martes, 6 de julio de 2021

Diarios de viaje por España.- George Ticknor (1791-1871)


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Aragón


  «Al siguiente día, el cuarto de nuestro viaje, entramos en los duros páramos que comienzan en Cataluña y se extienden hasta bien entrado Aragón. Todo por aquí está seco, sin cultivar y triste. Parece como si hubiera sido quemado por un sol abrasador o arrasado por algún extraño principio de asolación. Los árboles desaparecen junto con la habitabilidad y los rebaños con los pastores. Y si por casualidad aparece un pueblo pequeño, es, como el resto de productos de este suelo duro y antipático, insignificante y miserable.
 Pronto cruzamos el pequeño pueblo de Alcaraz e, inmediatamente después, entramos en Aragón y llegamos a cenar a Fraga, que, asquerosa y ruinosa como está ahora, con una población de escasamente dos mil almas, tuvo una vez un rey independiente que gobernó las tierras yermas de su alrededor.

 Zaragoza. Los Sitios, 16 de mayo de 1818.

  A través de pueblos miserables como éste, residencia sólo de pobreza y sufrimiento, y a través de tales páramos, donde apenas unos pocos rebaños se salvan de morir de hambre gracias a sus pastores semisalvajes, que parecen sumitas, continuamos viajando durante un día y medio hasta que, el día dieciséis por la mañana, vimos ante nosotros las torres de Zaragoza en el horizonte, y sentimos un frescor a nuestra mano izquierda que emanaba del campo cultivado que bordea el Ebro. Pasamos el Gállego y entramos en una bonita avenida que debe haber sido magnífica antes de que todo fuera destruido por el último asedio y, atravesando la escena de la famosa batalla del veinte de agosto de 1710, que fue casi fatal para las pretensiones de Felipe V, llegamos a la misma entrada de esta ciudad extraordinaria.
 No tengo palabras para expresar lo que vi allí, pues es una gloria que no tiene parangón. Personajes tales que perviven en la historia de la humanidad y dejan tras ellos monumentos, que como ocurre con las antigüedades que no han perdurado hasta hoy, no hay manera de entenderlos correctamente ni explicarlos con justicia. Porque ¿cuáles son los rivales o modelos con los que compararlos para su correcta evaluación? En mi opinión, Leipzig, Lützen y Waterloo son, comparados con Zaragoza, campos de batalla ordinarios, en los que observo que la naturaleza humana puede estar acosada en semejantes empresas y mantenerse así un día, o dos, o tres. Pero ¿cómo puede esto resistirse durante meses, en realidad, casi durante un año, como sucedió en Zaragoza? No recuerdo otro ejemplo comparable, y tampoco soy capaz de procurarme una explicación cabal o satisfactoria.
 Mientras nos aproximábamos a la ciudad, los lados del camino estaban rodeados de ruinas, que apelan a un tiempo al corazón y a la imaginación. Salí del coche y caminé. Justo en ese momento encontramos los restos de un gran convento que ha servido de fortificación, y crucé para verlo. Los campesinos estaban arando a su alrededor y, mientras pasaba por los recientes surcos, pisaba a cada paso piezas de cuero, fragmentos de armaduras y yelmos, y a veces veía hasta huesos humanos que aún permanecían sin descomponerse totalmente y al descubierto tras el cultivo de nueve veranos. ¡Tan terrible fue la carnicería y tan pequeño el respeto por los huesos!
 El puente por el que se accede a la ciudad fue destruido durante el sitio y todavía no ha sido reparado completamente. Las casas próximas a él están casi todas demolidas, y las siguientes más o menos dañadas. Entramos en la ciudad. En muchas zonas aún se encuentran calles completas en ruinas. Y se han construido o se están construyendo grandes plazas en esta ciudad donde una vez vivió una numerosa y ajetreada población.
 Dado que la ciudad carecía completamente de murallas, los conventos y las iglesias se convirtieron en fortalezas y, puesto que ni una pulgada fue entregada sino por la fuerza, los dos ejércitos con frecuencia luchaban durante varios días desde lados opuestos de la misma calle. Me enseñaron dos calles donde los españoles, obligados a retirarse, lo hicieron tirando abajo los muros traseros de las casas. Continuaron entonces el fuego durante más de veinticuatro horas desde el otro lado desde donde aún podían ser apoyados. De esta manera, a los franceses les costó tres días de fuego ininterrumpido echarlos de los departamentos del frente de una línea de casas cuando ya estaban en posesión de la calle entera. Y después otro día para obligarlos a retirarse a través de los muros a la siguiente línea, donde todo lo que tenían que hacer era volver a comenzar la misma guerra.
 ¿Y cómo es posible que la naturaleza humana pueda tener tal fuerza y resolución? Entiendo que un individuo pueda estar constituido con tal valor en su carácter físico y moral para ser capaz de hacer esto; pero aquí no era sólo un hombre o una centena, eran sesenta mil, donde no sólo no había ni un traidor ni un cobarde, sino ninguno que no se sintiera mentalmente firme y seguro, e infatigable e invencible físicamente. ¿Cómo se puede explicar esto?

 El espíritu del pueblo

 Rindo homenaje al espíritu del pueblo que defendió Zaragoza, pero soy consciente de que hay que buscar otras causas, además de las morales, para explicar tal fenómeno. Es el mismo espíritu que en el 536 entregó sólo un montón de ruinas de Sagunto a Aníbal, y en el 621 en Numancia, después de tres sitios, no rindió más que una población masacrada a Escipión. Este espíritu, que me siento satisfecho de haber conocido, ha existido siempre en España y nunca en otro país.
Resultado de imagen de george ticknor diarios de viajeEste espíritu se pone de manifiesto en sus guerras, con los romanos, los godos y los moros. Se mostró meridianamente y en repetidas ocasiones en la Guerra de Sucesión, y todo español que conocía bien su país supo predecir la Revolución que estalló en 1808. Este es el espíritu moral de todas aquellas personas, quienes, aunque puedan ser humildes y abyectas en la relación con sus mandatarios nacionales, nunca se someten a la usurpación extranjera, sin importarles la forma que asuma. Pero no es suficiente explicación. Porque ¿cómo es que tienen la fuerza física necesaria para soportar este espíritu implacable?
 Rindo homenaje al carácter español y especialmente al aragonés. Confiaría mi cartera o mi vida sin dudar a un aragonés de la clase más baja. Pero esta robustez física proviene de su necesidad de civilización. Hasta este momento, el aragonés sabe poco de las conveniencias y nada de las comodidades de la vida. Y es que estaba tan lejos de todo esto durante los sufrimientos de un sitio, como casi lo estaba en sus tierras yermas, estériles y sin alegría, donde con frecuencia carecía de los medios de subsistencia suficientes casi la mitad del año.
 En resumen, está tan acostumbrada a privaciones y sufrimientos de todo tipo que puede soportar ser golpeado, mientras que un ejército de una nación más civilizada no puede aguantar ni las privaciones que siguen a una victoria. Por consiguiente, sólo debe evitar el desánimo. ¿Y quién ha visto alguna vez a un español desanimado? ¿Quién que conozca la historia de los Sitios de Sagunto, Numancia y Zaragoza puede ni siquiera sospechar que el español pueda llegar a estarlo?

 La Torre Nueva. La catedral vieja

 El día que pasamos aquí no pude hacer otra cosa sino dar vueltas entre estas terribles ruinas; sentía que no había visto ni en Alemania ni en Italia nada que indicara un carácter como éste. Hay, sin embargo, muchas cosas que merece la pena ver en Zaragoza y mi amigo Madrazo, quien tiene un excelente gusto y juicio, me las enseñó casi a pesar de mí mismo.
 En primer lugar, está la Torre Nueva, como se suele llamar, construida sin embargo en el año 1504, que está, o así me lo parece, tan fuera de la perpendicular como la famosa torre de Pisa, de la que todo el mundo ha leído u oído hablar. Y posee, además, otra característica notable: está construida con ladrillos. Desconozco su altura, pero es tan alta que son necesarios doscientos ochenta y cuatro escalones para llegar hasta la parte de arriba, donde te ves recompensado con una magnífica vista de la inmensa llanura de Zaragoza. […]
 La catedral, llamada –no sé por qué- la Seo, es, en su interior, uno de los ejemplos más nobles de la arquitectura gótica. […]

 La iglesia del Pilar

  Lo más bonito, sin embargo, que vi en Zaragoza en lo que al arte se refiere es la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, que exceptuando la mezcla de un poco de gótico en un extremo, que es de una arquitectura más antigua, es una iglesia que podría ser ciertamente enumerada entre las iglesias más notables de Italia, si estuviera al otro lado de los Alpes. Las proporciones son inimitables y además de su enorme riqueza y esplendor, los franceses la encontraron tan sagrada que se vieron obligados a respetarla.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012, en traducción de Antonio Martín Ezpeleta, pp. 28-34. ISBN: 978-84-15538-25-7.]

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