"Cuando todos estábamos sentados y nos habían servido una taza de té, el general expuso el asunto de una manera bastante clara y prolija.
-Y ahora, señores -continuó-, tenemos que decidir qué actitud hay que tomar con respecto a los insurgentes: ¿ofensiva o defensiva? Cada uno de estos procedimientos tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La acción ofensiva da más posibilidades de una rápida exterminación del enemigo; la acción defensiva es más segura y supone menos riesgo... Bien, señores, empecemos a recoger votos de acuerdo con el orden jerárquico, es decir, empezando por los grados inferiores. Señor alférez -añadió dirigiéndose a mí-, tenga la bondad de exponernos su opinión.
Me levanté, y después de describir en breves palabras a Pugachov y a sus secuaces, afirmé que no estaba en condiciones de resistir el ataque de un ejército regular.
Mi punto de vista fue recibido por los funcionarios con abierta desconfianza. Veían en él la imprudencia y la audacia de un joven. Se levantó un rumor y pude oír la palabra "mocoso" pronunciada por alguien a media voz. El general se volvió hacia mí y dijo con una sonrisa:
-Señor alférez, en los consejos militares los primeros votos suelen ser a favor de una ofensiva; es el orden tradicional. Ahora vamos a continuar la votación. Señor consejero colegiado, díganos por favor su opinión.
El viejecito del caftán de glasé terminó apresuradamente su tercera taza de té, mezclado con ron en una proporción considerable, y contestó al general:
-Yo creo, excelencia, que no nos conviene ni la ofensiva ni la defensiva.
-Entonces, ¿qué podemos hacer? -repuso asombrado el general-. La táctica no nos ofrece más posibilidades: o es acción defensiva o es acción ofensiva...
-Excelencia, existe también la acción sobornativa, je, je. Su opinión es muy razonable. Los movimientos sobornativos están previstos por la táctica y podemos aprovechar su sugerencia. Podríamos ofrecer por la cabeza del sinvergüenza... unos setenta... o hasta cien rublos... de los fondos secretos...
-Y entonces -interrumpió el jefe de la aduana-, o yo soy un carnero de Kirguisia y no un consejero colegiado, o estos bandidos nos entregan a su cabecilla atado de pies y manos.
-Esto ya lo pensaremos y lo hablaremos -contestó el general-. Pero, en cualquier caso, tenemos que tomar medidas militares. Señores, hagan el favor de expresar su opinión según el orden establecido.
Todas las opiniones resultaron contrarias a la mía. Los funcionarios hablaban de que el ejército no era de fiar, de la incertidumbre de la victoria, de prudencia y de otras cosas por el estilo. Todos opinaban que era más razonable quedarse al amparo de los cañones, detrás de una sólida muralla de piedra, que probar suerte con las armas en campo abierto. Por fin, una vez oídas las consideraciones de los presentes, el general sacudió la ceniza de su pipa y pronunció el siguiente discurso:
-Señores, tengo que comunicarles que, por mi parte, estoy completamente de acuerdo con la opinión del señor alférez, ya que este punto de vista está basado en las reglas de la táctica más razonable, que casi siempre prefiere la acción ofensiva a la defensiva.
Aquí se detuvo y se puso a llenar su pipa. Mi amor propio estaba plenamente satisfecho. Eché una mirada orgullosa a los funcionarios, que empezaron a hablar entre sí a media voz con aspecto descontento y alarmado.
-Sin
embargo, señores míos -continuó el general haciendo una profunda inspiración y
luego exhalando una nube de humo-, no me atrevo a asumir una
responsabilidad tan grande cuando se trata de las provincias a mí encomendadas
por su alteza, nuestra señora la zarina. Por lo tanto, estoy de acuerdo con la
mayoría de los votos, que ha decidido que lo más razonable y seguro es esperar
el cerco dentro de la ciudad y rechazar los ataques del enemigo por medio de
la artillería y, si nos resulta posible, haciendo algunas salidas".
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