"Caronte: Veo todo eso y me pregunto qué satisfacciones tienen durante la vida o qué es aquello cuya privación los llena de enojo. Si uno ve a sus reyes, que pasan por hombres felicísimos, encontrará, además de lo inestable e incierto de sus circunstancias, como tú dices, que les afectan más cosas enojosas que placenteras: temores, inquietudes, odios, enemistades y adulaciones, pues en medio de todo eso se mueven. Y paso por alto las aflicciones, enfermedades y sufrimientos que se enseñorean de ellos con los mismos derechos que de los demás, claro está. Y, si es desdichada la condición de los reyes, fácilmente podemos colegir cómo será la de los particulares. Pues bien, Hermes, quiero decirte a qué cosa me ha parecido que son semejantes los hombres y la vida toda de ellos. ¿Has visto las burbujas que brotan en el agua por obra de un manantial que se precipita con fuerza? Me refiero a las pompas de que se compone la espuma: algunas de ellas revientan al punto y se extinguen, mientras que otras resisten más tiempo y, al unirse a ellas sus vecinas, se hinchan sobremanera y alcanzan un gran tamaño para finalmente acabar reventando todas, pues no puede ser de otra manera. Así es la vida humana. Todos los hombres son burbujas, grandes o pequeñas, hinchadas por un soplo vital, y en tanto que unos se mantienen hinchados por un breve tiempo, pues han de desaparecer sin gran tardanza, otros fenecen cuando apenas han cobrado existencia: para todos es cosa forzosa el reventar cual burbujas.
Hermes: Has hecho una comparación, Caronte, que en nada es inferior a la de Homero, el cual presenta la especie de los hombres como semejante a las hojas.
Caronte: Y, a pesar de que tal es su naturaleza, ya ves, Hermes, qué conducta observan y qué encontradas ambiciones tienen en sus disputas por cargos, honores y posesiones, todo lo cual habrán de dejar antes de llegar a nuestro lado con un solo óbolo. Pues bien, ya que estamos aquí, ¿quieres que prorrumpa en grandísimos gritos y les aconseje que abandonen sus vanos esfuerzos y vivan siempre teniendo la muerte ante los ojos, diciéndoles: "Necios, ¿por qué habéis puesto vuestro interés en eso? Dejad esos afanes. No viviréis por siempre. Ninguno de los bienes que aquí son tenidos en gran estima será eterno, ni tampoco puede uno llevar consigo, al morir, ninguno de ellos, sino que forzosamente el hombre ha de partir desnudo y la casa, el campo y el dinero tienen que pasar siempre a otro y el dueño ha de cambiar?" Si yo les dijese a gritos estas y otras cosas semejantes de suerte que me oyeran, ¿no crees tú que obtendrían gran provecho en su vida y se harían mucho más prudentes?
Hermes: Mi querido amigo, no sabes lo que dices. La ignorancia y el error los han colocado en tal situación que ni siquiera con un taladro podríamos abrir sus oídos; es mucha la cera con que los han taponado, como hizo Ulises con los oídos de sus compañeros temeroso de que oyesen a las Sirenas. Así pues, ¿cómo podrían ellos oírte, aunque gritases hasta reventar? La ignorancia tiene aquí el mismo poder que el agua del Leteo en vuestro mundo. Ahora bien, entre los hombres hay unos pocos que no han admitido la cera en sus oídos porque están atentos a la verdad y han visto las cosas con agudeza y se han percatado bien de cómo son.
Caronte: Entonces, ¿les gritamos a ellos?
Hermes: Sería superfluo decirles lo que ya saben. ¿Ves cómo, apartados de la gente, se ríen de lo que pasa y no hay nada que los satisfaga en lugar alguno, sino que resulta claro que ya están proyectando evadirse de la vida y marchar junto a vosotros? Y en verdad que son odiados porque ponen en evidencia la ignorancia del vulgo".
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