6.- Mamen
«-Por otra parte, creo que debo contártelo, ayer vino a verme Guadalupe. Me contó la investigación que tenemos ahora mismo entre manos en el grupo. Una investigación en punto muerto y en la que se siente abandonada por los jefes y hasta por el juez.
-Un homicidio, deduzco.
-Es a lo que nos dedicamos. Las bodas, comuniones y bautizos las llevan en otro negociado.
-Cuéntame algo del caso. -Ignoró mi ironía-. Si quieres.
-Una mujer negra, descuartizada y arrojada al contenedor de la basura. Recuperaron los trozos de su cuerpo de dos vertederos distintos. Ni siquiera se sabe quién es, nadie la ha reclamado ni se ha denunciado su desaparición, que nos conste. Creen que podía ser una prostituta sin papeles, un cadáver que a nadie importa.
-Salvo a Guadalupe. Y a ti.
-Más a Guadalupe que a mí, para serte sincera. A fin de cuentas, yo desciendo de esos homo sapiens renegados que cruzaron a Europa hace milenios y se olvidaron de su origen africano.
-¿Por qué te empeñas en ser una cínica?
-¿Me empeño?
-Parece costarte reconocer que la historia te ha dejado tocada.
-Claro que me ha tocado, no tengo una piedra bajo las tetas.
Mamen torció el gesto. No aprobaba mi lenguaje descarnado.
-¿Por qué quieres disimularlo entonces?
-No lo disimulo, te lo estoy reconociendo. Lo que no quiero es engañarte ni generar una falsa impresión sobre las razones por las que vengo a decirte que quiero reincorporarme. No siento una necesidad especial de hacerle justicia a esa desgraciada, en particular, ni siquiera de ser algo así como la campeona, en abstracto, de todos los desgraciados del mundo. Hace tiempo que sé que hay muchos más de los que puedo proteger o confortar, y que siempre los va a seguir habiendo, aunque yo viva mil vidas y en todas ellas no deje de hacer lo que me han enseñado a hacer en ésta. Se trata de otra cosa.
-De qué.
-De que ayer, cuando la buena de Guadalupe me empezó a contar las dificultades del caso, se activaron inmediatamente todas las antenas que llevaban meses dormidas. Que cuando vi las fotos de esa pobre chica de piel oscura, de sus trozos tirados en la basura y en una mesa de autopsias, aparte del escalofrío que pueda sentir una persona normal, me sacudió algo diferente, algo que es sólo mío y de los que son como yo: la necesidad de ponerle nombre a esos pedazos de persona, de ponerle nombre al hijo de puta o los hijos de puta que la trataron como si sólo fuera un trozo de carne, de ponerle nombre también a lo que le hicieron, para que unos tipos o tipas con toga a los que no conozco y a lo peor tampoco entiendo, ni me caen bien, les hagan comerse con patatas todas las cosas feas que la ley le adjudica a quien se permite hacerle a un semejante algo así.
Mamen me miró con una especie de fascinación.
-Me dejas sin habla, sinceramente -murmuró.
-¿Has leído a Procopio de Cesarea?
-¿A quién?
-Procopio. De Cesarea. Siglo VI.
-Palestino por nacimiento, en una ciudad que hoy es una ruina en Israel, funcionario del Imperio bizantino, escribía en griego y vio de primera mano buena parte de las atrocidades de su tiempo. Ha sido una de mis lecturas de estos meses. Una de las más instructivas de mi vida. He subrayado cientos de frases. Hay una que viene muy a propósito. Como tenía tiempo, aparte de subrayarlas me he aprendido unas cuantas. Creo que ésta la recuerdo literal.
-Estoy deseando escucharla.
-"Es la infamia de los nombres, y no la de los hechos en sí, de la que suelen avergonzarse los seres humanos casi siempre".
La sopesó en silencio. E hizo algo más que eso: se la repitió, mentalmente, mientras la anotaba a toda prisa en su libreta.
-Muy interesante. Me la guardo. ¿Siglo VI, dices?
-Procopio había leído a todos los clásicos griegos. Por eso escribía como ellos. En los griegos está ya todo. Luego vinieron Freud y todos esos amigos tuyos a hacer como que inventaban algo.
-Yo no soy muy seguidora de Freud. Lo mío es el rollo cognitivo-conductual, en realidad vengo a hacer lo contrario que él.
-Bueno, en todo caso. Lo que quiero decirte es que yo he aprendido a hacer que la vergüenza de la que huyen los hombres, la vergüenza que viene de los nombres de la infamia, caiga sobre ellos. Que ese es mi lugar en el mundo y que siento que ha llegado el momento de volver a ocuparlo. Medio año lamiéndome las heridas ya es penitencia y humillación suficiente por lo que hice.
El teléfono de Mamen brilló en el bolsillo de su bata.
-Vete, anda -dijo-. Voy a darte el alta, pero si necesitas algo vienes a verme, ¿estamos? Intenta no meterte en líos, cuenta hasta diez antes de sacar la pistola y mantén la calma. Ya te ha pasado varias veces, Manuela, no puedes ir por ahí sacando la artillería como Harry el Sucio, hay que seguir las reglas del juego. En veinte años aquí he visto de todo, querida, pero eran otros tiempos. Ahora no puedes darles collejas a lo novatos ni encañonar a quien te hace la puñeta. Tienes que guardar las formas, por tu propio bien.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2019, pp. 71-74. ISBN: 978-84-233-5572-3.]