él y hacer a los otros lo que quisiera que le hicieran a él. [...]
XI
De este modo las pasiones del alma, como son la alegría en la prosperidad, la indignación que inspira la desgracia, el dolor que hacen sufrir las pérdidas, el placer que causa el goce de lo que por largo tiempo se había deseado, antes de tomar fuerzas y manifestarse en las acciones, se hallan todavía en un justo equilibrio, y en un estado de indiferencia hacia el exceso o hacia la falta.
Pero luego que ellas llegan finalmente hasta el punto indicado por la recta razón, forman el feliz acuerdo de las pasiones entre ellas, y con la misma razón. En equilibrio, pues, ellas son el gran principio de todas las bellas acciones, y de concierto con la razón son la regla universal del mundo y la primera ley del género humano. [...]
XXXII
Cuatro reglas dirigen al hombre perfecto, ¡y yo no puedo observar exactamente ni una sola! Yo no tengo a mi padre la misma obediencia que prescribo a mis hijos; yo no sirvo al Príncipe con la misma fidelidad que aquélla que exijo de mis súbditos; yo no tengo el mismo respeto a mi hermano mayor que el que pretendo del más chico; yo no puedo volver a mi amigo los deberes que querría suponerle de adivinar sus ideas, y manifestarle en todo mi deferencia.
Pero el hombre perfecto practica estas virtudes y cada día renueva su ejercicio. Es circunspecto en sus mínimas palabras: y si cae en alguna falta y no cumple con todas las obligaciones que se ha prescrito, se hace violencia a sí mismo para conseguir su desempeño. Si le viene a la boca una demasiada afluencia de palabras, sabe contener una parte de ellas; y severo censor de sí mismo, quiere que sus discursos correspondan a sus obras y que sus obras correspondan a sus discursos. Con semejantes virtudes, ¿cómo dejaría de ser estable y constante? Yo me esfuerzo para imitarlo, sigo sus huellas, desde lejos, es verdad; pero, al fin, yo le sigo".
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