domingo, 26 de enero de 2025

El código Da Vinci.- Dan Brown (1964)

 

5

 «Murray Hill Place, la nueva sede estadounidense del Opus Dei y su centro de convenciones, se levanta en el número 243 de Lexington Avenue, en Nueva York. Valorado en más de cuarenta y siete millones de dólares, el edificio, de más de cuatro mil metros cuadrados de superficie, está revestido de ladrillo oscuro y piedra de Indiana. Diseñado por May&Pinska, cuenta con más de cien dormitorios, seis comedores, bibliotecas, salones, oficinas y salas de trabajo. En las plantas dos, ocho y dieciséis hay capillas decoradas con mármoles y maderas labradas. El piso diecisiete es enteramente residencial. Los hombres acceden al edificio por la entrada principal de Lexington Avenue. Las mujeres lo hacen por una calle lateral y, en el interior del edificio, deben estar en todo momento separadas "acústica y visualmente" de los hombres.
 Aquella tarde, hacía unas horas, en la soledad de su apartamento del ático, el obispo Manuel Aringarosa había metido cuatro cosas en un bolso de viaje y se había puesto la sotana. En condiciones normales no habría obviado el cordón púrpura, pero esa noche iba a viajar acompañado de más gente y deseaba que su alto cargo pasara desapercibido. Sólo los más atentos se darían cuenta al verle el anillo de oro de catorce quilates con la amatista púrpura, los grandes brillantes y la mitra engarzada. Se había echado la bolsa al hombro, había rezado una oración en voz baja y había salido de su apartamento en dirección al vestíbulo, donde su chófer le estaba esperando para llevarlo al aeropuerto.
 Ahora, en es vuelo comercial rumbo a Roma, Aringarosa miraba por la ventanilla y veía el oscuro Océano Atlántico. El sol ya se había puesto, pero él sabía que su estrella particular estaba iniciando su imparable ascenso. "Esta noche se ganará la batalla", pensó, aún sorprendido al pensar en lo impotente que se había sentido hacía sólo unos meses para enfrentarse a las manos que amenazaban con destruir su imperio.
 En calidad de prelado del Opus Dei, el obispo Aringarosa había pasado los últimos diez años extendiendo el mensaje de la "Obra de Dios", que es lo que significaba literalmente Opus Dei. La congregación, fundada en 1928 por el sacerdote español José María Escrivá promovía el retorno a los valores conservadores del catolicismo y animaba a sus miembros a realizar sacrificios drásticos en sus vidas para hacer la Obra de Dios.
 La filosofía tradicionalista del Opus Dei arraigó en un principio en la España prefranquista, pero la publicación en 1934 de Camino, el libro espiritual de José María Escrivá, consistente en 999 máximas de meditación para hacer la Obra de Dios en esta vida, propagó el mensaje de aquel sacerdote por todo el mundo. Ahora, con más de cuatro millones de ejemplares publicados en cuarenta y dos idiomas, la fuerza del Opus Dei no conocía fronteras. Sus residencias, centros docentes y hasta universidades se encontraban prácticamente en todas las grandes ciudades del mundo. El Opus era la organización católica con un mayor índice de crecimiento, así como la más sólida en términos económicos. Pero por desgracia, Aringarosa era consciente de que en tiempos de cinismo religioso, de idolatría y telepredicadores, la creciente riqueza de la Obra era blanco de sospechas.
 -Son muchos los que consideran al Opus Dei como una secta destructiva -le comentaban con frecuencia los periodistas-. Otros los tachan de sociedad secreta católica ultraconservadora. ¿Son alguna de esas dos cosas?
 -No, ninguna -respondía siempre el obispo sin perder la paciencia-. Somos una iglesia católica, una congregación de católicos que hemos optado prioritariamente por seguir la doctrina católica con tanto rigor como podamos en nuestras vidas cotidianas.
 -¿Incluye la Obra de Dios necesariamente los votos de castidad, pobreza y penitencia de los pecados mediante la autoflagelación y el cilicio?
 -Eso describe sólo a una pequeña parte de los miembros del Opus Dei -respondía Aringarosa-. Hay muchos niveles de entrega. Hay miles de miembros que están casados, tienen familia y viven la Obra de Dios en sus propias comunidades. Los hay que optan por una vida de ascetismo y enclaustramiento en la soledad de nuestras residencias. La elección es personal, pero todos en el Opus Dei compartimos la misma meta de mejorar el mundo haciendo la Obra de Dios. Y no hay duda de que se trata de toda una proeza.
 Con todo, la razón casi nunca servía. Los medios de comunicación se alimentaban normalmente de escándalos, y el Opus Dei, como cualquier gran organización, tenía entre sus miembros algunas almas descarriadas que ensombrecían los esfuerzos del resto del grupo.
 Hacía dos meses se había descubierto que un grupo del Opus Dei de una universidad del Medio Oeste americano drogaba con mescalina a sus neófitos para inducirles un estado de euforia que ellos percibieran como experiencia religiosa. En otro centro universitario, un alumno había usado el cilicio bastante más que las dos horas diarias recomendadas y se había causado una infección casi mortal. No hacía mucho, en Boston, un pequeño inversor en bolsa desilusionado había donado al Opus Dei los ahorros de toda su vida y había intentado suicidarse.
 "Ovejas descarriadas", se compadeció Aringarosa.
 Claro que la mayor vergüenza había sido el juicio mediático contra Robert Hanssen que, además de ser un destacado miembro del Opus y espía del FBI, había resultado ser un pervertido sexual que, según se demostró durante las vistas, había colocado cámaras ocultas en su propia habitación para que sus amigos le vieran manteniendo relaciones sexuales con su esposa. "Cuesta creer que se trate del pasatiempo de un católico devoto", había comentado el juez.
 Por desgracia, todos aquellos hechos habían propiciado la creación de un grupo de denuncia conocido como Red de Vigilancia del Opus Dei (Opus Dei Awareness Network, ODAN).»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Urano, 2004, en traducción de Juanjo Estrella, pp. 43-45. ISBN: 84-95618-60-5.]

domingo, 19 de enero de 2025

El amigo Manso.- Benito Pérez Galdós (1843-1920)

 

XV.- ¿Qué leería?

 «Éste fue el objeto de mis profundas cavilaciones en el tiempo que tardé en llegar a mi casa y aún me persiguió aquel enigma hasta que me dormí, después de leer yo también un rato. ¿Y cuál fue mi lectura? Abrí no sé qué libros de mi más ardiente devoción y me harté de poesía y de idealidad.
 Al despertar volví a preguntarme: "¿Qué leería?" Y en clase, cuando explicaba mi lección, veía por entre las cláusulas y pensamientos de ésta, como se ve la luz por entre las mallas de un tamiz, la cuestión de lo que Irene leía.
 Cumplidos mis deberes profesionales, fui a almorzar a casa de mi hermano; y ved aquí cómo llegó a serme agradable aquella mansión que al principio tantas antipatías despertaba en mí, por el trastorno que sus habitantes habían causado en mis costumbres. Pero yo empezaba a formarme una segunda rutina de vida, acomodándome al medio local y atmosférico; que es ley que el mundo sea nuestro molde y no nuestra hechura.
 Favorecía mis visitas a la casa de mi hermano su proximidad a la mía, pues en seis minutos y con sólo 560 pasos salvaba la distancia, por un itinerario que parecía camino celestial, formado de las calles del Espíritu Santo, Corredera de San Pablo y calles de San Joaquín, San Mateo y San Lorenzo. Esto era pasearme por las páginas del Año cristiano. ¡Y la casa me parecía tan bonita, con sus nueve balcones de antepecho corrido, que semejaban pentagrama de música! ¡Y eran tan interesantes la tienda, muestra y escaparates del estuquista que habitaba en el piso bajo...! La gran escalera blanquecina me acogía con paternal agasajo, y al entrar me recibía el huésped eterno y fijo de la casa, un fuerte olor de café retinto, que se asociaba entonces a todas las imágenes, ideas y sucesos de la familia, y aún hoy viene a formar en el fondo de mi memoria, siempre que repite aquellos días, como un ambiente sensorio que envuelve y perfuma mis recuerdos.
 El primero que aparecía ante mí era Rupertico haciendo cabriolas, besándome la mano y llamándome Taita. Aquel día me dijo:
 -Mi ama Lica se ha levantado hoy.
 Entré a verla. Allí estaba doña Cándida, hecha un caramelo de sensibilidad, atendiendo a Lica, arreglándole las almohadas en el sillón, cerrando las puertas para que no le diera el aire y al mismo tiempo poniendo sus cinco sentidos en la criatura y en el ama. Las reglas y preceptos que Calígula dictaba a cada momento para que el niño y la nodriza no sufrieran el menor percance, llenarían tantos volúmenes como la Nuevísima recopilación. Ella había buscado el ama y la había vestido, poniéndole más galones que a un féretro, collares rojos y todo lo demás que constituye el traje de pasiega; ella le había marcado el régimen y regulaba las hartazgas que tomaba aquella humana vaca, de cuya voracidad no puede darse idea. Ella corría con todo lo de ropitas, fajas y abrigos para mi tierno ahijado.
 -Tiene toda la cara de tu madre -me decía-, y éste se me figura que va a ser un sabio como tú. Pero ¿has visto cosa más rica que este ángel?
 A mí me parecía bastante feo. Tenía por nariz la trompeta que es característica de todos los Mansos,  y un aire de mal humor, un gesto avinagrado, un mohín tan displicente, que me le figuraba echando pestes de los fastidiosos obsequios de doña Cándida.
 Esta se multiplicaba para atender a todo; y como al muchacho se le ocurriese dar uno de esos estornudos de pájaro que dan los niños, ya estaba mi cínife con las manos en la cabeza, cerrando puertas y riñéndonos, porque decía que hacíamos aire al pasar. Cuando Maximín bostezaba abriendo su desmedida boca sin dientes, al punto gritaba ella: "¡Ama, la teta, la teta!"
 Era el ama rolliza y montaraz, grande y hombruna, de color atezado, ojos grandes y terroríficos, que miraban absortos a las personas como si nunca hubieran visto más que animales. Se asombraba de todo, se expresaba con un como ladrido entre vascuence y castellano que sólo mi cínife entendía, y si algo revelaba su ruda carátula era la astucia y desconfianza del salvaje. Cuando obediente a la consigna de doña Cándida, tomaba al chiquillo para alimentarle y se sacaba del pecho con dificultad un enorme zurrón negro, creía yo que aquello iba a sonar como las gaitas de mi país. Lica estaba muy contenta del ama, y cuando ésta no podía oírlo, decía doña Cándida, radiante de orgullo:
 -No hay mujer como ésta, no la hay... Le digo a usted, Lica, que ha sido una adquisición... ¡Gracias a mí, que la he buscado como pan bendito!... Hija, estas gangas no se encuentran a la vuelta de la esquina. ¡Qué leche más rica! ¡Y qué formalota!... Una cosa atroz, ¿ha visto usted? No dice esta boca es mía.
 Débil, más indolente que nunca, pero risueña y feliz, mi cuñada manifestaba su gratitud con expresiones cariñosas, y Calígula le decía:
 -¡Qué bien está usted!... ¡Qué bonito color! Vamos, está usted muy  mona.
 Y Lica me dijo, como siempre:
 -Máximo, cuéntame cosas.
 -¿Qué cosas ha de contar este sosón? -zumbó mi cínife con humor picaresco-. Que empiece a echar filosofías y nos dormimos todas.
 A pesar de esta sátira, yo contaba cosas a Lica, le hablaba de teatros, actualidades y de las noticias de Cuba.
 La peinadora entró a peinar a Chita, que, mientras le arreglaban el pelo, me obligó a darle cuenta de todas las funciones que en la última quincena se habían dado en los teatros. Yo, que no había ido a ninguna, le decía lo que se me antojaba. Lo mismo Chita que mi cuñada tenían pasión por los dramas y horror a la música y a las comedias de costumbres. Para ellas no había goce en ningún espectáculo si no veían brillar espadas y lanzas, y si no salían los actores muy bien cargados de barbas y vestidos de verde, o forrados de hojadelata imitando armaduras. Odiaban la llaneza de la prosa y se dormían cuando los actores no declamaban cortando la frase con hipos y el sonajeo de las rimas. Compraba Chita todos los dramas del moderno repertorio, y ambas hermanas los leían con deleite entre sorbos de café.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Signo editores, 2010, pp. 64-66. ISBN: 978-84-8447-046-5.]

domingo, 12 de enero de 2025

Tratado del origen y arte de escribir bien.- Fray Luis de Olod (1720-1794)

 Capítulo V: De quan honrados fueron en tiempo pasado los Maestros y quan en poco son tenidos en el presente

  «Cosa lamentable y deplorable es ver la poca suposición y estimación que en estos míseros tiempos se hace de los pobres Maestros, empleados en este tan laborioso exercicio; pues por más que ellos cumplan su obligación, y hagan de su parte quanto les toca en la enseñanza y utilidad de sus Discípulos, se hallan no obstante en los Lugares, Villas y Ciudades tan desfavorecidos, poco estimados y menos atendidos que parecen el desprecio de la República; hasta desatenderlos y despreciarlos sus mismos Discípulos, de quienes experimentan y sufren todos los días ingratitudes, descortesías y afrentas quando son correlativas en un hijo las obligaciones, que debe a sus Padres y a sus Maestros: como gravemente lo ponderó Séneca en una Espístola donde compara el honor y respecto que se debía a sus Maestros no sólo con el que debía a sus Padres sino también con el que debía a sus dioses. Multum egerunt qui ante nos fuerunt, sed non peregerunt: suspiciendi tamen sunt, ritu deorum colendi. Quam venerationem praeceptoribus generis humani a quibus tanti boni initia fluxerunt.
 No así en los tiempos pasados, quando más atentos en las obligaciones que se deben, los tenían en grande estima y veneración no solamente las Personas particulares y de baxa esfera; si que también los Emperadores, Reyes, Monarcas y Príncipes del Mundo, según nos lo enseñan tantos libros, y historias así antiguas, como modernas, quienes mudamente parleras nos persuaden las obligaciones, que se les debe y la veneración y gratitud, que se merecen.
 Muy bien confirma esta verdad Clemente Alexandrino, diciendo: que estimaron tanto nuestros antepasados a sus Maestros, que los llamaban Padre de las Almas, y los daban culto de Héroes, iguales a los Genios Tutelares. Los Athenienses habiendo de ofrecer a Theseo sacrificio, dedicaban el primero a su Maestro Coronidas. Los más nombrados Varones de los pasados siglos contaron por una de sus mayores glorias el haber tenido Maestros aventajados: Hércules a Atlante; Achiles a Fénix; Trajano a Plutarco; Carlo Magno a Alcuino; Catón el menor trataba a su Maestro Sorpedón como un divino oráculo de los dioses, obedeciéndole en todo con la mayor puntualidad y modestia.
 El Rey de Macedonia y buen Gobernador Antígono era tanto lo que anhelaba y deseaba tener por Maestro al Príncipe de los Estoycos y singular filósofo Zenón, que lo procuró con muchas veras por cartas y Mensageros, rogándoselo con mucho encarecimiento: mas el pobre viejo Antígono, no pudiendo condescender a su petición, por su ancianidad, no pudo hacer otra cosa que consolarle de la manera que pudo y fue cambiando dos de los más sabios y doctos de sus Discípulos, con cuya cuidadosa instrucción salió muy aprovechado. El Emperador Maximiliano primero decía que a ninguno amaba ni respetaba tanto como a los Maestros y Doctos; los quales era justo que no estuviesen a nadie sujetos sino que gobernasen a todos. El Rey Don Alonso el Sabio dio a los Reyes este documento: E aun deben honrar a los Maestros de los grandes saberes: ca por ellos se facen muchos de homes buenos e por cuyo consejo se mantienen e se enderezan muchas vegadas los Reynos e los Grandes Señores.
 Digno de saberse es el amor grande que el Emperador Antonino tuvo a sus amados Maestros pues hizo una súplica muy singular al Senado, qual fue pedirle estatua pública para Frontón, cosa que no se executaba sino con Personas muy singularizadas en sus heroycos hechos. A Junio Rústico dio el empleo de Cónsul y el Procónsul a Próculo, cuyos retratos tuvo siempre en su Gavinete, no de pintura sino grabados en medallas grandes de oro.
 Sea por último el más calificado exemplar para todos aquel Augusto y nunca bastantemente exaltado Rey de Macedonia Philipo, quien favorecido de Dios con su hijo llamado Alexandro en tiempo que aun en Athenas vivía aquel célebre Filósofo Aristóteles, le embió esta breve carta: Philipo dice a Aristóteles, salud: hagote saber Aristóteles que me ha nacido un hijo, por el qual doy a Dios muchas gracias y no tanto por su nacimiento como por habérmelo dado en tu tiempo; porque tengo esperanza que siendo por ti criado y doctrinado saldrá, y será tal, que merezca el nombre de mi hijo y sucesor de mi Reyno y Estado. Con estas aunque breves palabras bien dio a conocer quanto estimaba al que había de ser Maestro de su hijo.
 Y así desde que tuvo edad se le entregó haciéndole grandes beneficios y mercedes como fueron reedificar por su respeto una Ciudad, que había destruido y labrarle Escuelas de piedra excelente y maravillosa obra de mármol, donde enseñase, dotándolas de grandes rentas. Subió Alexandro al Throno y sin menoscabo de su enthronizada excelencia y corazón tan magnánimo, de tal modo reverenciaba a su amado Maestro, que no le ponía en menos lugar que al de su propio Padre; estimando tanto las letras que había aprendido como los Reynos que había heredado y ganado. Y preguntado Alexandro si amaba y quería más a su Padre Philipo o a su Maestro Aristóteles, dixo, al Maestro, porque aquél me engendró y éste me instruyó y perficionó. [...]
 Quan favorecidos y honrados deban ser los Profesores de esta Arte lo dan bien a conocer los Infieles de Turquía, China y Japón, quienes (según refieren largamente las Historias de estos Reynos) se precian tanto de tener Sabios Maestros, que a más de la veneración y estima con que les respetan, les dan casa  y salario muy pingüe para que tengan suficientemente con que sustentarse y portarse con el lustre debido a sus Personas. Esto mismo se hace en Alemania, Francia, Polonia, etc.
 Pues si vemos que en estos Reynos y aun entre Infieles se tienen en tanta veneración los Maestros, y se tiene tanto cuidado de ellos, con quanta más razón donde tanto florece la Ley y piedad Evangélica, debiéramos procurar la honra y estimación que se debe a los Profesores de este Christiano exercicio. Pero lo que se experimenta en negocio tan importante es el mayor descuido en no pocos Pueblos, Lugares y Villas, donde a más de escacearles el preciso congruo sustento, los molestan y remueven por qualquier accidentillo que les noten; y atropellan en su honor por qualquiera disgusto.
 Tan cierto, como lastimoso es ver tan infelices muchos Maestros, que no bastándoles para su preciso sustento el escaso salario, que aun inconsideradamente les regatean, no sólo es preciso aplicarse en empleos muy agenos de su carácter, que los apartan o distraen de la aplicación de sus magisterios, sino que, desvalidos toda su vida, deben a la fin parar en los Hospitales por su miseria. Tan mísero fin como he dicho tuvieron dos de mis Maestros, los más excelentes de entonces, como los califican no pocos de sus Discípulos, que por el primor y destreza de sus plumas no sólo acreditaron las Escuelas Pías sino también muchas Secretarías, Escribanías, Contadurías y Escuelas de esta y otras Provincias.»

 [El texto pertenece a la edición facsímil de Ediciones Universidad de Barcelona y Josefina Mateu Ibars, 1982, pp. 11-12. ISBN: 84-7582-014-5.]

domingo, 5 de enero de 2025

Naturalistas curiosos.- Nikolaas Tinbergen (1907-1988)

 

Epílogo
Naturalistas curiosos en el mundo moderno

 «Creo que es natural que el hombre tenga de vez en cuando dudas acerca del valor de lo que está haciendo; en cualquier caso, a mí me asaltan dudas de este género. Me parece un pasatiempo fascinante estudiar el comportamiento de los animales en su medio natural. Me permite vivir al aire libre y en un hermoso entorno; da alas a mi ansia de observar y reflexionar, y conduce a descubrimientos. Hasta el hallazgo más trivial proporciona gran placer. Sin embargo, una y otra vez vuelve la embarazosa cuestión: ¿y qué? Un diablillo parece mirar por encima de nuestro hombro, regocijándose en avivar esta chispa de duda. Reflexionemos sobre ello, tratando de ponderar los pros y los contras -y por lo general terminaremos concluyendo que ha merecido la pena. La confianza y la tranquilidad de ánimo se restablecen - sólo durante un tiempo, pues las dudas continúan acechando.
 Cuando lo hacen, pongo a mi diablillo en retirada con los siguientes argumentos. Creo que ningún hombre tiene por qué avergonzarse de sentir curiosidad por la naturaleza. Puede incluso argüirse que para eso tiene el cerebro y que no existe mayor insulto a la naturaleza (y a uno mismo) que mostrar indiferencia hacia ella. Hay ocupaciones con una importancia decididamente inferior.
 Creo que el principal beneficio que nos proporcionan estas investigaciones es de índole intelectual. Adquirimos creciente conciencia de la inmensa diversidad de la vida animal y de la interminable variedad de las pautas de comportamiento. Pero también descubrimos que muchos detalles de esas pautas, tan corrientes a primera vista, son en realidad cualquier cosa menos corrientes -que están adaptadas para cumplir funciones muy especiales. Una y otra vez, detalles de los que no hemos hecho caso alguno, quizá por haberlos visto muy a menudo, resultan vitales para el éxito del animal. El simple hecho de que un insecto mimetizado permanezca, por lo común inmóvil durante el día, y se alimente sólo por la noche, adquiere gran trascendencia en cuanto conocemos la presión que lo ha hecho necesario -que muchos de sus predadores pueden ver el más ligero movimiento. Una vez sabemos esto, nuestra curiosidad se aguza y nuestros pensamientos y esfuerzos se encaminan a una exploración más detenida -en intensidad y amplitud. Descubrimos que las pautas de comportamiento, así como los arquetipos de color, de estos animales están adaptados de un modo mucho más intrincado de lo que habíamos pensado; que además de la inmovilidad, la selección del substrato, la adopción de la postura adecuada sobre aquél y, como sabemos ahora, el vivir muy apartado de otros iguales, forman parte de una "estrategia global de defensa". Asimismo fascina descubrir, paso a paso, por qué unas gaviotas tienen la faz blanca y otras llevan una máscara oscura; cómo ambos tipos de coloración son útiles en el contexto del nicho de cada especie y cómo, por ejemplo, el volver la cara de la gaviota reidora es un corolario inevitable del hecho de llevar una máscara facial oscura. Estando tan bien equipada para la defensa del territorio, tiene que contrapesar su eficacia a este respecto, asegurándose de que esa eficacia, en otro terreno, no vaya a poner en peligro el éxito de una tarea tan radicalmente distinta como es la formación de la pareja.
 [...] Hoy día se están realizando estudios de este tipo por un número creciente de biólogos de campo. Una y otra vez, sorprende ver que detalles totalmente insospechados de "cómo viven en realidad los animales" forman parte a menudo de su dotación de supervivencia. Y sin embargo, cuanto más se descubre, más se da uno cuenta de que lo realizado hasta el momento no es sino un rasguño en la superficie de lo que la selección natural es realmente capaz de conseguir: ¡cuántas cosas quedan por descubrir! Por ejemplo, el hecho de que las gaviotas tridáctilas se emparejen con tanta frecuencia con el mismo cónyuge año tras año podría parecer, a primera vista, apenas un hábito curioso. Pero John Coulson, de la Universidad de Durham, ha demostrado de forma concluyente que esta "constancia de pareja" les permite conseguir un mayor éxito reproductivo que si cambiaban de cónyuge (como muchas han de hacer si el compañero original muere durante el invierno). Esto significa que ese "hábito curioso" tiene, en realidad, un sentido funcional que también ocupa un lugar en nuestro relato de la "estrategia pro éxito" de la gaviota tridáctila. Significa asimismo que, de una manera misteriosa, los miembros de una pareja acrecientan, año tras año, su habilidad para cooperar en la cría de la pollada.   
 Otra cosa es cómo realizan este "rodaje" -todavía no se sabe-; y así, cada descubrimiento plantea de inmediato un nuevo interrogante. Es el convencimiento de que estamos todavía muy lejos de conocer la historia completa, lo que me lleva a escribir incluso sobre nuestros hallazgos más simples; porque quiero que esta exploración continúe. Por ello hemos de alertar a otros y ayudarles a compartir nuestra sensación de maravilla, de belleza, incluso de reverencia ante "las riquezas de la creación" -ante lo que ha producido la evolución por medio de la selección natural. La palabra "reverencia" expresa, hasta donde se me alcanza, lo que siente el naturalista curioso. La cacareada "fría, incisiva mirada" que el científico dirige a sus animales, no tiene por qué, como tan a menudo se sostiene, cegar sus sentimientos estéticos e incluso religiosos; al contrario, puede intensificarlos.
 Mas, como señalaba brevemente en la introducción, poco a poco nos vamos dando cuenta de que podemos rebatir al diablillo de la duda con un argumento más utilitario, de esos que atraen a ese demonio de gente que se preocupa más de la utilidad que de nuestra peculiar y personal manera de pasarlo bien. Cada vez es mayor el número de personas que empiezan a reconocer que las investigaciones sobre el comportamiento de los animales tienen que ver con el conocimiento de nosotros mismos. En este sentido, los estudios de adaptación ocupan un lugar destacado.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Salvat Editores, 1995, en traducción de Manuel Crespo, pp. 255-257. ISBN: 84-345-8965-6.]