sábado, 17 de enero de 2015

"Temor y temblor".- Soren Kierkegaard (1813-1855)


  

"Lo ético es lo general, y como tal, también lo divino. Por eso se puede decir con razón que todo deber es, en el fondo, deber para con Dios; una vez afirmado esto, puedo añadir que, hablando con propiedad, no tengo ningún deber para con Dios. El deber es tal deber cuando se refiere a Dios pero en el deber en sí no entro en relación con Dios sino con el prójimo a quien amo. Si, en esta circunstancia, afirmo que tengo el deber de amar a Dios estaré simplemente cayendo en una tautología pues Dios está tomado en el sentido totalmente abstracto de lo divino, es decir, de lo general, o sea, del deber. De este modo la existencia integral de la especie humana se cierra en sí misma adoptando la forma de una esfera perfecta, convirtiéndose lo ético en continente y contenido al mismo tiempo. Dios pasa a ser entonces un punto invisible de convergencia, una idea desvaída, cuyo poder sólo reposa en la ética que se refiere a la existencia externa. Y si alguien trata de amar a Dios de manera diferente a la que acabamos de indicar, estará esforzándose en vano pues amará a un fantasma que de poder hablar le diría: "No te estoy pidiendo tu amor; limítate a continuar bien en cualquier otra cosa de la especie, comete un pecado y sumérgete en la Anfaegtelse. Existe una interioridad inconmesurable con lo exterior y donde estás". Si alguien se imaginara estar amando de otra manera, su amor resultaría tan sospechoso como ese amor del que habla Rousseau: un hombre amaba a los paganos en lugar de amar a su prójimo.  [...]
 En la concepción ética de la vida, la tarea del Particular consiste en despojarse de su interioridad para expresarla en algo exterior. Y cada vez que el Particular se echa atrás ante esa tarea, cada vez que trata de eximirse de ella o intenta colarse de nuevo, a hurtadillas, en el estado de espíritu de la interioridad, o en ella, reside la paradoja de la fe. Se trata de una interioridad [...] nueva; una circunstancia que no debemos pasar por alto. La nueva filosofía se ha permitido, sin la menor vacilación, substituir pura y simplemente la fe por lo inmediato. Pero cuando se obra así, resulta luego ridículo negar que la fe ha existido siempre. De este modo entra la fe en el más vulgar de los compadrazgos con el sentimiento, el estado de ánimo, la idiosincrasia, los vapeurs y etcétera. En este sentido puede muy bien tener razón la filosofía cuando dice que no hay que detenerse en la fe".

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