miércoles, 7 de enero de 2015

"Los orígenes de la civilización".- Vere Gordon Childe (1892-1957)


  

"El control del fuego fue, presumiblemente, el primer gran paso en la emancipación del hombre respecto de la servidumbre a su medio ambiente. Calentado por las ascuas, el hombre pudo soportar las noches frías y pudo penetrar en las regiones templadas, incluso en las árticas. Las llamas le dieron luz en la noche y le permitieron explorar los lugares recónditos de las cavernas que le daban abrigo. El fuego ahuyentó a otras bestias salvajes. Por el cocimiento, se hicieron comestibles substancias que no lo eran en su estado natural. El hombre ya no tuvo que limitar sus movimientos a un tipo restringido de clima, y sus actividades no quedaron determinadas necesariamente por la luz del sol.
 Ahora bien, al controlar el fuego, el hombre dominó una fuerza física poderosa y un destacado agente químico. Por primera vez en la historia, una criatura de la naturaleza pudo dirigir una de las grandes fuerzas naturales. Y el ejercicio del poder reaccionó sobre quien lo ejercía. El espectáculo de la brillante flama desintegrando a su vista una rama seca, cuando era introducida en las ascuas ardientes y de su transformación en finas cenizas y humo, debió estimular al rudimentario cerebro del hombre. No podemos saber qué cosas le sugerían estos fenómenos. Pero, alimentando y apagando el fuego, transportándolo y utilizándolo, el hombre se desvió revolucionariamente de la conducta de los otros animales. De este modo, afirmó su humanidad y se hizo a sí mismo.
  Al principio, desde luego, el hombre aprovechó y mantuvo los fuegos que ya encontraba encendidos, producidos por los rayos o por otros agentes naturales. Esto ya supone alguna ciencia: observación y comparación de experiencias. El hombre tuvo que aprender cuáles eran los efectos del fuego, lo que podía "comer" y así sucesivamente. Y, guardando y preservando las llamas, el hombre hizo acopio de conocimientos. Los fuegos sagrados que nunca se apagaban, como el fuego de Vesta en Roma, fueron mantenidos como ritos por muchos pueblos antiguos y por los modernos salvajes. Es de presumir que se trata de supervivencias y reminiscencias de la época en la cual el hombre todavía no aprendía a producir el fuego a voluntad.
 No conocemos con certeza cuándo fue hecho este descubrimiento. Los pueblos salvajes producen el fuego por la chispa que resulta al golpear el pedernal contra un trozo de pirita de hierro o de hematites, por la fricción entre dos pedazos de madera, o por el calor generado al comprimir aire en un tubo de bambú. La primera forma ya era empleada en Europa durante la última Edad del Hielo. Diversas modificaciones en el procedimiento de producir la fricción (arados de fuego, taladros de fuego y otros) son comunes entre los salvajes de las distintas partes del mundo moderno y se encuentran mencionadas en las literaturas antiguas. La variedad de procedimientos utilizados para encender el fuego indica, tal vez, que el descubrimiento es relativamente tardío en la historia humana, cuando nuestra especie ya se había desperdigado en grupos aislados.
  En todo caso, el descubrimiento tuvo una importancia capital. El hombre pudo, a partir de entonces, no sólo controlar sino también iniciar el enigmático proceso de la combustión, el grande y misterioso proceso del calor. Se convirtió conscientemente en un creador. La evocación de la llama producida por dos garrotes, o por el pedernal, la pirita, o la yesca, le debe haber producido la impresión de que surgía de la nada. Cuando era un acontecimiento menos familiar, debió haber tenido un efecto muy estimulante; cada uno de nosotros puede haber experimentado la sensación de ser un creador al producir el fuego".

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