domingo, 9 de marzo de 2025

Epistolario.- Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658)

 

Epístola XX
A un melancólico porque perdió un pleito. Danse dos medios: uno filosófico, otro cristiano, para llevar bien las adversidades

 «No quisiera consolar a v. md. sólo para esta vez, sino para otras muchas, y el consuelo le parecerá extraño, porque es que se persuada que han de suceder muchas veces disgustos semejantes. No hago esto para darle malas nuevas de alguna mala fortuna, sino para acordarle la condición de nuestra naturaleza y estilo de las cosas humanas, donde tan ordinario es suceder adversas. Y así no tenga por consejo peregrino que no le parezca cosa peregrina ver sinrazones, desgracias, pérdidas y otras cosas penosas. No se extrañe de nada desto, ni le parezca nuevo cuando aconteciere verlo. Epicteto y Antonino, filósofos, dieron este consejo para alivio de los trabajos y adversidades: que no se nos hicieran de nuevo. El cual no es de poco peso, pues antes dellos le dio San Pedro en su primera epístola, donde da dos remedios para consuelo de nuestras penalidades, uno natural y otro sobrenatural, y el natural es el que acabamos de decir, y así nos aconseja que no queramos extrañarnos ni tener por cosa peregrina cuando sucede una contrariedad (que es para prueba nuestra), como si nos aconteciera algo de nuevo. No sé, por cierto, por qué nos hemos de espantar que en este valle de lágrimas haya cosas adversas; antes fuera maravilla no encontrar con ellas. Milicia es la vida del hombre, y no guerra comoquiera, sino batalla rompida; ¿qué mucho es se reciban heridas y golpes? No es de maravillar si del furor de una batalla sale un soldado herido: el espanto había de ser si saliera sin haber recibido golpe alguno. El agonista que saliese de los espectáculos romanos sin lesión, fuera como prodigio. San Crisóstomo dice: "Todas las cosas presentes son lucha, certamen, guerra, estadio; otro es el tiempo de quietud, mas el presente diputado está para calamidades y sudores". Ninguno, cuando se desnuda para el certamen y desafío, busca quietud; no hay que espantarnos de recibir algún golpe adverso, cuando estamos dispuestos a recibir muchos. Por eso dijo Salviano: "¿Qué maravilla es si sufrimos los males, pues estamos conducidos, como en milicia, para tolerarlos todos?" En el libro de Job se dice que el hombre nació para el trabajo y el ave para volar. ¿Qué maravilla que el águila encuentre el aire en que extender sus plumas, y el pez el agua en que nadar? No es tampoco maravilla que encuentre el hombre trabajos en que merecer. No tiene v. md. que quejarse porque le haya sucedido uno, y no muy grande. Perdió un pleito, mas no perdió la honra, no perdió la salud, ni tampoco perdió la hacienda; sólo no la ganó mayor. Su trabajo no es que le hayan desposeído de lo que tenía, sino que no desposeen a otro. No es grande su desgracia, sino la pesadumbre que toma, y desto nadie tiene la culpa.
 El otro remedio que da San Pedro es más eficaz pues llega no sólo a consolar sino a alegrar. Esta diferencia hay entre los consuelos naturales y los sobrenaturales: que aquéllos sólo dan alivio, mas éstos pueden dar también gozo; y así debíamos ayudarnos dellos, acudiendo a buscar las razones sobrenaturales que hay para no afligirnos en los trabajos. Es, pues, el consuelo sobrenatural que enseña San Pedro, que nos gocemos en los trabajos, comunicando en los de las pasiones de Cristo. La iglesia llama en el Canon bienaventurada a la pasión del Hijo de Dios, y quien participa en alguna adversidad de ella no se debe tener por mal aventurado, sino por dichoso, pues se conforma con la imagen del Hijo de Dios y se infiere en Cristo, como hablan algunos doctores; lo cual es tan grande bien, que los que tienen luz de él se llenan de gozo viendo la honra que es padecer con Cristo y la gloria que por ello se merece. Junte pues, v. md. su suceso desgraciado con los dolores de Jesús. Perdió v. md. el  pleito; Cristo perdió la vida. Su desgracia es que no condenaron a su competidor; mas a Cristo condenaron a morir. No dio el juez nada a v. md., pero a Cristo le dejaron desnudo; quitáronle los vestidos y un poco de agua le negaron. Vergúenza es que sienta v. md. esa niñería a vista de tales agravios. Con todo eso, si la lleva en paciencia merecerá con ella, y ya que no ganó nada en la tierra, gane en el Cielo: dése más a sí mismo que le diera el juez. Dése a sí paciencia, y le valdrá más que si le dieran una provincia. ¿Cuántas veces ha condenado v. md. a Dios y sentenciado en favor del demonio? Tantas cuantas ha pecado. Mire lo que habrá sentido Dios las sentencias injustas que ha dado contra Él, por lo que siente v. md. una menos favorable que recibió. Tema sólo el tener mal pleito el día del juicio, y por que esto no sea así, lleve en paciencia perder un pleito de la tierra.
 Estos documentos de San Pedro no le han de servir a v. md. sólo para este caso de su pleito, que, para decirlo, es poco pleito y no llega a merecer nombre de trabajo, sino para los que fueren. Nuestro engaño es que buscamos la felicidad en esta vida, y no la podremos hallar verdadera, porque no es fruta de la tierra. Y tan necio es quien en este valle de lágrimas la busca segura y cabal, como quien buscara en los ajenjos el sabor de la miel y en un espino fruta sazonada. Engáñanse los que buscan la felicidad en esta vida, y dáñanse los que la estiman. Contra el engaño sirve el primer documento; contra el daño, el segundo. Cada uno piensa que ha de ver sinrazones, que le han de hacer agravios, que le han de suceder pérdidas. No se le hagan de nuevo, sino cuando acontecieren, diga: "Esto es lo que aguardaba: esta es la moneda que corre para comprar el Cielo; dicha es encontrarla". El santo Job se ayudó deste remedio para la paciencia que tuvo, porque no se le hicieron de nuevo trabajos tan extraordinarios como los que le sucedieron; y así él mismo confiesa de sí que le aconteció lo que sospechaba. 
 Débese también perder la estimación de la prosperidad humana, para que no se sientan sus pérdidas. Esto se hará considerando que quien padece como Cristo es más dichoso que si imperase en el mundo; y si el padecer con Cristo es tan gran dicha, ¿qué será reinar con Él en el Cielo? Lo cual se alcanza con su imitación y paciencia en los trabajos, a los cuales no hemos de mirar como males, sino como tan grandes bienes, que son semilla de la bienaventuranza verdadera y eterna.»

 [El texto pertenece a la edición en español de la Editorial Espasa-Calpe, 1957, en edición de Narciso Alonso Cortés, pp. 115-119. No consta ISBN ni número de depósito legal.]

domingo, 2 de marzo de 2025

El secreto de Agatha.- Marie Benedict [o Heather Terrell] (1968)

 

Capítulo ventiocho

 «-¿Le importaría repetir su declaración, coronel Christie? Quiero estar del todo seguro de tenerlo textualmente.
 -Por supuesto -responde Archie al reportero.
 El joven del Daily Mail, Jim Barnes, no es lo que él esperaba. Había planeado tener una conversación cautelosa con el periodista, fuera del alcance de la policía, por supuesto, para asegurarse de que los periódicos conocieran su punto de vista de una vez por todas. Pensó que debía mostrar su perspectiva general de los acontecimientos para que el público conociera su naturaleza razonable, quizá incluso insinuar que, independientemente de lo que dijera la policía, la desaparición de Ágatha se debía, en parte, a una decisión de ella. De esta forma esperaba apaciguar la percepción que el público tenía de él sin salirse de los parámetros estrictos de la carta. Si tenía que proponer estas ideas defensivas al mismo tiempo que esquivaba las trampas que le habían puesto, algo probable debido al tratamiento que hasta ahora le había dado la prensa, que así fuera.
 Pero cuando conoce al afable y civilizado chico del Daily Mail resulta ser un tipo por completo diferente de la gentuza que los acosa fuera de Styles mañana, tarde y noche. Habla bien y está vestido de forma inmaculada, el chico le parece familiar, no muy distinto de sus compañeros, miembros del club de golf de Sunningdale. Muy en contra de su inclinación y de lo que había planeado, el hombre le cae bien desde el momento en que se sientan en el poco memorable y pequeño bar. "Por fin -piensa- he encontrado a un alma empática". Y baja la guardia.
 -Con mucho gusto.
 Levanta los papeles en los que escribió una declaración formal para la prensa y expone las ideas que había preparado: que está muy preocupado por su esposa; que últimamente ella había sufrido de los nervios; que con frecuencia hacían planes por separado los fines de semana según sus intereses -que él pensaba mantener en privado-, y que está haciendo todo lo posible para ayudar en la investigación de la policía.
 -Muchas gracias, coronel Christie. Muy bien dicho -afirma Jim cuando termina de garabatear en su cuaderno-. ¿Está listo para responder a algunas preguntas?
 -Claro. Los periódicos han publicado una cantidad endemoniada de cosas en contra de mí y de mis amigos y deseo tener la oportunidad de presentar mi verdad.
 -Eso es lo que yo también deseo. Empecemos. -El joven sonríe y revisa sus notas-. ¿Cuáles son las posibles explicaciones de la desaparición de su esposa según su punto de vista y el de la policía?
 -Hay tres explicaciones posibles de su desaparición: podría ser voluntaria, pudo haber perdido la memoria y, espero que no, pudo ser el resultado de un suicidio. Mi instinto me dice que es una de las dos primeras. Definitivamente no creo que se trate de un suicidio. Tengo entendido que si alguien considera terminar con su vida, primero amenaza con hacerlo, y ella nunca lo hizo. Además, ¿una persona que desea terminar con su vida conduce varios kilómetros, se quita el abrigo y después desaparece en medio de la nada antes de suicidarse? No lo creo, sencillamente no tiene sentido. De cualquier forma, si mi esposa consideró alguna vez quitarse la vida, supongo que hubiera pensado en un veneno. Como durante la guerra trabajó como enfermera y en un hospital, sabía mucho sobre venenos y los usaba con frecuencia en sus historias. Ese hubiera sido el método que ella habría elegido, en lugar de algún misterioso suicidio en un área remota del bosque; pero aún así no creo que eso haya pasado. -Estaba un poco disperso, pero lo había dicho.
 -Entonces ¿se inclina más a pensar que la desaparición de la señora Christie se debe a un acto voluntario o a que ha perdido la memoria?
  Archie recuerda la carta y responde:
 -Así es, y me atrevo a pensar que se trata de un caso de amnesia.
 -¿Puede hablar un poco más sobre el día en que desapareció?
 -Ya he hablado de todo esto con la policía una y otra vez, pero lo haré de nuevo aquí para su conocimiento. Como siempre, salí de casa a las nueve y cuarto para ir al trabajo y esa fue la última vez que vi a mi esposa. Sabía que ella iría a Yorkshire el fin de semana, y eso era todo lo que conocía de sus planes cuando me marché el viernes a la oficina. Luego me he enterado de que por la mañana salió en su automóvil y comió sola. Por la tarde llevó a nuestra hija a visitar a mi madre en Dorking y regresó aquí para cenar sola. -Archie se queda callado. ¿Debería mencionar el resto del día?
 -¿Sabe qué ocurrió entonces? -pregunta Jim.
 No está seguro de cómo explicar su postura sobre lo que pasó después.
 -No sé con seguridad lo que ocurrió después de eso, puesto que estábamos en diferentes lugares. Sólo puedo suponer que estaba en un estado nervioso tal, por razones que desconozco, que le fue imposible sentarse a leer o escribir. A mí me ha sucedido esto algunas veces y en esos momentos salgo a caminar para aclarar mis ideas y tranquilizarme. Pero a mi esposa no le gusta mucho caminar, y cuando desea aclarar su mente sale a dar un paseo en automóvil.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2021, en traducción de Yara Trevethan Gaxiola, pp. 209-212. ISBN: 978-84-08-24821-7.]