Si muero en la
carretera I [De Una broma colosal
(1988)]
«Si muero en la carretera no me pongan flores.
Si en la carretera muero no me pongan flores.
En la carretera no me pongan flores si muero.
No me pongan si muero flores en la carretera.
No me pongan en la carretera flores si muero.
No flores en la carretera si muero me pongan.
No flores en la carretera me pongan si muero.
Si muero no flores en la carretera me pongan.
Si flores me muero en la carretera no me pongan.
Flores si muero no en la carretera me pongan.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
Muero si pongan flores la en me en carretera.
La muero en si pongan no me carretera.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
Si muero en las flores no me pongan en la carretera.
Si flores muero no me pongan en la carretera.
Si en la carretera flores no me pongan si muero.
Si en el muero no me pongan en la carretera flores.
[…]
Poemas de amor 1
[De Una broma colosal (1988)]
Como ayer no viniste me moría,
como tus ojos no vieron los míos,
como tus pasos no sentí en el día,
como el calor se convertía en frío…
A soñarte empecé por no perderte:
y soñé que tus ojos me veían,
soñé tus pasos y alejé mi muerte,
y soñando soñé que te veía.
En ese sueño tus labios me decían
mis ojos a los tuyos están viendo,
mis pasos son los que tú estás sintiendo,
y tus ojos en mis ojos se confían.
Fue entonces que soñé que despertaba,
fue entonces que tus ojos me veían,
fue entonces que tus pasos yo sentía
y entonces fue que tú te aproximabas.
[…]
Pequeño poema de
Navidad [De Una broma colosal
(1988)]
¿Naciste ya, Señor?
¿O esperas la señal
del dolor para venir al mundo?
Tu cuerpo, sin mundo todavía,
¿se estremece y se dobla como el dolor del hombre?
¿Naciste ya, Señor?
¿Eres humano y triste?
Tú, Señor, jadeante y perruno
chocas con las paredes
del templo de tu padre.
Y tú, Señor, también
a tu padre le pides
la venida a la tierra
de un salvador del mundo.
[…]
Una niñada de Piñera
[De Una broma colosal (1988)]
Querida, no dijiste que hoy es tu natalicio, y que soñaste
subir
penosamente los escalones del templo del Dolor; tampoco
aseveraste que se te quemó el pastel de pollo. Ni siquiera
te
pasa por la mente dónde irá a parar el humo de esa chimenea
que sobresale por entre árboles esqueléticos; ni que esta
tarde
el aire te trae el recuerdo de otra vida; ni que yo, como un
perro
desvalido, ladro al fantasma de mi desesperación.
Ana María,
esta divagación me ayuda a soportarme; como un niño
malcriado hundo el dedo en el helado de fresa, interrumpo la
conversación de los mayores, enumero en voz alta las
verrugas
de mi madre…
Ana María,
ayúdame a salir de mí. Llévame por ese camino interminable a
la
quietud de un esplendor permanente.
[…]
¿Se dijo? [De Una broma colosal (1988)]
¿Se dijo o no se ha dicho?
Oíamos entretanto la música, acompañada del piafar de los
caballos. Un modo de eludir las enojosas preguntas.
Con todo, si se ha dicho o no, me preocupa.
¿Te acuerdas del sentido?
Si carece de sentido, callaremos.
¿Callar, se puede?
practicadas en los oídos. Callar sería catastrófico: secaría
la
emoción. Las palabras no podrían despegar.
—Dime si ya se dijo. Quizá recuerdes una palabra. Lánzala de
tu
rampa de despegue. Lánzala hacia este oído, que se está
muriendo por oír.
Tu silencio llena mi pecho con vacíos pintados de cal.
Blanco, esparcido blanco.
Si te obstinas en callar, sin una mancha estará mi alma.
Enviléceme: habla.
Dime cuatro verdades.
Necesito tu voz y tu verbo.
Deberé luego hundir un puñal en tu pecho.
[…]
En arje kai jo logos
[De Una broma colosal (1988)]
Desde el principio nos acompañó
el logos. ¿Quién nos acompañará en el final? Extiende sábanas, y que el viento
las mueva. Eso ha de ser el logos. Suspendidas entre el cielo y la tierra,
obedecerán las leyes de la gravedad. Míralas caer hasta quedar inertes. Mi
cerebro arde de ideas o de sueños. Un ómnibus me lleva por una escalera. Viajo
solo, y alguien me dice: Estás muerto. Como estoy vivo, para salir del ómnibus,
despierto. Refulge mi logos. Qué suavidad la suya. Me acaricia con sus plumas
de luz; me pinta un paisaje, y en el paisaje un niño que me llama con su
dedito. Soy yo, aprendiendo a decir «mamá». Pienso en una torre colmada de
sordo-mudos y de ciegos. En ella trato de refugiarme. Apenas entro, se
desploma. Se convierte en una colmena de furiosas abejas. Mi logos entonces,
con un golpecito en la sien, instaura el silencio y la negrura.
He comprendido.
[…]
Óyelo bien [De Una broma colosal (1988)]
Si alguna vez tuviste bellos
días, tardes apacibles, amables
conversaciones; si en un instante
magnífico viste crecer la rosa
y colorearse el aire; si decir
«buenos días» era algo
perfectamente natural; si…, para
qué seguir cuando el corazón
de todo se ha secado. En tu
diccionario personal no aparece
la palabra salvación. Y en
cambio, fueron sustituidas las demás
por una sola: «condenado»,
infinitamente repetida.
[…]
Para ti [De Una broma colosal
(1988)]
Para ti ya no habrá formas ni
contornos. Esperas por un sol
que no ha de salir. Sin estar
ciego, aún ignoras —en tu casa
todavía hay luz—, que todo se
volverá negrura en un instante,
y en un instante nunca más te
verás como eres.
¿Qué dices…? El genio del hombre,
la tecnología, los adelantos
de la ciencia…
Amigo mío, esa mano que busca
otra mano, tus ojos que
pugnan por insertarse en otros,
pronto sabrán que no son ojos
ni mano. De modo que asómate, y disfruta
el último paisaje.»