sábado, 24 de enero de 2015

"Cartas persas".- Barón de Montesquieu (1689-1755)

 

"Carta LVIII
Rica a Redi, en Venecia
 
 En París, querido Redi, hay muchos oficios. Aquí un sujeto servicial por un poco de dinero te ofrece el secreto de hacer oro. Otro te promete hacer que duermas con los espíritus aéreos con que te prives de hablar con mujeres no más que por espacio de treinta años. Toparás con adivinos tan inteligentes que te contarán todos los sucesos de tu vida con sólo un cuarto de hora que tengan de conversación con tus criados.
 Mujeres muy diestras convierten la virginidad en una flor que todos los días muere y renace, y a las cien veces se coge con más dolor que la primera. Otras hay que deshaciendo a poder de su arte todos los agravios del tiempo, saben restablecer en una cara una hermosura decadente, y cogiendo a una mujer en el ápice de la vejez hacerla bajar hasta la más florida juventud.
 Todo esto vive o hace por vivir en una ciudad que es madre de la invención. Las rentas de sus vecinos no se arriendan, que sólo consisten en habilidad y maña, y cada uno tiene la suya, a la que da cuanto valor puede.
 Quien pudiese contar todos los molalíes que aquí andan a caza de las rentas de una mezquita, contaría las arenas del mar y los esclavos de nuestro monarca. Infinidad de maestros de lenguas, artes y ciencias enseñan lo que no saben: habilidad muy particular, porque poco ingenio se requiere para enseñar uno lo que sabe, pero es menester tenerla muy grande para enseñar lo que ignora.
 Aquí es imposible morirse como no sea de repente; de otro modo no puede asaltar a nadie la muerte, que a cada esquina hay quien vende antídotos infalibles contra todas las dolencias imaginables. Las tiendas están todas tendidas con invisibles redes donde se prenden todos los compradores. No obstante algunas veces salen de ellas a poca costa, y una mercadera muchacha está halagando una hora a un hombre para que compre un mazo de mondadientes.
 Todos cuantos se van de este pueblo son más cautos que cuando vinieron, que a puro dar su caudal a los demás aprenden a guardarle; y éste es el único beneficio que sacan los forasteros de su residencia en esta encantadora ciudad.
                                           De París, a 10 de la luna de Safar, 1714".

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