domingo, 24 de noviembre de 2024

101 experiencias de filosofía cotidiana.- Roger-Pol Droit (1949)

 

44.-Hacer caligrafía
Duración: de 20 a 30 minutos
Material: papel y pluma de buena calidad
Efecto: concentrador

 «Escribir no es una actividad intelectual. Es, en primer lugar, un ejercicio de la mano. Quizá principalmente eso. Lo que pensamos, lo que escribimos en el papel como supuestos o pretendidos significados, tiene, sin duda, mucha menos importancia, y mucho menos interés, que la atención que se requiere para formar bien las letras, esbozar estéticamente su contorno exacto, realizar minúsculos equilibrios entre líneas rectas y curvas, bucles y puntos.
 Para experimentarlo, debes empezar por esforzarte en trazar al mismo ritmo, sin brusquedad, de manera regular, las frases, incluso las más triviales, que te pasen por la cabeza. Lo que cuenta, una vez más, no es el alcance de lo que estás escribiendo. El contenido de los signos, su "sentido", como se suele decir, no tiene más que una importancia secundaria. Lo único que vale es la regularidad de los trazos, su progresión metódica, el hecho de escribir, en orden, unas letras encadenadas, bien formadas, legibles, proporcionadas, claras.
 Concentra tu atención en los movimientos exactos y minúsculos de tus músculos, los cortos recorridos de la punta del bolígrafo o la pluma. Procura no detenerte, o lo menos posible, entre dos frases. Mantén el mismo ritmo. Lo que escribes no tiene ninguna importancia. El acto de escribir es suficiente. Evita en la medida de lo posible acelerar el ritmo o aminorarlo. La letra debe ser cuidada, dibujada, pero también monótona, constante y fluida en su avance. Su velocidad debe variar lo menos posible. Tienes que conseguir una continuidad casi perfecta, automática. Esta vez, también, solamente cuenta el hecho de que vas trazando, inexorablemente, con una aplicación cada vez más indiferente a toda voluntad, unas líneas horizontales dibujadas en el papel mediante la obstinada sucesión de letras y palabras.
 Puedes escribir todo lo que se te ocurra, recuerdos de la niñez, lista de la compra, insultos nuevos, parodia de un informe policial, postales de vacaciones, confesiones íntimas, cartas de amor, declaración de impuestos, parte de accidente. Lo esencial es que, cada vez, te preocupes menos por lo que significan las frases. Sea cual sea su significado, debes considerarlas como simples ocasiones para que la escritura prosiga.
 La experiencia consiste en sentir que el avance de las líneas, la caligrafía de las páginas que se suceden unas tras otras, permanece indiferente a lo que las frases quieren decir. Por un lado, el bullicio de nociones, sintaxis y sentimientos, el alboroto del sentido, la proliferación de coherencias y conflictos. Por otro lado (¿es realmente un "lado"?), el pulso de la grafía, sin sentido, casi pura, automática, movida por la única necesidad de seguir avanzando, por la regularidad repetida de ser incesantemente idéntica a sí misma.
 Quizá así llegues a sentir que todo lo que creemos decir y pensar es doble. Más allá del sentido más evidente que transmitimos, más o menos conocido pero siempre en apariencia disponible, probablemente distingas la permanencia secreta, inagotable, imposible de delimitar, de una inscripción corriente, arrastrada por su propio movimiento. Nada que ver con lo que significan las palabras. Por completo indiferente a lo que transmiten los textos en cuanto a ideas, informaciones, afectos. Grafía, nada más que grafía. Atravesando los cuerpos, los pensamientos, los músculos, las hojas. El interminable flujo de lo escrito.
[...]

77.- Oír nuestra voz grabada
Duración: unos minutos
Material: una grabación donde se oiga nuestra voz
Efecto: descolocante

 Uno siempre se sorprende. "¿Ése soy yo?" Tu propia voz te parece demasiado aguda o demasiado grave, demasiado lenta o demasiado rápida, mal puesta, mal colocada, desfasada, inesperada. Al principio no reconoces el timbre ni la velocidad. Y eso que la grabación refleja correctamente la voz de los demás. Pero la tuya, no.
 Sabes que eres tú quien ha pronunciado esas palabras y esas frases. Por otra parte, identificas sin dudar tu discurso, pero como al bies, de perfil, desde un ángulo curioso. Tú y no tú. Caes en una falla, un vacío que se ha abierto de repente. Tú te conoces "desde dentro". Ahora te percibes "desde fuera". Los profesionales están acostumbrados. Los profesionales de radio y de grabaciones se conocen la voz desde fuera tanto como desde dentro. Trabajan con y en esta materia. Están acostumbrados a oírse y ya no experimentan la sorpresa y el malestar que suscitan, por lo común, las primeras veces que uno escucha su propia voz tal como la oyen los demás.
 Jamás ningún ser humano, en el mundo de otras épocas, pudo oír su voz como los demás la oían. Como tampoco ver su imagen como los demás la veían. Las máquinas han hecho posible este descentramiento. No es un salir de sí mismo. Confirma, con el apoyo de las herramientas, que nuestra intimidad es ignorancia. La técnica ayuda a la filosofía. Nos lleva a preguntar con qué apariencia quedarnos: ¿la que nos ofrece, desde dentro, una imagen de nosotros mismos o bien la que parece objetiva y se graba? La misma pregunta es válida para la cara, los pensamientos, para el conjunto de nuestros comportamientos. Permanece indefinidamente sin respuesta. Siempre sorprende.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Blackie Books, 2015, en traducción de Esther Andrés Gromaches, pp. 141-144 y 239-241. ISBN: 978-84-941676-7-6.]

domingo, 17 de noviembre de 2024

Historia de la filosofía II.- Felipe Martínez Marzoa (1943)

 Epílogo


 «A lo largo de este libro hemos interpretado el título philosophía en el sentido de que una sophía (destreza, pericia, saber-habérselas) que ya no fuese ni la del carpintero ni la del marinero ni la de ningún otro en particular, sino algo así como el saber-habérselas pura y simplemente, digamos el hacerse cargo del juego mismo que siempre ya se está jugando, sería una cierta ruptura con el juego o detención de él, ciertamente de o con el juego que se está jugando, por lo tanto sería, ciertamente, jugar, pero, por así decir, llegando de fuera, y esto es lo que dice la palabra griega theoría, pues el theorós es aquél que está en un juego o fiesta llegando de fuera; el tema adjetival philo-, que designa la pertenencia, esto es, la separación esencial o interna, expresa este carácter de ruptura, separación o detención. El hacerse cargo del juego mismo sólo puede ocurrir como una cierta pérdida del juego o ruptura con él o distanciamiento con respecto a él y, sin embargo, el juego es el juego que siempre ya estamos jugando y seguimos jugando; que el juego mismo acontezca, eso sólo ocurre en la pérdida de él mismo, en su mismo substraerse; el rasgo "filosófico", el que el juego mismo acontezca, comporta a la vez la pérdida del juego; el juego mismo es el "entre" o la abertura o la distancia, el substraerse que le es inherente deja como el rastro de ese substraerse el horizonte uniforme-infinito, y como vimos, esto, dicho de otra manera, es que el perderse inherente a Grecia deja que tenga lugar el Helenismo y, cuando eso que queda, el rastro de substraerse, sea no sólo lo que queda, sino, en cuanto lo que queda, la base para un nuevo comienzo, entonces será la Modernidad. Por ser ello la distancia o el "entre" o la abertura, por eso su comparecer es ni más ni menos que su substraerse, y por eso Grecia es su mismo perecer y así dejar que tenga lugar aquello que en el presente contexto hemos designado como lo uniforme-infinito. Y aquí todo lo ya dicho de que el sentido del estudio de Grecia es que él es el camino hacia la asunción  de lo propio nuestro, porque es Grecia, en cuanto que ella es su mismo perecer, lo que deja que tengamos lugar nosotros, y de que, recíprocamente, puesto que Grecia es ese mismo perecer, el viaje a Grecia sólo es auténtico si produce él mismo el retorno. Bien entendido -digámoslo una vez más- que por "estudio de Grecia" no entendemos proposiciones acerca de "Grecia" y "lo griego", sino el trabajo línea a línea y verso a verso sobre Homero, Píndaro, Sófocles, Heráclito, Parménides, Platón, Aristóteles y que por ocupación sobre la Modernidad no entendemos tesis acerca de "la Modernidad", "lo moderno", la "crítica de la modernidad", etc. sino el trabajo línea a línea (en su caso verso a verso) sobre Leibniz, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Hölderlin, Goethe, etc.; nada de lo que hemos dicho tiene el carácter de tesis "acerca de" "Grecia", "la Modernidad", "la filosofía", "la historia", "la historia de la filosofía"; todo ello son sólo maneras coyunturalmente breves de aludir al verdadero trabajo.
  Aun con todas las precauciones en las que tanto hemos insistido acerca del significado (o de la carencia de significado) que cabe atribuir a las fórmulas generales que nosotros mismos ocasionalmente empleamos, parece que lo dicho impide obviar la siguiente cuestión: nuestra exposición sobre la historia de la filosofía ha querido esbozar cómo en efecto el que el juego mismo acontezca como tal comporta aquella detención o ruptura del juego, cómo esto, una vez ocurrido, deja como rastro el horizonte uniforme-infinito, la verdad como cosa del enunciado, etc. y cómo ello, a través de la reinterpretación de la cuestión del juego como cuestión de la legitimidad del enunciado o de la certeza, conduce a la absolutez de la distancia, a que el "a dónde" de la ruptura, que por su misma noción es nada, sea todo. Parece, pues, que la philosophía se ha "consumado", que la Geschichte se ha cumplido. ¿Significa esto que "la historia de la filosofía" ha terminado?, la fórmula, tal como suena, está fuera de lugar, porque, si decimos que "termina" o que "ha terminado", ya la estamos considerando como un segmento dentro del acontecer que siempre viene de atrás y siempre sigue, cuando de lo que se trataba desde el principio (desde 1) era de entender que esa noción del horizonte no es una noción fenomenológicamente primaria. Más bien debemos, pues, relacionar la impresión de que la Geschichte se ha cumplido con algo precisamente vinculado a lo antes dicho de que no se trata de unas u otras fórmulas generales, sino de entender las palabras, y ello es lo siguiente: que se ha cumplido o que se ha consumado no quiere decir que "ya no haya" filosofía; quiere decir precisamente que la hay, esto es: que está ahí reclamando ser entendida; esto no sólo no nos priva de originalidad, sino que constituye una situación rigurosamente original en el siguiente sentido: si el que la comprensión de Platón o de Kant por Hegel fuese unilateral, la de Platón por Kant de manual malo, la de Kant por Nietzsche errónea, la de Platón por Nietzsche superficial, etc., si todo ello no impide en absoluto que cada uno de esos pensadores herede legítimamente a los anteriores, en cambio hoy es probablemente esa especie de diálogo inocente o de continuidad no pensada lo que nos está vedado. Que a la filosofía hoy le sea inherente el carácter hermenéutico no quiere decir nada parecido a que consista en "exégesis de textos" en el significado trivial de esta expresión. Se trata de una caracterización referente al sentido global de la tarea, no al modo de su plasmación disciplinar.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Istmo, 1994, pp. 266-268. ISBN: 84-7090-274-1 (tomo II).]

domingo, 10 de noviembre de 2024

Temor y temblor.- Sören Kierkegaard (1813-1855)

 

Proemio

 «Érase cierta vez un hombre (1) que en su infancia había oído contar la hermosa historia (2) de cómo Dios quiso probar a Abraham, y cómo éste soportó la prueba, conservó la fe y, contra toda esperanza, recuperó de nuevo a su hijo. Siendo ya un hombre maduro volvió a leer aquella historia y le admiró todavía más, porque la vida había separado lo que se había presentado unido a la piadosa ingenuidad del niño. Y sucedió que cuanto más viejo se iba haciendo, tanto más frecuentemente volvía su pensamiento a este relato: su entusiasmo crecía más y más, aunque, a decir verdad, cada vez lo entendía menos. Hasta que al fin, absorbido por él, acabó olvidando todo lo demás y su alma no alimentó más que un solo deseo: ver a Abraham; sólo tuvo un pesar: no haber podido ser testigo presencial de aquel acontecimiento. No es que anhelase contemplar las hermosas comarcas de oriente, ni las bellezas mundanas de la tierra prometida, ni a aquel matrimonio temeroso de Dios, cuya vejez bendijo el Señor, ni la venerable figura del patriarca, tan entrado ya en años, ni la florida juventud de ese Isaac donado por Dios; para él habría sido lo mismo si la historia hubiese acaecido en el más estéril de los eriales. Lo que de veras deseaba era haber podido participar en aquel viaje de tres días, cuando Abraham, caballero sobre su asno, llevaba su tristeza por delante y su hijo junto a él. Hubiera querido presenciar el instante en que Abraham, al levantar la mirada, vio, allá en el horizonte, el monte Moriah; y hubiera querido presenciar también el instante en que, después de apearse de los asnos, a solas ya con el hijo, inició la ascensión de la montaña: su pensamiento no estaba atento a artísticos bordados de la fantasía sino a los estremecimientos de la idea.
 Este hombre no era un pensador, no experimentaba deseo alguno de ir más allá de la fe y le parecía que lo más maravilloso que le podría suceder era ser recordado por las generaciones futuras como padre de esa fe: consideraba el hecho de poseerla como algo digno de envidia, aun en el caso de que los demás no llegasen a saberlo.
 Este hombre no era un docto exégeta. Tampoco conocía la lengua hebrea; de haberlo sabido es posible que le hubiese resultado fácil comprender la historia de Abraham.
[...]

 (1) Probablemente el padre de Kierkegaard.
 (2) Gén. cap. 22

Consideraciones preliminares

 Dice un antiguo proverbio, procedente del mundo externo y visible: "Quien no quiera trabajar, no coma" (1). Pero resulta tan evidente como curioso que dicho proverbio se adecúa muy poco al ambiente que lo inspiró: el mundo exterior está sujeto a la ley de la imperfección y por ello podemos ver una y otra vez darse la circunstancia de que también come quien no trabaja, recibiendo además el dormilón más abundante y sustanciosa comida que el trabajador. En este mundo de las apariencias visibles las cosas pertenecen a quienes las poseen, y están sometidas constantemente a la ley de la indiferencia; basta poseer el anillo para que el genio que en él mora obedezca a su propietario, tanto si es Nuredin como si es Aladino (2); quien posee las riquezas de este mundo es dueño de ellas, sin que importe la forma en que las consiguió. Pero en el mundo del espíritu no ocurren las cosas del mismo modo. Impera en él un orden eterno y divino; no llueve allí del mismo modo sobre justos e injustos (3), ni brilla allí el mismo sol sobre buenos y malos. En el mundo del espíritu es válido el proverbio de que sólo quien trabaja come; sólo quien conoció angustias reposa; sólo quien desciende a los infiernos salva a la persona amada y sólo quien empuña el cuchillo conserva a Isaac. A quien se niega a trabajar se le niega a su vez la comida, y se le engaña del mismo modo que los dioses engañaron a Orfeo con una silueta etérea en lugar de su amada (4); le engañaron porque era blando y nada valeroso, le engañaron porque era un tañedor de cítara, pero no un hombre. De nada sirve allí el tener a Abraham por padre (5) ni diecisiete cuarteles de nobleza; allí se le aplica a quien se niega a trabajar aquello que está escrito de las vírgenes de Israel (6): "Parirá viento, pero quien trabaja parirá a su propio padre".
  Existe una doctrina que temerariamente pretende introducir en el mundo del espíritu ese principio de indiferencia que aflige al mundo visible. Supone que basta con conocer lo que es grande y que no se requiere mayor esfuerzo. Pero al obrar así falta el alimento y llega la muerte por hambre mientras todo lo que está alrededor se transmuta en oro (7); ¿qué se puede llegar a conocer así?
 Sumaban unos cuantos miles los griegos contemporáneos de Milcíades que supieron de los triunfos de éste, e incontables han sido las personas de las generaciones posteriores que también los han conocido, pero sólo una persona entre tal muchedumbre perdía el sueño por su causa (8). Innumerables generaciones han sabido de memoria, palabra por palabra, la historia de Abraham, pero ¿cuántos perdieron el sueño por su causa?»

 (1) Cf. II Tes., 3-10.
 (2) En Aladino, de Oehlenschläger, el protagonista, símbolo de la luz, aparece en contraposición a Nuredin, que representa las tinieblas.
 (3) Mt., 5-45.
 (4) Se refiere a la interpretación humorística que da Platón del mito de Orfeo (Banquete, 179 D): los dioses le engañan porque en vez de tener el valor de morir antes para ir en busca de Eurídice, se las había ingeniado para entrar vivo en los infiernos.
 (5) Mt., 3-9.
 (6) Is., 26-18 
 (7) Alusión a la leyenda de Midas (Ovidio, Metamorfosis, XI, 85 y ss.)
 (8) Cf. Plutarco, Temístocles 3-3. 

 [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1981, en traducción de Vicente Simón Merchán, pp. 61-62 y 83-85. ISBN: 84-276-1257-7.] 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Cinco vidas.- Francisco Javier Martínez Cisneros (1963)

 

 De A la sombra de los menhires (1995)

IV
«Acostado a la sombra de los menhires
Persiguiendo el curso del sol
Escuchaba el coro de los albatros

Mi alma era un ramal de siglos extasiados
Mi alma era un castillo transparente
Mi alma era reciente como una mirada

Cuando resplandeció de pronto
El perfil de un navío
Maniobró
Y supe que era el mío

Y supe que era el barco
Cuando una de las aves echó a volar
Y convirtiose en un ángel dorado

VI

Porque la orilla un día termina de repente
Y las aves escapan hacia otras latitudes
Cómplices a través de la niebla

Sobre la tierra
Quedan las huellas y las plumas
Y fragmentado el viento
Marañas de desdeñosas hojas se suicidan

Allí permanece un hombre apagado
Su sombrero gris es negro
Ayer murió su mano

Y más sonoro es su nombre
Que la melancolía

XI

Deja en la puerta besos y caricias
Y entra como la luz sin ser sentida
Y acércate con esa juventud
Que sólo de tu cuerpo bebería

Pósate imperceptible sobre todas
Las cosas de mi vida y hazte tan
Necesaria que nunca te confunda
Ni en el amor ni en el llanto ni en la risa

Y rómpete en montones de secretos
Como un inmenso y desunido océano
Donde extraviar gaviotas y sirenas

Y aléjame por último las sombras
Que levantan los juicios de los hombres
Llenando de dolor los corazones


XV

 ¿Quién derramará sobre mí
Unas gotas de bálsamo?

Si llegara la muerte
Sería como el olvido vagando equivocado
Ojos de par en par abiertos

Y mis dudas
Mis indecisiones
Mis opacidades
Oh Dios si estás allá arriba
Cuando llegue la sombra
Con las alas del martín pescador
Y el aroma otoñal de las rosas
Conviértelo todo en copas
O nubes
O ríos de frescura

Algún día construirá el clamor
Un mundo de silencio

Y el mejor tiempo habrá sido»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Tusitala, colección Erato, 2018, pp. 61, 64, 70 y 75. Depósito legal: Z-853-2018.]