El árbol enfermo
«Según las estadísticas, la mayoría de las especies arbóreas tienen la capacidad de vivir muchos años. En el bosque cementerio de mi distrito, los propietarios de un árbol siempre me preguntan qué edad podría alcanzar su ejemplar. Por regla general, se trata de hayas o robles y, según los conocimientos actuales, su edad habitual es de 400 a 500 años. Pero ¿qué es una estadística para cada caso individual? Lo mismo que en el ser humano: nada, puesto que el camino prestablecido de un árbol puede cambiar cualquier día por incontables motivos. Su estado de salud depende de la estabilidad del ecosistema del bosque. La temperatura, la humedad y la iluminación no deberían variar nunca de manera brusca, porque los árboles tienen un tiempo de reacción muy lento. Incluso cuando todas las condiciones externas son óptimas, los insectos, hongos, bacterias y virus acechan su oportunidad para atacar en cualquier momento. Básicamente, esto sólo es posible cuando el árbol pierde su equilibrio. En condiciones normales, reparte con exactitud sus fuerzas. Una gran parte se utiliza para la vida diaria. Tiene que respirar, "digerir" los nutrientes, aportar azúcar a sus hongos amigos, crecer un poco cada día y preparar una reserva para defenderse de los organismos dañinos. Esta reserva puede ser activada en cualquier momento y según la especie arbórea contiene una serie de sustancias defensivas. Son los así llamados fitoncidas, los cuales tienen un efecto antibiótico. El biólogo de San Petersburgo, Boris Tokin, describió ya en 1956 lo siguiente: si a una gota de agua contaminada se le añade una gota de agujas de pícea o pino trituradas, en menos de un segundo todos los seres vivos habrán muerto. En el mismo artículo, Tokin afirma que el aire de los bosques jóvenes de pinos prácticamente no contiene gérmenes a causa de los fitoncidas que liberan sus agujas. Así pues, los árboles pueden desinfectar su entorno, pero eso no es todo. Los nogales van aun más allá con la sustancias que contienen sus hojas contra los insectos, las cuales son tan eficaces que lleva a que se recomiende a los amantes de la jardinería que si quieren instalar un agradable banco, lo hagan bajo un nogal, puesto que ahí es donde hay menos probabilidad de que te pique un mosquito. Puedes oler sin dificultad las fitoncidas de las coníferas. Se trata del aromático olor del bosque que se nota especialmente en los cálidos días veraniegos. Si se rompe el delicado equilibrio entre las fuerzas de crecimiento y las defensivas, puede hacer que el árbol enferme. La causa de ello puede ser, por ejemplo, la muerte de un árbol vecino. Súbitamente la copa recibe mucha luz y surge la avaricia por aumentar la fotosíntesis. Esto tiene su razón de ser, ya que sólo una vez cada siglo aparece esta oportunidad. El árbol, que de pronto se encuentra bañado por la luz solar, lo deja todo y se centra en exclusiva en el crecimiento de sus ramas. En realidad, se ve obligado a ello, ya que como sus compañeros de los alrededores hacen lo mismo, el hueco se cierra de nuevo en un corto (para los árboles) período de 20 años. Los brotes aumentan su longitud enseguida y cada año crecen hasta 50 centímetros en lugar de pocos milímetros. Esto tiene un coste en energía, la cual deja de estar disponible para la defensa contra las enfermedades y los parásitos. Si el árbol tiene suerte, todo va bien y para cuando se cierra el hueco, ha aumentado el tamaño de su copa. Entonces hace una pausa y recupera el equilibrio personal de sus fuerzas. ¡Pero pobre de él si durante la locura del crecimiento algo se tuerce! Un hongo que inadvertidamente coloniza la herida de una rama y a través de la madera muerta llega hasta el tronco o un escolitino que picotea casualmente al titán y comprueba que no se produce una reacción defensiva son situaciones que ya han ocurrido. El tronco, en apariencia pletórico de salud, se ve cada vez más afectado porque falta la energía necesaria para la movilización de las sustancias defensivas. Si el ataque es en la copa, se muestran las primeras reacciones. En los árboles de follaje mueren los vitales brotes superiores de manera súbita, de modo que gruesos muñones de las ramas, desnudos de ramas laterales, se alzan hacia el cielo. Las primeras reacciones de las coníferas se muestran en forma de escasas nuevas agujas. Así, los pinos enfermos no muestran tres, sino sólo una o dos generaciones en las ramas, con lo que la copa clarea de forma evidente. En las píceas se produce el efecto de cabello de ángel de forma que las ramitas cuelgan lacias de las ramas más gruesas. Poco después, aparecen grandes calvas en la corteza del tronco. A partir de ahí, el proceso puede ser muy rápido. Como un globo de aire caliente al que se le abre la válvula, en el curso de su muerte, la copa se hunde hacia abajo porque las ramas muertas se parten durante las tormentas invernales. En las píceas se ve mucho mejor ya que la punta marchita de arriba se alza por encima de la parte inferior verde todavía con vida.

Dejando a un lado las enfermedades, muchos árboles sufren heridas a lo largo de su vida. Las causas pueden ser muy diversas, por ejemplo, cuando cae un árbol vecino. En un bosque espeso es inevitable que golpee a los congéneres que tiene cerca.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Obelisco, 2016, en traducción de Margarita Gutiérrez, pp. 139-142. ISBN: 978-84-9111-083-5.]