Aragón
«Al siguiente día, el cuarto de nuestro viaje, entramos en los duros
páramos que comienzan en Cataluña y se extienden hasta bien entrado Aragón.
Todo por aquí está seco, sin cultivar y triste. Parece como si hubiera sido
quemado por un sol abrasador o arrasado por algún extraño principio de asolación. Los árboles desaparecen junto
con la habitabilidad y los rebaños con los pastores. Y si por casualidad
aparece un pueblo pequeño, es, como el resto de productos de este suelo duro y
antipático, insignificante y miserable.
Pronto cruzamos el pequeño pueblo de Alcaraz
e, inmediatamente después, entramos en Aragón y llegamos a cenar a Fraga, que,
asquerosa y ruinosa como está ahora, con una población de escasamente dos mil
almas, tuvo una vez un rey independiente que gobernó las tierras yermas de su
alrededor.
Zaragoza.
Los Sitios, 16 de mayo de 1818.
A través de pueblos miserables como éste, residencia sólo de pobreza y
sufrimiento, y a través de tales páramos, donde apenas unos pocos rebaños se
salvan de morir de hambre gracias a sus pastores semisalvajes, que parecen
sumitas, continuamos viajando durante un día y medio hasta que, el día
dieciséis por la mañana, vimos ante nosotros las torres de Zaragoza en el
horizonte, y sentimos un frescor a nuestra mano izquierda que emanaba del campo
cultivado que bordea el Ebro. Pasamos el Gállego y entramos en una bonita
avenida que debe haber sido magnífica antes de que todo fuera destruido por el
último asedio y, atravesando la escena de la famosa batalla del veinte de
agosto de 1710, que fue casi fatal para las pretensiones de Felipe V, llegamos
a la misma entrada de esta ciudad extraordinaria.
No tengo palabras para expresar lo que vi
allí, pues es una gloria que no tiene parangón. Personajes tales que perviven
en la historia de la humanidad y dejan tras ellos monumentos, que como ocurre
con las antigüedades que no han perdurado hasta hoy, no hay manera de
entenderlos correctamente ni explicarlos con justicia. Porque ¿cuáles son los
rivales o modelos con los que compararlos para su correcta evaluación? En mi
opinión, Leipzig, Lützen y Waterloo son, comparados con Zaragoza, campos de
batalla ordinarios, en los que observo que la naturaleza humana puede estar acosada
en semejantes empresas y mantenerse así un día, o dos, o tres. Pero ¿cómo puede
esto resistirse durante meses, en realidad, casi durante un año, como sucedió
en Zaragoza? No recuerdo otro ejemplo comparable, y tampoco soy capaz de
procurarme una explicación cabal o satisfactoria.
Mientras nos aproximábamos a la ciudad, los
lados del camino estaban rodeados de ruinas, que apelan a un tiempo al corazón
y a la imaginación. Salí del coche y caminé. Justo en ese momento encontramos
los restos de un gran convento que ha servido de fortificación, y crucé para
verlo. Los campesinos estaban arando a su alrededor y, mientras pasaba por los
recientes surcos, pisaba a cada paso piezas de cuero, fragmentos de armaduras y
yelmos, y a veces veía hasta huesos humanos que aún permanecían sin
descomponerse totalmente y al descubierto tras el cultivo de nueve veranos.
¡Tan terrible fue la carnicería y tan pequeño el respeto por los huesos!
El puente por el que se accede a la ciudad fue
destruido durante el sitio y todavía no ha sido reparado completamente. Las
casas próximas a él están casi todas demolidas, y las siguientes más o menos
dañadas. Entramos en la ciudad. En muchas zonas aún se encuentran calles
completas en ruinas. Y se han construido o se están construyendo grandes plazas
en esta ciudad donde una vez vivió una numerosa y ajetreada población.
Dado que la ciudad carecía completamente de
murallas, los conventos y las iglesias se convirtieron en fortalezas y, puesto
que ni una pulgada fue entregada sino por la fuerza, los dos ejércitos con
frecuencia luchaban durante varios días desde lados opuestos de la misma calle.
Me enseñaron dos calles donde los españoles, obligados a retirarse, lo hicieron
tirando abajo los muros traseros de las casas. Continuaron entonces el fuego
durante más de veinticuatro horas desde el otro lado desde donde aún podían ser
apoyados. De esta manera, a los franceses les costó tres días de fuego
ininterrumpido echarlos de los departamentos del frente de una línea de casas
cuando ya estaban en posesión de la calle entera. Y después otro día para
obligarlos a retirarse a través de los muros a la siguiente línea, donde todo
lo que tenían que hacer era volver a comenzar la misma guerra.
¿Y cómo es posible que la naturaleza humana
pueda tener tal fuerza y resolución? Entiendo que un individuo pueda estar
constituido con tal valor en su carácter físico y moral para ser capaz de hacer
esto; pero aquí no era sólo un hombre o una centena, eran sesenta mil, donde no
sólo no había ni un traidor ni un cobarde, sino ninguno que no se sintiera
mentalmente firme y seguro, e infatigable e invencible físicamente. ¿Cómo se
puede explicar esto?
El espíritu del pueblo
Rindo homenaje al espíritu del pueblo que
defendió Zaragoza, pero soy consciente de que hay que buscar otras causas,
además de las morales, para explicar tal fenómeno. Es el mismo espíritu que en
el 536 entregó sólo un montón de ruinas de Sagunto a Aníbal, y en el 621 en
Numancia, después de tres sitios, no rindió más que una población masacrada a
Escipión. Este espíritu, que me siento satisfecho de haber conocido, ha
existido siempre en España y nunca en otro país.
Este espíritu se pone de
manifiesto en sus guerras, con los romanos, los godos y los moros. Se mostró
meridianamente y en repetidas ocasiones en la Guerra de Sucesión, y todo
español que conocía bien su país supo predecir la Revolución que estalló en
1808. Este es el espíritu moral de todas aquellas personas, quienes, aunque
puedan ser humildes y abyectas en la relación con sus mandatarios nacionales,
nunca se someten a la usurpación extranjera, sin importarles la forma que
asuma. Pero no es suficiente explicación. Porque ¿cómo es que tienen la fuerza
física necesaria para soportar este espíritu implacable?
Rindo homenaje al carácter español y
especialmente al aragonés. Confiaría mi cartera o mi vida sin dudar a un
aragonés de la clase más baja. Pero esta robustez física proviene de su
necesidad de civilización. Hasta este momento, el aragonés sabe poco de las
conveniencias y nada de las comodidades de la vida. Y es que estaba tan lejos
de todo esto durante los sufrimientos de un sitio, como casi lo estaba en sus
tierras yermas, estériles y sin alegría, donde con frecuencia carecía de los
medios de subsistencia suficientes casi la mitad del año.
En resumen, está tan acostumbrada a
privaciones y sufrimientos de todo tipo que puede soportar ser golpeado,
mientras que un ejército de una nación más civilizada no puede aguantar ni las
privaciones que siguen a una victoria. Por consiguiente, sólo debe evitar el
desánimo. ¿Y quién ha visto alguna vez a un español desanimado? ¿Quién que
conozca la historia de los Sitios de Sagunto, Numancia y Zaragoza puede ni
siquiera sospechar que el español pueda llegar a estarlo?
La
Torre Nueva. La catedral vieja
El día que pasamos aquí no pude hacer otra
cosa sino dar vueltas entre estas terribles ruinas; sentía que no había visto
ni en Alemania ni en Italia nada que indicara un carácter como éste. Hay, sin
embargo, muchas cosas que merece la pena ver en Zaragoza y mi amigo Madrazo,
quien tiene un excelente gusto y juicio, me las enseñó casi a pesar de mí
mismo.
En primer lugar, está la Torre Nueva, como se
suele llamar, construida sin embargo en el año 1504, que está, o así me lo
parece, tan fuera de la perpendicular como la famosa torre de Pisa, de la que
todo el mundo ha leído u oído hablar. Y posee, además, otra característica
notable: está construida con ladrillos. Desconozco su altura, pero es tan alta
que son necesarios doscientos ochenta y cuatro escalones para llegar hasta la
parte de arriba, donde te ves recompensado con una magnífica vista de la
inmensa llanura de Zaragoza. […]
La catedral, llamada –no sé por qué- la Seo,
es, en su interior, uno de los ejemplos más nobles de la arquitectura gótica.
[…]
La
iglesia del Pilar
Lo más bonito, sin embargo, que vi en Zaragoza en lo que al arte se
refiere es la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, que exceptuando la mezcla de
un poco de gótico en un extremo, que es de una arquitectura más antigua, es una
iglesia que podría ser ciertamente enumerada entre las iglesias más notables de
Italia, si estuviera al otro lado de los Alpes. Las proporciones son
inimitables y además de su enorme riqueza y esplendor, los franceses la
encontraron tan sagrada que se vieron obligados a respetarla.»
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