domingo, 12 de junio de 2022

Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos.- Oliver Sacks (1933-2015)


Adiós a Oliver Sacks | La Crítica
Capítulo tercero


 «Pero aunque las obras de Stokoe se consideren retrospectivamente “explosivas” e “hitos”, y aunque retrospectivamente se considere que han desempeñado un papel decisivo como impulsoras del cambio posterior de conciencia, fueron prácticamente ignoradas en su época. El propio Stokoe lo recordaba comentando irónicamente:
 "La publicación en 1960 de Sign Language Structure provocó una curiosa reacción local. Todo el cuerpo docente de la Universidad Gallaudet, salvo el rector Detmold y uno o dos colegas, se lanzó encarnizadamente contra mí, contra la lingüística y contra el estudio del lenguaje de señas como lenguaje […] Si la recepción del primer estudio lingüístico de un lenguaje de señas de la comunidad sorda fue fría dentro de ésta, fue criógena en un gran sector de la educación especial, que era por entonces una entidad cerrada tan hostil al lenguaje de señas como ignorante de la lingüística".
 Desde luego el libro apenas tuvo eco entre sus colegas los lingüistas: las grandes obras generales sobre el lenguaje de la década de 1960 no hicieron ninguna alusión a él, no mencionaban siquiera el lenguaje de señas, en realidad. Tampoco Chomsky, el lingüista más revolucionario de nuestra época, cuando prometió en 1966 (en el prefacio de Cartesian Linguistics) un futuro libro sobre “lenguajes sustitutivos, por ejemplo, el lenguaje de gestos de los sordos”, descripción que situaba el lenguaje de señas por debajo de la categoría de verdadero lenguaje. Cuando Klima y Bellugi empezaron a estudiar el lenguaje de señas en 1970 tenían la sensación de territorio virgen, de una materia completamente nueva (esto era en parte reflejo de la originalidad de las propias investigadoras, esa originalidad que hace que cada materia parezca totalmente nueva).
  Pero lo más notable fue, en cierto modo, la reacción indiferente u hostil de los propios sordos, que parecería natural que hubiesen sido los primeros en apreciar y alabar los descubrimientos de Stokoe. Existen interesantes descripciones de esto (y de “conversiones” posteriores) aportadas por antiguos colegas de Stokoe, y por otras personas, todas las cuales tenían como primer lenguaje la seña, por ser sordos o hijos de padres sordos. ¿Cómo es posible que los que hablaban por señas no fuesen los primeros que apreciasen la complejidad estructural de su propia lengua? Sin embargo fueron precisamente los que hablaban por señas los menos comprensivos o los que más se resistieron a las ideas de Stokoe. Así, Gilbert Eastman (que luego se convertiría en un eminente dramaturgo por señas y uno de los más ardorosos defensores de Stokoe) nos dice: “Mis colegas y yo nos reíamos del doctor Stokoe y de su disparatado proyecto. Era imposible analizar nuestro lenguaje de señas”.
 Las razones son complejas y profundas y quizás no tengan paralelo en el mundo oyente-hablante. Nosotros (el 99,9 por ciento de nosotros) damos por supuestos como algo natural el habla y el lenguaje hablado; no sentimos ningún interés especial por el habla, jamás le dedicamos una reflexión ni nos preocupamos de si se analiza o no. Pero la situación es radicalmente distinta en el caso de los sordos y del lenguaje de señas. Los sordos tienen un sentimiento profundo y especial respecto a su propia lengua: suelen alabarla en términos tiernos y reverentes (y lo han hecho así desde Desloges, en 1779). El sordo siente la seña como una parte sumamente íntima e indiferenciable de su yo, como algo de lo que depende y también como algo que pueden quitarle en cualquier momento (como sucedió, en cierto modo, en la conferencia de Milán en 1880). Se muestra receloso, como dicen Padden y Humphries, con “la ciencia de los otros” , que creen que pueden superar su propio conocimiento del lenguaje de señas, un conocimiento que es “impresionista, global y no internamente analítico”. Sin embargo, paradójicamente, pese a todo ese sentimiento reverente, el sordo ha compartido a menudo la incomprensión y el menosprecio hacia el lenguaje de señas del oyente. (Una de las cosas que más impresionaron a Bellugi, cuando inició su estudio, fue que los propios sordos, pese a hablar el lenguaje de señas como primera lengua, no tenían ni idea de la gramática y la estructura interna de ésta y tendían a considerarla pura mímica).
  Y, sin embargo, quizás esto no tenga por qué sorprendernos. Hay un viejo proverbio que dice que los peces son los últimos que identifican el agua. Y para los que hablan por señas, la seña es su medio y su agua, algo tan familiar y natural que no necesita ninguna explicación. Y, sobre todo, los usuarios de un lenguaje tienden a un realismo ingenuo, suelen ver su lengua como un reflejo de la realidad, no como una construcción. “Aquellos aspectos de las cosas que son para nosotros más importantes permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad”, dice Wittgenstein. Así pues, quizás haga falta un punto de vista exterior para mostrar a los usuarios naturales de un idioma que sus propias expresiones, que a ellos les parecen tan simples y transparentes, son, en realidad, enormemente complejas y contienen y ocultan el vasto andamiaje de un auténtico idioma. Esto es precisamente lo que pasó con Stokoe y los sordos. Louie Fant lo expone con mucha claridad:
 "Yo me crié, como la mayoría de los niños hijos de padres sordos, sin la menor conciencia de que el ameslán fuese un lenguaje. Y no me sacaron de mi error hasta que tuve treinta y tantos años. Lo hicieron personas que no eran usuarias naturales del ameslán, que habían penetrado en el campo de la sordera sin ninguna idea preconcebida, sin ningún punto de vista previo respecto a los sordos y su lenguaje. Observaban el lenguaje de señas de los sordos con ojos nuevos".
  Fant explica luego que, pese a trabajar en Gallaudet y llegar a conocer bien a Stokoe (e incluso a escribir un manual de iniciación al lenguaje de señas utilizando parte del análisis de Stokoe), siguió resistiéndose a la idea de que fuese un lenguaje real. Cuando abandonó Gallaudet para convertirse en miembro fundador del Teatro Nacional de los Sordos, en 1967, seguía manteniendo esta actitud igual que muchos otros; todas las obras de teatro eran en inglés por señas porque se consideraba el ameslán “inglés degradado no apto para la escena”. Él y otros utilizaron el ameslán una o dos veces casi sin darse cuenta cuando declamaban en escena, con efectos electrizantes, y eso les causó una impresión extraña. “En algún punto de los recovecos de mi mente —escribe Fant en esta época— había un convencimiento creciente de que Bill tenía razón, y que lo que nosotros llamábamos ‘lenguaje de señas real’ era en realidad ameslán”.
  Pero el cambio no llegó hasta 1970, cuando Fant conoció a Klima y a Bellugi, que le hicieron innumerables preguntas sobre “su” lenguaje:
 "Mi actitud fue experimentando un cambio radical a medida que se desarrollaba la conversación. Bellugi, a su manera cordial y simpática, me hizo darme cuenta de lo poco que sabía y o en realidad del lenguaje de señas aunque lo conociese desde la infancia. Los elogios que hizo de Bill Stokoe y de su obra me obligaron a preguntarme si no estaría perdiéndome algo".
  Y luego, por fin, unas semanas después:
  "Me convertí. Dejé de oponerme a la idea de que el ameslán fuese un lenguaje y me entregué a su estudio para poder enseñarlo como lenguaje".
 Y sin embargo (pese a hablar de “conversión”) los sordos habían sabido siempre, intuitivamente, que el lenguaje de señas era un lenguaje. Pero quizá fuese necesaria una confirmación científica para que este conocimiento se hiciese consciente y explícito, y llegase a ser la base de una conciencia audaz y nueva de su propio lenguaje.
Veo Una Voz. Oliver Sacks. Anagrama | Menéndez Libros Los artistas (nos recuerda Pound) son las antenas de la raza. Y fueron los artistas los que sintieron primero en sí mismos, y proclamaron, el alborear de esta nueva conciencia. Así, el primer movimiento que surgió tras la obra de Stokoe no fue pedagógico ni político ni social, fue artístico. El Teatro Nacional de los Sordos se fundó en 1967, sólo dos años después de que se publicara el Dictionary. Pero hasta 1973 (seis años más tarde) no encargó y representó una obra en auténtico lenguaje de señas. Hasta entonces sus representaciones fueron sólo transliteraciones en inglés, por señas, de obras inglesas. (A pesar de que durante las décadas de 1950 y 1960 George Detmold, decano de Gallaudet, dirigió una serie de obras en las que instaba a los actores a apartarse del inglés por señas y a interpretar en ameslán). Una vez vencida la resistencia, y asentada la nueva conciencia, ya nada pudo parar a los artistas sordos de todo tipo. Surgieron así la poesía por señas, el humor por señas, la canción por señas, el baile por señas…, únicas artes por señas que no podían traducirse en habla. Surgió una tradición bárdica, o resurgió, entre los sordos, con bardos por señas, oradores por señas, cuentistas por señas, narradores por señas, que transmitieron y difundieron la historia y la cultura de los sordos, y que, al hacerlo, elevaron aún más su nueva conciencia cultural. El Teatro Nacional de los Sordos ha viajado, y viaja, por todo el mundo, no sólo presentando la cultura y el arte sordos a los oyentes sino reafirmando el sentimiento de los sordos de tener una cultura y una comunidad mundiales.
  Aunque el arte es arte y la cultura cultura, pueden tener una función política y educativa implícita, y hasta explícita. El propio Fant se convirtió en protagonista y en maestro; el libro que publicó en 1972, titulado Ameslan: An Introduction to American Sign Language, fue el primer manual elemental del lenguaje de señas que siguió directrices explícitamente stokoeanas; fue una fuerza que contribuyó a que volviese a la enseñanza el lenguaje de señas. A principios de la década de 1970 empezó a retroceder el oralismo exclusivo, después de noventa y seis años, y se introdujo (o reintrodujo, pues había sido bastante frecuente en varios países ciento cincuenta años antes) la « comunicación total» (el uso del lenguaje hablado y el lenguaje de señas a la vez). Pero para conseguir eso hubo que superar una gran resistencia: Schlesinger nos cuenta que cuando defendía la reintroducción de los lenguajes de señas en la enseñanza recibió advertencias y cartas amenazadoras, y que su libro Sound and Sign provocó polémica cuando apareció en 1972 y se procuró “envolverlo en un papel de estraza vulgar como si fuese inaceptable”. El conflicto aún persiste y aunque se utilice y a en las escuelas el lenguaje de señas, es prácticamente siempre inglés por señas y no verdadero lenguaje de señas lo que se utiliza. Stokoe había dicho desde el principio que los sordos debían ser bilingües (y biculturales), que debían aprender el lenguaje de la cultura dominante, pero también e igualmente su propio lenguaje, la seña. Pero como la seña aún no se utiliza en las escuelas, ni en ninguna institución (salvo las religiosas), sigue estando predominantemente limitado, como hace setenta años, a un uso coloquial y demótico. Esto sucede hasta en Gallaudet (de hecho, la política oficial de la universidad ha sido desde 1982 que toda comunicación por señas e interpretación en clase se efectúe en inglés por señas) y fue un motivo importante de la rebelión.
  Lo personal y lo político siempre andan mezclados, y en este caso se mezclan además con lo lingüístico. Barbara Kannapell plantea esto cuando analiza cómo influyó en ella Stokoe, la nueva mentalidad, y cómo cobró conciencia de sí misma como persona sorda con una identidad lingüística especial (“mi lenguaje soy yo”) pasando luego a considerar la seña un elemento básico de la identidad comunal de los sordos (“rechazar el ameslán es rechazar a la persona sorda […] [pues] el ameslán es una creación personal de las personas sordas como grupo […] es lo único que tenemos que pertenece exclusivamente al pueblo sordo”). Estas consideraciones personales y sociales la impulsaron a crear en 1972 Orgullo Sordo, una organización dedicada a despertar la conciencia de los sordos.
  El desprecio a los sordos, las actitudes paternalistas, la pasividad sorda e incluso la vergüenza sorda eran demasiado comunes antes de principios de la década de 1970; se ve muy claramente en una novela de 1970, In This Sign, de Joanne Greenberg, y fue preciso que saliese el diccionario de Stokoe, y que los lingüistas legitimasen la seña, para que se iniciase un movimiento en dirección contraria, un movimiento hacia la identidad sorda y el orgullo sordo.
  Esto fue esencial pero no fue el único factor del movimiento de los sordos a partir de 1960: hubo otros de igual fuerza y confluyeron todos produciendo la revolución de 1988. Hay que tener en cuenta el talante de los años sesenta, con su sensibilidad especial hacia los pobres, los impedidos, las minorías; el movimiento de los derechos civiles, el activismo político, los diversos movimientos de “liberación” y de “orgullo”; todo esto estaba fraguándose a la vez que, venciendo gran resistencia, muy despacio, se legitimaba científicamente el lenguaje de señas y mientras los sordos iban acumulando poco a poco un sentimiento de amor propio y esperanza, y luchaban contra las imágenes y sentimientos negativos que les habían acosado durante un siglo. Había una tolerancia creciente, en general, hacia la diversidad cultural, una conciencia creciente de que las personas podían ser muy diferentes y sin embargo ser iguales y mutuamente valiosas; una conciencia creciente, en concreto, de que los sordos eran un “pueblo”, y no sólo un número de individuos aislados, anormales e incapacitados. Se pasó del criterio médico o patológico a un criterio antropológico, sociológico o étnico.»
  
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2006, en traducción de José Manuel Álvarez Flórez. ISBN: 978-84-339-6194-5.]

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