Capítulo V.- El fuerte de Zinderneuf
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«Las ideas del bien y del mal, del honor y del deshonor, de la conducta leal y desleal, discrepaban demasiado y estaban influidas por otras ideas y motivos, como el miedo, el odio, el aburrimiento, la venganza y la desesperación.
Michael dirigió la palabra a la reunión diciendo:
-Como ya sabéis, hay una conspiración para asesinar a Lejaune y a los sargentos y cabos y para desertar y abandonar el fuerte. Schwartz es el jefe de la pandilla y dice que los que no estén con él estarán contra él y serán tratados del modo adecuado. Por mi parte no ajusto mi conducta a lo que diga Schwartz, ni tampoco me parece bien matar a los hombres cuando están en la cama. Y aun suponiendo que estuviese conforme, me parecería mal ser capitaneado por Schwartz en el desierto para morirme allí de sed. Por todas estas razones estoy contra esta conspiración y os invito a todos a sumaros a mi partido y a decírselo así a Schwartz. Le advertiremos que, si no desiste de ese proyecto loco de asesinato y de rebelión, avisaremos a Lejaune.
Entonces interrumpieron las palabras de Michael unos gruñidos de desaprobación de Marigny y de Blanc y algunos movieron vigorosamente la cabeza.
-Juro que avisaré a Lejaune -exclamó entonces Saint-André-, pero antes avisaré a Schwartz y si desiste de los asesinatos que figuran en su programa quedará en libertad para hacer lo que guste. Todo imbécil que quiera morir en el desierto puede desertar si quiere, pero por mi parte no quiero saber nada de ninguna rebelión.
-¡No hay que hacer traición! -gritó Marigny, que era un viejo soldado típico, de cabello gris y rostro arrugado. Era un individuo honrado, sin seso y testarudo, que admiraba a Schwartz y aborrecía a Lejaune.
-¡No rebuznes así! -exclamó Michael volviéndose hacia él- y procura no ser más imbécil de lo que Dios te hizo. ¿Dónde está la traición si contestamos a Schwartz: " Muchas gracias, pero no queremos unirnos a tu cuadrilla de asesinos. Además, nos proponemos impedir el asesinato. De modo que es preferible que abandones el proyecto"? ¿Quieres hacerme el favor de explicarme cómo se hace traición al cariñoso Schwartz, obrando de este modo?
-Pues sostengo que es hacer traición a los camaradas el avisar a ese maldito perro de Lejaune de que se conspira contra él. Repito que es una traición -exclamó Marigny.
Michael suspiró impaciente.
-Pues bien, ¿qué vas a hacer tú, Marigny, puesto que no tienes más alternativa que estar con Schwartz o contra él? -preguntó Maris.
-Estoy con él -contestó Marigny sin vacilar.
-¿De modo que te dispones a ser un miserable asesino? -preguntó Michael con profundo desdén-. Había llegado a creer que eras un soldado decente.
-Estoy con Schwartz -repitió Marigny.
-Pues entonces vete con él -exclamó Michael-. ¡Vete! ¡Fuera de aquí! Lo preferimos porque no somos tan cobardes que nos asuste Schwartz, ni tampoco unos miserables asesinos.
Marigny se sonrojó, apretó los puños y, profiriendo una blasfemia, se llevó la mano a la bayoneta como si estuviera dispuesto a arrojarse contra mi hermano; pero sin duda cambió de pensamiento al advertir que Michael cerraba la mano derecha y fijaba los ojos en la mandíbula de Marigny.
Y el viejo soldado se alejó, gruñendo al mismo tiempo: "¡Traidores asquerosos!"
-¿Hay alguien más que piense como ése? -preguntó Michael.
-Por mi parte no estoy dispuesto a traicionar a Schwartz -dijo Blanc, un marinero de Marsella, bullicioso, alegre, valiente y débonnaire. Era un provenzal fanfarrón, de ojos negros y de hablar enfático.
-Bueno, pues entonces di qué piensas hacer -exclamó Michael secamente-. Dinos si quieres reunirte con los asesinos o con nosotros.
-No estoy dispuesto a reunirme con los que lamen las botas a Lejaune -replicó Blanc.
-Pues vete con la cuadrilla de asesinos de Schwartz -ordenó Michael-. Tal vez allí estarás más seguro.
Y Blanc desapareció gruñendo.
-Creo que debo reunirme con mis compatriotas -dijo Glock.
-¡Temes a Schwartz! -exclamó Michael con acento burlón-; pero no hay motivo para eso, porque estarás más seguro si no formas parte de esa cuadrilla de asesinos.
-No puedo hacer traición a mis compatriotas -replicó Glock.
-Pues bien, en tal caso, vete a donde están ellos y diles lo siguiente, que es la verdad: "No creo en el asesinato y estoy seguro de que todo esto terminará con la muerte de todos nosotros. Abandonad vuestro propósito o mis amigos y yo os obligaremos a ello". ¿Estás dispuesto a hacer esto? -preguntó Michael.
El enorme y estúpido Glock se rascó la cabeza.
-Me matarían -dijo.
-Como te matarán seguramente es de sed, si permites que te lleven por ahí -replicó Michael señalando el desierto.
-De todos modos, tenemos que morir -dijo Glock.
-Pues eso es precisamente lo que quiero impedir, cabezota -contestó Michael-. Si todos los hombres decentes de esta guarnición obran de común acuerdo y obligan a Schwartz a abandonar su estúpido propósito, nadie morirá.
[...] Por fin resultó que solamente Cordier estaba dispuesto a unirse con Michael, Saint-André, Maris y yo para formar el partido contrario a Schwartz en favor del deber, de la disciplina, condenando el asesinato y dispuesto a decir a los rebeldes que, si no abandonaban su criminal proyecto, Lejaune sería avisado.
Uno a uno se alejaron los demás, algunos dando disculpas, otros indignados, otros honradamente deseosos de apoyar a Schwartz y otros asustados de lo que iban a hacer.
Cuando, por fin, los cinco nos quedamos solos, Michael dijo:
-Me parece que no vamos a poder hacer desistir a Schwartz de su proyecto.
-No -replicó Cordier-. Parece, más bien, que vamos a aumentar su trabajo. Es decir, proporcionarle más cerdos que matar.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Club Internacional de Libro. ISBN: 978-84-407-1414-5.]
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