domingo, 15 de octubre de 2023

La piqueta.- Antonio Ferres (1924-2020)


Gadir Editorial - Antonio Ferres
Segunda parte

VI

  «Faltan cinco días. El tiempo se escurre, como cuando los chicos bajan por una cucaña.
  Faltan cuatro días.
  Faltan tres días.
  Andrés no podía quitárselo de la cabeza: faltaban sólo tres días. Sin embargo, hacía apenas un par de ellos le parecía que empezaba a ver las cosas con ojos distintos. Era ya viernes. Llegó del trabajo, dejó la tartera vacía sobre la mesa, como hacía siempre, y se sentó en una silla de la cocina sin decir palabra. Parecía una sombra, un ser que no contase para nada. Aunque hacía calor, se quedó sentado en la silla de la cocina, en el extremo más oscuro de la habitación, mirando, desde allí, las pavesas que saltaban de la lumbre de carbón vegetal. Se decía para sus adentros:
  “Que me aspen si no es una puñetera vida. Te pones a dar patás cuando tiés uso de razón, o antes, sabe Dios, y ahora estoy cansao, me empieza el cansancio en las plantas y me sube por las cañas de los huesos; pero no es esto lo malo, el caso es que te metes a ensoñar o a dar güeltas por el magín a lo que has pasao en este pajolero mundo pa verte asín. Porque voy y llego a un pueblo mejor que onde mi madre me parió, y caigo bien, y te ajustan una temporá, aunque saquen las túrdigas y tengas que echar puntos en boca, y le llamas en la ventana a una mujer, aunque el buey solo bien se lame, pero lo que pasa es que te la llevas contigo, a lo mejor por no cantar la gallina, y mientras la esperas te la figuras siempre pasándolo bien, en pelota o retozando y descansado en la casa, pero no te figuras que te vas haciendo viejo y que toas las cosas se van haciendo viejas, ni te maginas que tiés que robar aceitunas pa ir viviendo, ni te vas a llenar de nenes que te piden pan. Toas las noches piensas lo mesmo, pero te llenas de nenes, y te pones a mirarte en ellos, porque no te conformas con que sean cémilas, como toa tu casta, ni sepan dar más que un jornal o ponerse a quitarle mocos a los señoritos. Y alguien te endica que en las capitales, en los Madriles se vive mejor y que no hay paraos, ni tiés que mendigar y lamer culos pa sacarte una peoná. Y te vienes. (Los chicos no jacian más que mirarme los trenes y preguntarme por qué eran tan altísimas las casas). Y nos vinimos a los Madriles”.
  Andrés sonreía, sonreía él solo, mientras seguía pensando:
  “Venga de poner piedras y ladrillos y hasta hacer la casa. Ni siquiera nos plantan una multa, aunque algún cenizo dice que van a tirar abajo las casillas, porque en to los laos hay cenizos y pájaros de mal agüero, pero resulta que ha salío en los papeles diciendo que no quieren más gente y ahora pasa que vas a tener que coger los bártulos y largarte con la música a otra parte, y te dicen que por ahí te pudras como un perro”.
  María cruzó delante de su marido, por en medio de la cocina, y dio una vuelta al puchero. Metió la cuchara y sacó a lo alto los garbanzos amarillos y pequeños que ya casi estaban blandos, con el piquillo abierto. Olía bien, como a huesos rancios y azafrán. Pensó que los chicos tendrían hambre y que iba a machacar los garbanzos con un poco de caldo.
  —¡Santorrostro! Mi Andresillo, el pobre, que es bonico como un San Luis, y mi Mario, tan chiquito, que se los vaya a tener que llevar la mujer de Joaquín, y no es porque ella sea guarra, que no es, pero si tié que preocuparse más de alguno, será de los suyos, si falta un cacho de pan… Y los chicos, separaos de una, le van a perder el cariño. Y lo que más siento es por mi Maruja, que es una alhaja, que no quiero que se la deshonre ningún hijo de mala madre, sino un mozo como Dios manda, y no quiero que se vea tirá por ahí sin casa, como una zorra, que es sanita como una manzana, que hasta el Paco, el que hacía de praticante en el pueblo, cuando tuvo que ponerla las indeciones para la pulmonía, dijo que era la carne más bonica del mundo y eso que la chica no había cumplío los trece. Y a mí se me arruga el corazón con to. Y cuando oigo lloriquear a los chicos, ya creo que se los están llevando, pa no verlos más. Y me gustaría hablar con ese mozo que platica con mi Maruja, que ojalai que sea bueno, y decirle que me la respete como a la madre que le parió, que toas las mujeres somos unas pobres que no podemos ni tenerle cariño a un hombre, ni que sea un santo varón. Y seguro que me iba a echar a llorar, aunque una paezca una fiera, pues es que una no quiere ver que se deshaga to y que se lo lleve el diablo, como cuando sopla la ventisca en una era.
  Maruja estaba cosiendo y levantó varias veces la cabeza, cuando vio a su madre trajinar, a su madre, que movía el puchero, mecánicamente. Hizo Maruja, por dos veces, intención de levantarse de la silla que había entre la puerta y la mesa, entre el candil encendido que estaba en la mesa y la escasa luz que entraba del campo. Ya no veía para coser.
  Se levantó, por fin, y se dirigió a su madre, que seguía en lo hondo de la cocina.
  —¿Va a estar la cena?
  —Sí —respondió la madre—. Hoy no has salío con ese chico.
  —No.
  —¿Os pasa algo?
  —No.
  Maruja dejó la costura sobre su regazo y volvió a sentarse. Le daba el reflejo del candil en la cara. Se puso a pensar:
  “Mañana seguro que viene, tiene que decidirse a hablar con mi padre. El lunes va y me dice el Luis que va a hablar con mi padre, que en cuanto tiren la chabola va a llevarme con él a su casa, pero como se pasa solo, casi siempre, porque su tía está sirviendo con unos señoritos por ese barrio que llaman de Salamanca, dice el Luis que es capaz de llevarse a su casa a la niña de otra tía suya que vive también por Lavapiés, para que duerma conmigo y que él echará una manta al suelo, mismamente. Y yo no dije nada y me callé, aunque conozco a mi padre, que mi madre dice es como moro. Pero, sí, a lo mejor me voy con Luis y se echa con una manta al suelo, ahora que no hace frío, pero cuando llegue el otoño, agarra un enfriamiento el pobrecillo, como la pulmonía que yo tuve en el pueblo, cuando la aceituna. No sé de qué forma vamos a salir, porque las mujeres deben casarse como está mandao; pero tan pronto me dice el Luis que sí, como está relatando lo de que tiene que hacer la mili y buscarse algo más seguro de sueldo, ganar dineros para alquilar una habitación con derecho a cocina o ponernos a turno pa una casa de esas de los curas o del Sindicato, una casa de portal; porque es de Madrí y tos los de aquí son un poco señoringos, pero son mejores que los mozos del pueblo, que allí las mujeres cuando se casan no salen de la cocina, ni van a beber una caña ni un vermú a la taberna y están hechas unas esclavas y se cargan de hijos que no sé cómo se las arreglan… Pero Luis venga a darle vueltas y no se decide a decirle a papa que tampoco es pa tanto, aunque a mí me da más vergüenza que a él. Y hasta le he dicho que si quiere que ya no somos novios”.
  Maruja se alegró de que estuvieran tan a oscuras. Se pasó la mano por la cara, por los ojos y se sorbió la nariz.
LA PIQUETA | ANTONIO FERRES | Comprar libro 9788494201868  “Me da más pena el pensar que ya no seamos novios y que voy a estar acordándome siempre de este campo, porque no sé qué cosa me da cuando veo la fuente y la senda y el prao, que se ha puesto amarillo del calor, y se me echan los ojos a llorar. Y no me voy a poner novia más con ningún chico. Y no sé lo que me va a pasar”.
 Maruja se salió un poco a la puerta, para que le diera el aire. Quería que el día se pasara deprisa, acostarse pronto y esperar a mañana. Se figuraba que el sábado vendría Luis. “Mañana quedarán ya sólo dos días”. Los chiquillos estaban delante de la chabola, sentados en el suelo, jugando con una madera.
  Mama dice que en seguida va a estar el cocío —dijo la muchacha—. No iros por ahí.
  —Estamos haciendo un patín —dijo Andresillo—. Pa juegar a los indios.
  Estaba raspando el trozo de madera con una piedra de filo. Ras, ras, ras. Le daba vueltas en su cabeza a sus cosas.
  “El Pepe dice que los indios de las películas son mentira. El Manolo no quié dejarme la rueda de rozamiento, dice que nos van a echar de la casa como a los gitanos porque somos paletos, y le quié pegar al hermano, pero como le sacuda a mi Mario, le voy a hacer pedrea, le vamos a hacer una pedrea y le vamos a ganar. Y mi papa me va a hacer una cometa pa que cuando suba por to el aire, se chinchen, porque mi papa sí sabe hacer cometas que suben alto como los aeroplanos y su papa es de Madrí y los de Madrí no saben hacer cometas».
  Mario, el pequeño, miraba a su hermano, a la madera que el otro iba desgastando poco a poco. Ras, ras. Iba haciendo montones de arena.
  “El hermano me va hacé un patín. Yo soy un campeón. Le pego más patás a la pelota que el Fernando, el de la pipera, y le meto gol. En el cine se ven los hombres muertos, y el mar, que es mucha agua, y los hombres que se montan en los caballos. Tengo que trabajar como pa, pa, pa ganar dineros y comprar un patín mejor que los de ruedas de rodamiento. Yo también sé trabajar, sé pegar golpes a una madera con una piedra».

   VII

  Se escapaba la semana. Luis no sabía qué iba a pasar cuando llegaran los de la piqueta. Quedaban escasamente tres días, y él no había visto a Maruja y no sabía nada. Era viernes. En el campo, detrás de la ciudad, estaban los umbrales de otra vida. Luis se daba cuenta de esto y se encontraba lleno de inquietud.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gadir, 2014, pp. 73-76. ISBN: 978-84-94201-86-8.]

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