domingo, 13 de marzo de 2016

"Cumbres borrascosas".- Emily Brontë (1818-1848)


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Capítulo V

 "Verdaderamente, Catalina era la niña más caprichosa y traviesa que yo haya visto jamás y nos hacía perder la paciencia mil veces al día. Desde que se levantaba hasta que se acostaba, no nos dejaba estar un minuto tranquilos. Tenía el genio siempre pronto a la disputa y no daba nunca paz a la boca. Cantaba, reía y se burlaba de todo el que no hiciese lo mismo que ella. De todos modos, creo que no tenía malos sentimientos porque cuando hacía sufrir a alguien mucho se apresuraba a acudir a su lado para consolarle. Pero tenía hacia Heathcliff  un excesivo afecto. No podía aplicársele castigo mayor que separarla de él, a pesar de que siempre estaban regañándola por su culpa. Cuando jugaba, le gustaba hacer de señora, y usaba las manos más de la cuenta para imponer su autoridad. Quería hacer igual conmigo, pero yo le hice saber que no estaba dispuesta a soportar ni sus golpes ni sus órdenes.
 El señor Earnshaw no soportaba juegos. Siempre había sido severo con sus hijos y Catalina no acertaba a explicarse por qué en su ancianidad era más regañón que antes. Parecía sentir un perverso placer en provocarle. Era más feliz que nunca cuando todos la rodeábamos reprochándola, porque podía mirarnos replicándonos con mordacidad, haciendo burla de las piadosas invocaciones de José, buscándonos las vueltas y, en suma, haciendo lo que más desagradaba a su padre. Además, obraba como si estuviera interesada en demostrar que tenía más imperio sobre Heathcliff, a despecho de su insolencia, que su padre con todas sus bondades hacia él. Después de hacer durante el día todo el mal que le era posible, al llegar la noche, acudía a su padre mimosamente, queriendo reconciliarse con él a fuerza de mimos.
 -Vete, vete, Catalina -decía el anciano-, no me es posible quererte. Eres todavía peor que tu hermano. Anda, vete a rezar y pide a Dios que te perdone. Mucho temo que haya de pesarnos a tu madre y a mí el haberte dado el ser.
 Al principio, estos razonamientos la hacían llorar pero, luego, se habituó a ellos y se echaba a reír cuando su padre le mandaba que pidiese perdón por sus maldades.
 Al fin llego el momento de que terminasen los dolores del señor Earnshaw en la tierra. Murió una noche de octubre, plácidamente, estando sentado en su sillón al lado del fuego. Soplaba un fuerte viento en torno a la casa y resonaba en el cañón de la chimenea. Era un aire violento y tempestuoso, pero no frío. Todos estábamos juntos; yo, un poco apartada de la lumbre, haciendo calceta, y José leyendo la Biblia. Los criados, entonces, una vez que terminaban sus faenas, solían reunirse en el salón con los señores. La señorita Catalina estaba pacífica porque había pasado una enfermedad recientemente y permanecía apoyada en las rodillas de su padre. Heathcliff se había tumbado en el suelo, con la cabeza encima del regazo de Catalina. El amo, según recuerdo bien, antes de caer en el sopor de que no debía salir, acariciaba la hermosa cabellera de la muchacha y, extrañado de verla tan juiciosa, decía:
 -¿Por qué no has de ser siempre buena?
 Ella le miró y, riendo, le contestó:
 -¿Y usted, padre, por qué no había de ser siempre bueno?
 Después, viendo que se disgustaba, le besó la mano y le dijo que iba a cantar para que se adormeciese. Empezó, en efecto, a cantar en voz baja. Al cabo de un rato, los dedos del anciano abandonaron los cabellos de la niña y reclinó la cabeza sobre el pecho. Mandé a Catalina que callara y que no se moviera para no despertar al amo. Durante más de media hora permanecimos en silencio y aún hubiéramos seguido más tiempo así a no haberse levantado José diciendo que era hora de despertar al señor para rezar y acostarse. Se adelantó, le llamó y le tocó en el hombro mas, notando que no se movía, cogió la vela y le miró. Cuando apartó la luz comprendí que pasaba algo anormal. Cogió a cada niño por un brazo y les dijo, en voz baja, que subiesen a su cuarto y rezasen solos, porque él tenía mucho que hacer aquella noche antes de retirarse".

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