viernes, 23 de febrero de 2018

La vida de los paseantes.- Sebastian Haffner (1907-1999)


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Acerca del tiempo

«Hablar del tiempo es considerado del todo injustamente como algo trivial. El tiempo posee hoy el encanto profundo y virgen de las cosas que han logrado eludir el influjo del espíritu tecnológico, con las que el destino afecta a la vida humana sin falseamientos y sin rodeos. ¡Y con qué consecuencias! No pienso solamente en los días playeros y las excursiones domingueras, o en la agricultura y en otros avatares en los que el hombre se ve forzado a establecer relaciones comerciales serias con el tiempo, para luego temblar a toda hora ante los cambios de humor de su socio enloquecido. De ningún modo, pues también el urbanita, cuyo trabajo y diversiones suelen llevarse a cabo bajo techo, sigue siendo un esclavo del tiempo. Y bien mirado, algunas cosas tan hermosas e importantes para la vida como el buen humor, la capacidad de trabajo, la inspiración o el optimismo, dependen de circunstancias como las precipitaciones, la presión atmosférica y los rayos del sol. Ciertas atmósferas cargadas previas a las tormentas, ciertos días de niebla y llovizna, o un vacilante tiempo invernal de frío y humedad favorecen el suicidio, las peleas, la demencia y todo tipo de catástrofes. Uno debería comparar alguna vez la estadística de criminalidad con la estadística meteorológica, seguro que sería muy aleccionador. También la estadística de los enamoramientos y noviazgos, de existir una, señalaría sin duda peculiares paralelismos con el tiempo. Hemingway sabe lo que se lleva entre manos cuando hace que llueva en todos los momentos terribles que tanto abundan en sus libros. El tiempo es nuestro destino.
 Y encima es impredecible. No hay quien escape a su perfidia. Es tan ingobernable como la bola de la ruleta. Parece mentira que nadie haya tenido aún la idea de apostar sobre el tiempo. Sería una grandiosa ocasión para enriquecer la vida, infinitamente más emocionante que las apuestas de caballos. ¡Y menuda fuente de impuestos para el Estado! Pero en lugar de esto la gente ha ido a dar en otra cosa; nada más y nada menos que en la predicción del tiempo.
 La predicción del tiempo se lleva a cabo con una seriedad que uno no sabe si calificar de sacra o de bestial. Dispone de un lenguaje científico en clave cuya incomprensibilidad provoca veneración y ansias de iniciación. Isóbaras, ciclones y anticiclones, altas y bajas presiones, y esto aún no es nada. Los hombres consagrados a ella no son en absoluto unos locos o charlatanes, sino serios hombres de ciencia, mal pagados al igual que los altos funcionarios, y en general respetados como antiguamente lo eran los exorcistas y los dispensadores de indulgencias; son sabios que residen en costosas torres y fortalezas de piedra, desde donde lanzan a diario, para toda la humanidad expectante, una profecía sobre el tiempo que hará al día siguiente, formulada en una lengua especial, imposible de utilizar en otro contexto (la palabra "predominante" es lo que la caracteriza), y ésta es recibida con una suerte de seriedad embobada y llena de respeto para luego ser difundida por doquier.  La voz del locutor de radio no tiembla de ningún modo por la risa contenida cuando informa que mañana estará predominantemente despejado, no se producirán precipitaciones dignas de mención, sólo en el este estará predominantemente nublado, en el noreste se dará nubosidad variable y temporales dispersos. Los periódicos, piensen lo que piensen sobre lo divino y lo humano, reproducen de forma unánime estos mapas completamente incomprensibles, salpicados de anillos y puntos, de los que se desprende el tiempo que hará mañana. saben positivamente que ninguno de sus lectores los consulta.
 Como es público y notorio, este tipo de profecías difundidas día tras día no se cumplen realmente. Su falta de puntería les permite incluso dar en ocasiones en el blanco, de modo que ni tan siquiera puede uno fiarse de sus desaciertos. Sería de mayor ayuda para los intereses de la humanidad pendiente del tiempo el que una mano inocente extrajera a diario de una caja una serie de fichas que contuvieran las palabras "despejado", "precipitaciones", "nubosidad", "amenaza de temporal", con unos cuantos "predominantemente" puestos aquí y allá. Nada de todo esto ha inducido nunca a los profetas del tiempo a disculparse ni tan siquiera un poquito y quizá a bajar ligeramente el tono de voz cuando por la noche, después de un día soleado para el que habían anunciado predominantemente fuertes precipitaciones, granizo y tormenta, se disponen a profetizar para el día siguiente un empeoramiento del tiempo. Los profetas del tiempo simplemente se fían de su propia autoridad y de la mala memoria del público. Ellos sí que saben de la psicología de la gente.
 Por lo demás, difícilmente perderían algo de su crédito si se instauraran las mencionadas apuestas sobre el tiempo. Al contrario, los pronósticos sobre el tiempo, hoy tan poco atendidos como las cabeceras de los periódicos o los anuncios de cigarrillos, serían devorados por los lectores, y del suelo brotarían gacetas meteorológicas con una aceptación semejante a la de los diarios deportivos y las revistas de astrología. A las profecías del tiempo les importaría un comino ser más fiables de lo que son ahora. No obstante, y bajo la forma del papel impreso, la meteorología ganaría ampliamente en popularidad. ¡Como si la fiabilidad y la popularidad tuvieran algo que ver! El secreto de la popularidad consiste en... Pero esto nos llevaría muy lejos del tema.
 Quien de veras anhele saber algo de antemano sobre el tiempo hará bien en dirigirse a algún conocido que haya tenido una suerte o una desgracia manifiestas con la meteorología, y entonces ajustará sus actividades a las de él, o prestará atención a la experiencia de la gente mayor y viajada, algo de la cual podemos hacer aquí pública bajo exclusión de toda responsabilidad. En lo concerniente a las vacaciones, las de Semana Santa son mayormente frías y ventosas, mientras que la Navidad es casi siempre cenagosa y suave. La Ascensión suele ser pasada por agua. Por lo que respecta a los días de la semana, los sábados tienden predominantemente a la nubosidad, pero uno no debe alarmarse, pues los domingos o bien son lluviosos o bien soleados. El mejor indicador del tiempo son las actividades culturales y lúdicas: los estrenos teatrales en otoño traen veranillo y calor, las vacaciones de Navidad en las montañas no pueden existir sin días de deshielo y la lluvia nunca falta en las celebraciones deportivas. La mejor manera de velar por el buen tiempo es poniéndose a ordenar la biblioteca o repasar viejas cartas.
 Esto nos lleva a otro capítulo, a saber, cómo influir en el tiempo. [...] Un buen método casero, probado en mil casos, consiste al final en hacerse con un paraguas. El paraguas es posible que no nos proteja del todo cuando empieza a llover, pero sí que impide por lo general que empiece a llover, y ello con tanta más seguridad cuanto más viejo, feo y detestable sea el paraguas en cuestión.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, en traducción de Joan Ibáñez Amargós y Jordi Ibáñez Farnés. ISBN: 978-84-233-4259-4.]

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