I.-Mesianismo, espiritualismo y actitud personal
Imperialismo y mesianismo
«Cuanto llevo dicho permite ampliar la perspectiva del mesianismo español. No fue éste debido al movimiento espiritual de los alumbrados que rodeaban al cardenal Cisneros, puesto que ya en el siglo XV el mesianismo dirigía su anhelo hacia los Reyes Católicos, e incluso hacia Cristo, que renacía en la conciencia de las gentes al efecto de una redención terrena. Lo importante es la tensión mesiánica en sí misma, de abolengo hispano-semita, pronta a dispararse sobre cualquier ocasión o prodigio, con tanta más violencia cuanto que no existe la indagación racional que le sirva de contrapeso. Charles de Bovelles, el amigo de Lefevres d'Etaples, visitó a Cisneros y dejó en torno a él un eco de sus profecías y locas imaginaciones; pero Bovelles era matemático y filósofo, y estaba empapado de la filosofía de Nicolás de Cusa; en él la exaltación convivía con el afán de conocimiento. Lo característico de España, en cuanto a conocimiento, habría que buscarlo entonces en la tradición de Raimundo Lulio, teólogo, poeta, cabalista, que soñaba con reducir a los infieles del mundo entonces conocido al redil de la creencia cristiana y a tal empresa sacrificó su vida. Lulio murió apedreado en Berbería, en 1315; Cisneros conquistó Orán en 1509.
Al gran cardenal lo rodeaba una aureola de prodigiosas esperanzas; pero este mesías se muestra a su vez "mesianizado" por las beatas que hierven en torno a él. De una de ellas, sor Juana de la Cruz, se predecía que iba a ser madre de un nuevo Salvador; el mito de la Sibila venía así a satisfacer en la vida real aquella apetencia insaciable de más allá, que aparece literariamente en la Sibila Casandra, de Gil Vicente, junto a otros motivos que hacen del maravilloso poeta un condensador de los anhelos de la Hispania de entonces: mesianismo, imperialismo, espíritu cristiano (deturpado según él por el materialismo eclesiástico del tiempo), caballería, ilusión y exaltación poéticas. Pero no haría ninguna falta, en efecto, hablar del erasmismo de Gil Vicente, por ser metódica y cronológicamente innecesario.
La exaltación -mística, poética- no concebía otro hacer que el suscitado por la furia heroica. De ahí que el hispano no valorara en un ardite la prosa fría del convivir diario, fundado en propósitos y razones comunales, tanto como en el amor de la perfección menuda -mate y silenciosa. Observemos cómo era entonces el vivir básico de las gentes, cuando España hervía en iluminados, mesiánicos, imperialistas y erasmistas. En general, los españoles se agrupaban para la guerra y se desunían en la paz, que para ellos significaba ocio. El agruparse para la guerra y la acción acontecía bajo la cúpula de la creencia monárquico-religiosa, no en virtud de enlaces interesados, unidos a la tierra, como los puritanos que vinieron a Norteamérica y se estructuraron agrícola, comercial e industrialmente, porque entre ellos el "acá" dominaba al "allá". Las ciudades surgían en Hispanoamérica tras una invocación a la Santísima Trinidad y su majestad el rey. Así fundaba Jujuy, en 1593, el capitán don Francisco de Argañarás, "echando luego mano a su espada; y haciendo las ceremonias acostumbradas, echó tajos y reveses, y dijo en voz alta si había alguna persona que contradijese el dicho asiento y jurisdicción, y no hubo contradicción de persona alguna". Religión de Dios y religión del rey mantenían a las gentes elevadas sobre el suelo de la diaria prosa, sin base ni cimientos. Y así lo veían y lo sentían en las Indias quienes observaban con ojos inteligentes la vida en torno:
"De las discordias que entre los cristianos ha habido en los tiempos passados o primeros años que acá pasaron, dieron mucha ocasión los ánimos de los españoles que de su inclinación quieren antes la guerra que el ocio, o si no tienen enemigos extraños, búscanlos entre sí, como dice Justino, porque su agilidad e grandes habilidades los hacen muchas veces mal sofridos. Quanto más que han acá pasado diferentes maneras de gentes; porque aunque eran los que venían vasallos de los reyes de España, ¿quién concertará al vizcaíno con el catalán, que son de tan diferentes provincias y lenguas? ¿Cómo se avendrán el andaluz con el valenciano, y el de Perpiñán con el cordobés, y el aragonés con el guipuzcoano, y el gallego con el castellano, y el asturiano e montañés con el navarro, etc.? Así de esta manera no todos los vasallos de la corona real de España son de conformes costumbres ni semejantes lenguajes".*
Lo que el rey era a la totalidad del reino, eso era el noble para la subagrupación social pendiente de su poder y prestigio: religión, monarquía, nobleza, hidalguismo. Cúpulas menores subordinadas a las cúpulas máximas. Lo que no cabía bajo ellas fue villanaje informe o mundo picaresco, sobras y fracturas de una sociedad que sólo sabía vivir de la emanación de arriba y no de las sustancias vitales que ella segregara; éstas surgieron a veces como un "by-product" de aquel sentirse actuado desde afuera.
Así cobra pleno sentido el Escudero del Lazarillo, personaje por cierto más impresionante que cómico. Aquel buen hombre cultivaba la hidalguía en "espíritu", se sentía "alumbrado" por ardiente fe nobiliaria. Su vivir interior se resuelve en pura actitud, consiste en un querer ser hidalgo, reflejado en la postura apariencial. No es un farsante porque su existir último no es sino su aspecto. La espada, la capa y el paso razonable y entonado son al porte y balumba del auténtico grande lo que el conventículo sería al convento. El hidalguismo interior se bastaba a sí solo, era una utopía.
Quienes no se albergaban bajo las cúpulas solemnes de la Iglesia o de la nobleza regia quedaban socialmente a la intemperie. El dicho sabido reza: "Iglesia o mar o casa real". [...]
El español, cuando no lo poseía el entusiasmo, carecía de gusto objetivo por ninguna tarea. Un observador inteligente, Juan Ginés de Sepúlveda, llega a preguntarse si no habría valido más no conquistar Granada, porque tiene la impresión de que dentro de casa el español ha suprimido el estímulo para la acción, aunque haya extendido el imperio: al vivir en el más allá correspondía la inercia doméstica.»
*Gonzalo Fernández de Oviedo: Historia general y natural de las Indias (1535).
[El extracto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial. Depósito legal: M.15056-1970]
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