jueves, 17 de marzo de 2016

"Toda la belleza del mundo".- Jaroslav Seifert (1901-1986)


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25.- El primer amor

 "En la época en que no se podía ni pensar en la enseñanza mixta, en nuestro instituto estudiaban, en una clase inferior, cuatro chicas. Eran guapísimas. Nosotros, los de las clases superiores, teníamos prohibido relacionarnos con ellas. Nos lo habían ordenado. Las muchachas no salían de su clase ni durante el descanso. Sólo las solíamos ver cuando alguien abría la puerta. Antes de cerrarla, les mandábamos besos y ellas se reían. Las cuatro estaban sentadas en la última fila, como unas gallinitas encaramadas a la percha. Al cabo de unos años se quedaron con cada una de ellas nuestros compañeros de instituto mayores que nosotros. A una de ellas la mató de un disparo un tirador imprudente en la barricada de mayo. Ahora me gusta recordar sus caras bonitas y amistosas. Embellecieron nuestros años escolares, no siempre muy agradables. [...]
 Cuando la primavera llena todos los caminos de Petfin con su aire perfumado, no sé qué tema sería más conveniente para un joven que el de pensar en las muchachas. Mentalmente, yo abrazaba a las cuatro muchachas del instituto. Una tras otra, según me iba enamorando. Pero no sólo amaba a éstas sino a muchas otras de aquellas chicas que no podía dejar pasar por la calle sin volverme y que me sonreían. 
 En la primavera todas las chicas parecen hechas de aire y de perfume, aligeradas por la brisa como para ir a bailar. Resplandecen con colores nuevos y frescos. Son especialmente dulces y, al mismo tiempo, frágiles como unas preciosas muñecas de porcelana que nunca dejan de sonreír. Sobre el respaldo del banco, todo cubierto de inscripciones, yo escribía a veces cartas enteras con la uña. [...]
 El compañero que estaba sentado a mi lado en el instituto me contó que había una pequeña callejuela en Mala Strana, que se llamaba Umrlcí [Del muerto], donde hay unas cuantas casas de citas con rameras. Según él, las chicas no podían salir de allí, estaban estrictamente vigiladas. Los que más iban allí eran los soldados húngaros. Las señoritas, que así las llamaban, llevaban ropa interior, sentaban a los soldados sobre la falda y los soldados las besaban cuando les apetecía. El compañero no sabía nada más. Estrechándole la mano, le juré que no revelaría nada.
 Eran los últimos meses de la guerra y Praga estaba llena de soldados húngaros.
 Rápidamente, al día siguiente, me dirigí a Mala Strana. Un poco por curiosidad y un poco por otra cosa. [...] El corazón me palpitaba con violencia. [...] Era la callejuela Umrlcí porque, tiempo atrás, pasaban por allí los cortejos fúnebres que iban al cementerio. El nombre le quedó, aunque el cementerio había desaparecido hacía tiempo. Era corta y estrecha.
 ¡Y desierta! No había nadie. Subí a lo largo de las casas y miré con curiosidad las ventanas de la planta baja. En ninguna parte se movió la sucia cortina. Seguramente la primera hora de la tarde no era el momento del amor. Tal vez las chicas dormían la siesta. En la colina, me volví con decepción y bajé otra vez. Al llegar a la última casa de abajo, oí unos suaves golpecitos en la ventana. Miré hacia allí. La cortina se corrió y al lado de la ventana había una chica con una trenza morena sobre el hombro. Me quedé petrificado de sorpresa.
 Cuando se dio cuenta de mi mirada de espanto, sonrió y me dijo algo. Pero yo no oí su voz a través del cristal [...] Miré otra vez, ahora con más tranquilidad, a la ventana cerrada. La chica era bonita; al menos, así me lo parecía. Me sonreía amablemente y yo dejé de sentirme asustado. Cuando reconoció mi tímida vacilación, con un solo gesto se desabrochó la blusa blanca. Creo que me puse pálido del susto y que, después, se me subió toda la sangre a las mejillas, mientras que miraba intimidado los desnudos pechos de la muchacha. Me quedé allí, perplejo, como si a mi lado hubiese caído un rayo. La chica sonreía y yo me tambaleaba. Todo aquello duró solo unos segundos. Mientras tanto, la muchacha se volvió a abrochar, muy lentamente, y con un gesto de la mano me invitaba a entrar. Luego, la cortina se cerró. Emprendí una confusa huida". 

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