Capítulo 7: La verdad
en el anuncio: la evolución de las señales corporales
«Uno tiene que preguntarse cómo es posible que
los animales evolucionaran de manera que algo tan aparentemente arbitrario como
la longitud de una cola, el color de una mancha en un pico o la anchura de una
banda negra produzcan respuestas de comportamiento tan grandes. ¿Por qué
debería un carbonero común perfectamente normal retirarse de su posible
alimento sólo porque ve a otro pájaro con una banda ligeramente más ancha? ¿Qué
tiene una banda negra ancha que implica fuerza intimidatoria? Uno pensaría que
un carbonero con un gen para una banda ancha, pero inferior por otras razones,
podría obtener así un estatus social inmerecido. ¿Por qué tal engaño no se hace
flagrante y destruye el significado de la señal?
Estas cuestiones no están todavía resueltas y
son muy debatidas por los zoólogos, en parte porque las respuestas varían para
diferentes señales y diferentes especies animales. Consideremos estas
cuestiones para señales sexuales corporales, es decir, estructuras que se
encuentran en el cuerpo de un sexo pero no en el del sexo opuesto de la misma
especie, y que son utilizadas como señal para atraer a parejas potenciales del
sexo opuesto o para impresionar a rivales del mismo sexo. Tres teorías que
compiten entre sí intentan explicar señales sexuales como éstas.
La primera teoría propuesta por el genetista
británico Ronald Fisher se denomina modelo de selección desenfrenada de Fisher.
Las hembras humanas y las hembras de todas las demás especies animales, se
enfrentan al dilema de seleccionar un macho con el que aparearse,
preferiblemente uno que lleve buenos genes que serán transmitidos a la prole de
la hembra. Ésta es una tarea difícil porque, como toda mujer sabe
perfectamente, las hembras no tienen ningún método directo para evaluar la
calidad de los genes de un macho. Supongamos que, de alguna manera, una hembra
estuviera genéticamente: programada para ser atraída sexualmente por machos que
llevaran cierta estructura que les diera alguna ligera ventaja en la
supervivencia comparados con otros machos. Aquellos machos con la estructura
preferida obtendrían así una ventaja adicional: atraerían más hembras como
compañeras, y por lo tanto transmitirían sus genes a más prole. Las hembras que
prefiriesen a los machos con tal estructura obtendrían también una ventaja:
transmitirían el gen de la estructura a sus hijos, que a su vez serían
preferidos por otras hembras.
Un proceso desenfrenado de selección
continuaría después, favoreciendo a aquellos machos con genes en favor de la
estructura con un tamaño exagerado, y favoreciendo a aquellas hembras con genes
en favor de una exagerada preferencia por la estructura. De generación en
generación, la estructura crecería en tamaño o en vistosidad hasta que perdiera
su ligero efecto beneficioso original para la supervivencia. Por ejemplo, una
cola ligeramente más larga podría ser útil para volar, pero la gigantesca cola
de un pavo real no es con seguridad muy útil en el vuelo. El proceso evolutivo
desenfrenado sólo se detendría cuando una exageración ulterior del rasgo se
convirtiera en perjudicial para la supervivencia.
Una segunda teoría, propuesta por el zoólogo israelí Amotz Zahavi,
apunta que muchas estructuras que funcionan como señales corporales sexuales
son tan grandes o llamativas que deben resultar de hecho perjudiciales para la
supervivencia de su propietario. Por ejemplo, la cola de un pavo real o de un
tejedor no sólo no ayuda al ave a sobrevivir sino que le hace la vida más
difícil. Tener una cola pesada, larga y ancha dificulta el desplazamiento a
través de vegetación densa, tanto como levantar vuelo, mantenerse volando y
escapar así de los depredadores. Muchas señales sexuales, como la cresta dorada
de un tilonorrinco (o pájaro jardinero), son estructuras grandes, llamativas y
brillantes que tienden a atraer la atención de un depredador. Además, que
crezca una gran cola o cresta es costoso porque consume mucha energía
biosintética del animal. En consecuencia, argumenta Zahavi, cualquier macho que
se las apaña para sobrevivir a pesar de un hándicap tan costoso como ése, está
en efecto anunciando a las hembras que debe tener magníficos genes en otros
aspectos. Cuando una hembra ve un macho con ese hándicap tiene la garantía de
que no la está engañando al portar el gen para una cola larga y que, a la vez,
es inferior en lo demás. Él no habría sido capaz de permitirse elaborar esa
estructura y no estaría todavía vivo a menos que fuese realmente superior.
A uno se le ocurren inmediatamente muchos
comportamientos humanos que seguramente se ajustan a la teoría del hándicap de
Zahavi de las señales honestas. Mientras que cualquier hombre puede
fanfarronear ante una mujer de que es rico, y de que por lo tanto ella debería
irse a la cama con él con la esperanza de atraerle al matrimonio, podría estar
mintiendo. Ella sólo se lo cree cuando le ve despilfarrando el dinero en
joyería cara e inútil y en coches deportivos. También algunos estudiantes
universitarios alardean de participar en fiestas la noche anterior a un examen
importante; realmente están diciendo: “Cualquier idiota puede sacar un
sobresaliente estudiando, pero yo soy tan inteligente que puedo sacar un
sobresaliente a pesar del hándicap de no estudiar”.
La otra teoría sobre las señales sexuales, tal
como la formularon los zoólogos estadounidenses Astrid Kodric-Brown y James
Brown, se denomina verdad en el anuncio. Como Zahavi y a diferencia de Fisher,
los Brown hacen énfasis en que las estructuras corporales costosas representan
necesariamente anuncios honestos de calidad, debido a que un animal inferior no
podría permitirse los costes. A diferencia de Zahavi, que ve las estructuras
costosas como un hándicap para la supervivencia, los Brown las ven como
favorecedoras para la supervivencia, o bien ligadas de cerca a características
que favorecen la supervivencia. La estructura costosa es de esta manera un
anuncio doblemente honesto: sólo un animal superior puede permitirse su coste,
y hace al animal incluso más superior.
Por ejemplo, la cornamenta de los ciervos macho representa una gran
inversión en calcio, fósforo y calorías; y aun así crece y es desechada todos
los años. Sólo los machos mejor nutridos —los que sean maduros, socialmente
dominantes y estén libres de parásitos— pueden permitirse esa inversión, De
esta manera, una cierva puede considerar la cornamenta grande un anuncio
honesto de la calidad del macho, al igual que una mujer cuy o novio compra y
desecha coches deportivos Porsche cada año puede creer su afirmación de que es
rico. Pero las cornamentas llevan un segundo mensaje que no comparten los
Porsche. Mientras que un Porsche no genera más riqueza, las cornamentas grandes
proporcionan a sus propietarios el acceso a los mejores pastos, puesto que les
permiten vencer a machos rivales y combatir a los depredadores.
Examinemos ahora si alguna de estas tres
teorías, concebidas para explicar la evolución de las señales animales, puede
explicar también rasgos del cuerpo humano. Para esto necesitamos ante todo
preguntar si nuestros cuerpos poseen cualquiera de esos rasgos que requieren
explicación. Nuestra primera inclinación podría ser asumir que sólo los
estúpidos animales requieren insignias codificadas genéticamente, como un punto
rojo aquí y una banda negra allí, de modo que se den cuenta entre ellos de la
edad, estatus, calidad genética y valía como pareja potencial. Nosotros, por el
contrario, tenemos cerebros mucho más grandes y muchísima más capacidad de
raciocinio que ningún otro animal. Es más, únicamente nosotros somos capaces de
hablar y podemos por ello almacenar y transmitir información mucho más
detallada de lo que puede hacerlo cualquier otro animal. ¿Qué necesidad tenemos
nosotros de tener puntos rojos o bandas negras cuando determinamos de manera
rutinaria y precisa la edad y estatus de otros humanos con sólo hablar con
ellos? ¿Qué animal puede decirle a otro que tiene veintisiete años, recibe un
salario anual de 125 000 dólares y es el segundo asistente del vicepresidente
en el tercer banco más importante del país? En la selección de nuestras parejas
y compañeros sexuales, ¿no pasamos por una fase de datos que es en efecto una
larga serie de pruebas mediante las cuales evaluamos las habilidades
parentales, las habilidades de relación y los genes de una pareja en
perspectiva?
La respuesta es sencilla: ¡tonterías! También
nosotros nos basamos en señales tan arbitrarias como la cola de un tejedor y la
cresta de un pájaro jardinero. Nuestras señales incluyen, caras, olores, color
de pelo, barba en los hombres y pechos en las mujeres. ¿Qué es lo que hace a
estas estructuras menos absurdas que una larga cola como base para seleccionar
esposa o esposo, la persona más importante en tu vida adulta; nuestro compañero
económico y social y el coprogenitor de nuestros hijos? Si pensamos que tenemos
un sistema de señalización inmune al engaño, ¿por qué tanta gente recurre al
maquillaje, los tintes de pelo y el aumento de pecho? En cuanto a nuestro
supuestamente inteligente y cuidadoso proceso de selección, todos sabemos que
cuando entramos en una habitación llena de gente desconocida, rápidamente
sentimos quién nos atrae físicamente y quién no lo hace. Esta rápida sensación
está basada en el “atractivo sexual”, que significa exactamente la suma de las
señales corporales a las cuales respondemos, en gran medida inconscientemente.
Nuestra tasa de divorcios, ahora alrededor de un 50 por 100 en Estados Unidos,
muestra que reconocemos el fracaso en la mitad de nuestros esfuerzos al seleccionar
compañero. Los albatros y muchas otras especies de animales ligados en parejas
tienen tasas de “divorcio” mucho más bajas. ¡Y eso que nosotros somos sabios y
ellos estúpidos!
De hecho, al igual que otras especies animales, hemos evolucionado características
corporales que señalan la edad, el sexo, el estatus reproductivo y la calidad
individual, así como respuestas programadas a esas y otras características. La
adquisición de la madurez reproductiva está señalada en ambos sexos por el
crecimiento del vello púbico y axilar. En los machos humanos está señalizada
además por el crecimiento de la barba y el vello corporal y por una caída en el
tono de la voz. El episodio con el que inicié este capítulo ilustra que
nuestras respuestas a esas señales pueden ser tan específicas y dramáticas como
la respuesta del polluelo de gaviota al punto rojo en el pico de su progenitor.
Las hembras humanas indican además la madurez reproductiva por el desarrollo de
sus pechos. Más tarde en la vida señalamos nuestra decadente fertilidad y (en
las sociedades tradicionales) la adquisición del estatus de sabio anciano por
el encanecimiento de nuestro pelo. Tendemos a responder a la vista de los
músculos humanos (en cantidades y lugares apropiados) como una señal de condición
física masculina, y a la vista de grasa corporal (también en cantidades y
lugares apropiados) como una señal de condición física femenina. En cuanto a
las señales corporales mediante las cuales seleccionamos a nuestras parejas y
compañeros sexuales, incluyen todas estas mismas señales de madurez
reproductiva y condición física, con variaciones entre las poblaciones humanas
en lo referente a las señales que un sexo posee y las que el otro sexo
prefiere. Por ejemplo, los hombres varían por todo el mundo en relación con la
abundancia de su barba y vello corporal, mientras que las mujeres varían
geográficamente en el tamaño y forma de sus pechos y pezones, y en el color de
estos últimos. Todas estas estructuras nos sirven a nosotros los humanos como
señales análogas a los puntos rojos y las bandas negras de las aves. Además, al
igual que los pechos de las mujeres cumplen simultáneamente una función
fisiológica y sirven como señales, más tarde en este capítulo consideraré si lo
mismo podría ser cierto del pene de los hombres.»
[El texto pertenece a la edición
en español de Editorial Debate, 2007, en traducción de Victoria Laporta
Gonzalo. ISBN: 978-84-8306-695-9.]
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