Capítulo V: De quan honrados fueron en tiempo pasado los Maestros y quan en poco son tenidos en el presente
«Cosa lamentable y deplorable es ver la poca suposición y estimación que en estos míseros tiempos se hace de los pobres Maestros, empleados en este tan laborioso exercicio; pues por más que ellos cumplan su obligación, y hagan de su parte quanto les toca en la enseñanza y utilidad de sus Discípulos, se hallan no obstante en los Lugares, Villas y Ciudades tan desfavorecidos, poco estimados y menos atendidos que parecen el desprecio de la República; hasta desatenderlos y despreciarlos sus mismos Discípulos, de quienes experimentan y sufren todos los días ingratitudes, descortesías y afrentas quando son correlativas en un hijo las obligaciones, que debe a sus Padres y a sus Maestros: como gravemente lo ponderó Séneca en una Espístola donde compara el honor y respecto que se debía a sus Maestros no sólo con el que debía a sus Padres sino también con el que debía a sus dioses. Multum egerunt qui ante nos fuerunt, sed non peregerunt: suspiciendi tamen sunt, ritu deorum colendi. Quam venerationem praeceptoribus generis humani a quibus tanti boni initia fluxerunt.
No así en los tiempos pasados, quando más atentos en las obligaciones que se deben, los tenían en grande estima y veneración no solamente las Personas particulares y de baxa esfera; si que también los Emperadores, Reyes, Monarcas y Príncipes del Mundo, según nos lo enseñan tantos libros, y historias así antiguas, como modernas, quienes mudamente parleras nos persuaden las obligaciones, que se les debe y la veneración y gratitud, que se merecen.
Muy bien confirma esta verdad Clemente Alexandrino, diciendo: que estimaron tanto nuestros antepasados a sus Maestros, que los llamaban Padre de las Almas, y los daban culto de Héroes, iguales a los Genios Tutelares. Los Athenienses habiendo de ofrecer a Theseo sacrificio, dedicaban el primero a su Maestro Coronidas. Los más nombrados Varones de los pasados siglos contaron por una de sus mayores glorias el haber tenido Maestros aventajados: Hércules a Atlante; Achiles a Fénix; Trajano a Plutarco; Carlo Magno a Alcuino; Catón el menor trataba a su Maestro Sorpedón como un divino oráculo de los dioses, obedeciéndole en todo con la mayor puntualidad y modestia.
El Rey de Macedonia y buen Gobernador Antígono era tanto lo que anhelaba y deseaba tener por Maestro al Príncipe de los Estoycos y singular filósofo Zenón, que lo procuró con muchas veras por cartas y Mensageros, rogándoselo con mucho encarecimiento: mas el pobre viejo Antígono, no pudiendo condescender a su petición, por su ancianidad, no pudo hacer otra cosa que consolarle de la manera que pudo y fue cambiando dos de los más sabios y doctos de sus Discípulos, con cuya cuidadosa instrucción salió muy aprovechado. El Emperador Maximiliano primero decía que a ninguno amaba ni respetaba tanto como a los Maestros y Doctos; los quales era justo que no estuviesen a nadie sujetos sino que gobernasen a todos. El Rey Don Alonso el Sabio dio a los Reyes este documento: E aun deben honrar a los Maestros de los grandes saberes: ca por ellos se facen muchos de homes buenos e por cuyo consejo se mantienen e se enderezan muchas vegadas los Reynos e los Grandes Señores.
Digno de saberse es el amor grande que el Emperador Antonino tuvo a sus amados Maestros pues hizo una súplica muy singular al Senado, qual fue pedirle estatua pública para Frontón, cosa que no se executaba sino con Personas muy singularizadas en sus heroycos hechos. A Junio Rústico dio el empleo de Cónsul y el Procónsul a Próculo, cuyos retratos tuvo siempre en su Gavinete, no de pintura sino grabados en medallas grandes de oro.
Sea por último el más calificado exemplar para todos aquel Augusto y nunca bastantemente exaltado Rey de Macedonia Philipo, quien favorecido de Dios con su hijo llamado Alexandro en tiempo que aun en Athenas vivía aquel célebre Filósofo Aristóteles, le embió esta breve carta: Philipo dice a Aristóteles, salud: hagote saber Aristóteles que me ha nacido un hijo, por el qual doy a Dios muchas gracias y no tanto por su nacimiento como por habérmelo dado en tu tiempo; porque tengo esperanza que siendo por ti criado y doctrinado saldrá, y será tal, que merezca el nombre de mi hijo y sucesor de mi Reyno y Estado. Con estas aunque breves palabras bien dio a conocer quanto estimaba al que había de ser Maestro de su hijo.
Y así desde que tuvo edad se le entregó haciéndole grandes beneficios y mercedes como fueron reedificar por su respeto una Ciudad, que había destruido y labrarle Escuelas de piedra excelente y maravillosa obra de mármol, donde enseñase, dotándolas de grandes rentas. Subió Alexandro al Throno y sin menoscabo de su enthronizada excelencia y corazón tan magnánimo, de tal modo reverenciaba a su amado Maestro, que no le ponía en menos lugar que al de su propio Padre; estimando tanto las letras que había aprendido como los Reynos que había heredado y ganado. Y preguntado Alexandro si amaba y quería más a su Padre Philipo o a su Maestro Aristóteles, dixo, al Maestro, porque aquél me engendró y éste me instruyó y perficionó. [...]
Quan favorecidos y honrados deban ser los Profesores de esta Arte lo dan bien a conocer los Infieles de Turquía, China y Japón, quienes (según refieren largamente las Historias de estos Reynos) se precian tanto de tener Sabios Maestros, que a más de la veneración y estima con que les respetan, les dan casa y salario muy pingüe para que tengan suficientemente con que sustentarse y portarse con el lustre debido a sus Personas. Esto mismo se hace en Alemania, Francia, Polonia, etc.
Pues si vemos que en estos Reynos y aun entre Infieles se tienen en tanta veneración los Maestros, y se tiene tanto cuidado de ellos, con quanta más razón donde tanto florece la Ley y piedad Evangélica, debiéramos procurar la honra y estimación que se debe a los Profesores de este Christiano exercicio. Pero lo que se experimenta en negocio tan importante es el mayor descuido en no pocos Pueblos, Lugares y Villas, donde a más de escacearles el preciso congruo sustento, los molestan y remueven por qualquier accidentillo que les noten; y atropellan en su honor por qualquiera disgusto.
Tan cierto, como lastimoso es ver tan infelices muchos Maestros, que no bastándoles para su preciso sustento el escaso salario, que aun inconsideradamente les regatean, no sólo es preciso aplicarse en empleos muy agenos de su carácter, que los apartan o distraen de la aplicación de sus magisterios, sino que, desvalidos toda su vida, deben a la fin parar en los Hospitales por su miseria. Tan mísero fin como he dicho tuvieron dos de mis Maestros, los más excelentes de entonces, como los califican no pocos de sus Discípulos, que por el primor y destreza de sus plumas no sólo acreditaron las Escuelas Pías sino también muchas Secretarías, Escribanías, Contadurías y Escuelas de esta y otras Provincias.»
[El texto pertenece a la edición facsímil de Ediciones Universidad de Barcelona y Josefina Mateu Ibars, 1982, pp. 11-12. ISBN: 84-7582-014-5.]
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