viernes, 30 de enero de 2015

"Los doce Césares".- Cayo Suetonio (70 - 126)

 

"LI.- [Nerón Claudio] Era de mediana estatura; tenía el cuerpo cubierto de manchas y hedía; los cabellos eran rubios, la faz más bella que agradable; los ojos azules y la vista débil; robusto el cuello, el vientre abultado, las piernas sumamente delgadas y el temperamento vigoroso. A pesar de sus desenfrenados excesos, sólo se encontró indispuesto tres veces en el espacio de catorce años, y en ellas ni siquiera tuvo que abstenerse del vino ni que variar nada de sus costumbres. No se cuidaba del traje ni apostura y durante su permanencia en Acaya se le vio dejar caer por detrás el cabello, que llevaba siempre rizado en bucles simétricos; se presentó muchas veces en público con trajes de festín, un pañuelo en torno al cuello, sin cinturón y descalzo.
 LII.-Ensayó en su infancia todas las artes liberales pero su madre le disuadió del estudio de la filosofía que, en su opinión, no podía menos que perjudicar a un príncipe destinado a reinar; su preceptor Séneca le prohibió que leyese a los autores antiguos, con objeto de que su discípulo fijara sólo en él su admiración. Se aficionó a la poesía y compuso sin dificultad ni trabajo algunas obras en verso. No es cierto, como se ha pretendido, que diese por suyos los de otro. He tenido en las manos tablillas con versos suyos, fáciles de reconocer y enteramente de su puño. Veíase claramente que no eran copiados ni escritos al dictado de otro sino que eran laborioso fruto de su pensamiento, tantas correcciones y raspaduras tenían. Mostró asimismo gran afición a la pintura y, especialmente, a la escultura.
 LIII.-Ansioso de popularidad, se hacía al punto rival de todo el que, por cualquier medio, se atraía el favor de la multitud. Era creencia común que, no contento con sus triunfos en el teatro, había de descender en el próximo lustro a la arena olímpica con los atletas. Ejercitábase, en efecto, asiduamente en la lucha y en todas las ciudades de Grecia en las que asistió a los juegos gímnicos, lo hizo a la manera de los jueces, sentándose en el suelo en el estadio, y viendo alejarse del centro una pareja de luchadores, corrió a cogerlos y a traerlos a su puesto. Como le comparaban con Apolo por el canto y con el Sol por su destreza en conducir carros, quiso imitar también las hazañas de Hércules; y se dice que le habían domesticado un león con el que debía luchar en el Anfiteatro y matarle con la maza o ahogarle entre los brazos ante el pueblo.
 LIV.-Al término de su vida hizo voto solemne, si triunfaba de sus enemigos, de tocar el órgano hidráulico, la flauta y la gaita durante los juegos que se habrían de celebrar por la victoria; prometió también figurar como histrión el último día de ellas y bailar el Turnus de Virgilio. Y no falta quien dice que hizo perecer al cómico Paris como adversario demasiado temible.
 LV.-Deplorable manía era en él el deseo de perpetuar su memoria, la cual le llevó a cambiar el nombre a muchas cosas y muchas ciudades para sustituirlos con el suyo; llamó Neronniano al mes de abril, y quería que Roma se llamase Nerópolis.
 LVI.-Mostraba un profundo desprecio por los cultos, exceptuando el de la diosa de Siria; pero terminó por burlarse de él también, hasta el punto de orinar sobre su estatua cuando se entregó a otra superstición que fue la única en que persistió. Consistía ésta en venerar una muñeca que le había regalado un hombre del pueblo, a quien no conocía, como amuleto contra las celadas de sus enemigos. Fue descubierta poco después una conspiración, y con este motivo hizo de aquella muñeca su divinidad suprema, la honró con tres sacrificios por día y quiso que se creyese que le presagiaba el porvenir. Pocos meses antes de su muerte empezó a observar las entrañas de las víctimas, sin obtener jamás ningún augurio feliz.
 LVII.-Murió a los treinta y dos años de edad, en el mismo día en que en otro tiempo había hecho perecer a Octavia. El regocijo público fue tal, que la mayoría de los hombres del pueblo corrían por toda Roma cubiertos con el gorro de los libertos".

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