domingo, 23 de julio de 2023

Demanda del Santo Graal.- Anónimo (c. 1515)


Santo Graal: influências, origem, curiosidades - História do Mundo
Cómo llegó el Santo Graal a la Corte


 «Cuando estuvieron todos sentados y en calma, oyeron un trueno tan grande y extraordinario que pensaron que el palacio se iba a hundir. Entonces entró un rayo de sol que dio al palacio doble de luz de la que tenía. Quedaron todos como iluminados por la gracia del Espíritu Santo y comenzaron a mirarse, pues no sabían de dónde les podía haber venido y, sin embargo, no había allí nadie que pudiera hablar ni decir una sola palabra por su boca: todos enmudecieron, grandes y pequeños. Y cuando ya llevaban un rato así, sin que ninguno de ellos hubiera podido hablar, entró el Santo Graal, cubierto con un jamete blanco. Nadie logró ver quién lo llevaba. Entró por la gran puerta del palacio, y una vez que estuvo dentro, el salón se llenó de buenos olores, como si todas las especias de la tierra hubieran sido derramadas allí. Dio la vuelta a la sala, alrededor de los asientos, y conforme pasaba por las mesas, éstas quedaban dispuestas con la comida que cada uno quería. Cuando todos estuvieron servidos, se fue el Santo Graal tan deprisa que nadie supo qué había pasado y por dónde se había ido. Ahora pudieron hablar los que antes no podían decir ni palabra. Dieron gracias a Nuestro Señor la mayoría de ellos por el gran honor que les había hecho, pues les había reconfortado con la gracia del Vaso Santo. Pero de todos los que estaban allí, fue el rey Artús el más gozoso y alegre, ya que Nuestro Señor le había mostrado mayor merced que a ninguno de los que reinaron antes que él.

Cómo prometió Galván al Rey Artús, su tío, que entraría en la demanda del Santo Graal

 Por este motivo se alegraron mucho propios y extraños, pues les parece evidente que Nuestro Señor no se olvidaba de ellos, ya que les mostraba tan gran merced; hablaron de esto todo el tiempo que duró la comida. El mismo rey comenzó a decir a los que estaban más cerca de él: “Ciertamente, señores, debemos estar muy contentos y tener mucha alegría por habernos mostrado Nuestro Señor un signo tan grande de amor y porque por su gracia nos ha querido reconfortar en un día tan solemne como es el de Pentecostés”. “Señor —dice Galván—, hay otra cosa, además, que no sabéis: no ha habido nadie al que no le hayan servido lo que pidió o pensó; y esto no había pasado nunca en ninguna corte, a no ser en la del Rey Tullido. Pero han sido deslumbrados de tal forma que no pudieron ver abiertamente el Vaso, antes bien, se les ocultó su verdadero aspecto. Por eso, por lo que a mí respecta, hago un voto: mañana por la mañana, sin demora, comenzaré la Demanda, de tal forma que la mantendré durante un año y un día y, si fuera necesario, más tiempo; no volveré a la corte por nada que suceda antes de haberlo visto de manera clara, como me ha sido mostrado ahora, si es que yo puedo y debo verlo de alguna forma. Si no puede ser, me volveré”.

Cómo todos los caballeros de la Mesa Redonda dijeron que andarían en la Demanda

  Cuando los de la Tabla Redonda oyeron estas palabras, se levantaron todos de sus asientos, haciendo el mismo juramento que Galván había hecho, y dijeron que ya no cesarían de vagar hasta que estuvieran sentados en la alta mesa en la que se servía todos los días una comida tan buena como la que habían tenido allí.
  Al ver el rey que Galván había hecho tal voto, lo sintió mucho, pues sabe bien que no podrá echarse atrás en esta empresa. Se dirige a Galván: “¡Ay!, Galván, me habéis matado con el juramento, pues me habéis quitado la mejor compañía y la más leal que yo había encontrado: la compañía de la Tabla Redonda. Cuando se separen de mí, sea la hora que sea, sé bien que no volverán, antes bien, se quedarán en esta Demanda la mayoría y no terminará tan pronto como pensáis. Y no podría ser menor mi sentimiento, pues yo los he criado y educado con todo mi poder y siempre los he querido y aún los amo como si fueran mis hijos o mis hermanos y por eso me pesará mucho su marcha; yo estaba acostumbrado ya a verlos con frecuencia y a tener su compañía; no sé cómo podré soportarlo.”

De la tristeza del Rey Artús y del dolor de la Corte

Demanda Del Santo Graal: Amazon.es: Anonimo: Libros  Después de estas palabras, comenzó el rey a pensar melancólicamente y en este pensar se le vinieron las lágrimas a los ojos, como bien pudieron apreciar los que estaban allí delante. Y, hablando, dijo tan alto que todos pudieron oírlo: “Galván, Galván, me habéis puesto un gran pesar en el corazón y no podré desprenderme de él hasta después de saber ciertamente a qué fin habrá llegado esta Demanda, pues temo mucho que mis queridos amigos no vuelvan de ella ya”. “¡Ay, señor! —dice Lanzarote—, por Dios, ¿qué decís? Un hombre tal como vos no debe concebir miedo en su corazón, sino justicia, valor y abrigar buena esperanza. Debéis confortaros; si morimos todos en esta Demanda, nos será mayor honor que morir en otro lugar”. “Lanzarote —responde el rey—, el gran amor que he tenido siempre hacia ellos me hace decir tales palabras y no debe extrañar que entristezca por su marcha. Ningún rey cristiano tuvo tantos buenos caballeros, ni nobles a su mesa como yo he tenido hoy y ya no habrá ninguno que los tenga en cuanto se hayan ido, ni volverán a estar reunidos alrededor de mi mesa tal como han estado aquí, y es ésta la cosa que más me apena”. A estas palabras no supo Galván qué responder, pues se daba cuenta de que el rey tenía razón. A ser posible, se hubiera arrepentido gustosamente de sus propias palabras, pero no hubo lugar, pues ya eran públicas.

Cómo la reina Ginebra preguntó si habían jurado Lanzarote y Galván

   Fue anunciado entonces por todas las habitaciones cómo había sido emprendida la Demanda del Santo Graal y que quienes debían ser compañeros saldrían de la corte el día siguiente. Fueron más los que se entristecieron que los que se mostraron contentos, pues la hueste del rey Artús era temida, especialmente por las hazañas de los compañeros de la Tabla Redonda. Cuando las damas y doncellas que estaban sentadas con la reina cenando en las habitaciones oyeron estas noticias, se afligieron y entristecieron igual que si fueran esposas o amigas de los compañeros de la Tabla Redonda. Y no era extraño, pues las honraban y querían aquéllos por quienes ellas temían que murieran en la Demanda. Empezaron a hacer un gran duelo. La reina pregunta al servidor que estaba ante ella: “Dime, criado, ¿estabas tú delante cuando se prometió esta Demanda?”. “Señora —responde—, sí”. “Y Galván —vuelve a preguntar— y Lanzarote del Lago, ¿son compañeros?”. “Ciertamente, señora —le contesta—; primero juró Galván y luego Lanzarote y lo mismo hicieron los demás, de tal forma que no quedó ninguno de los que son compañeros en la Tabla”. Cuando oye estas palabras, se aflige tanto por Lanzarote que parece que va a morir de dolor y no puede evitar que le lleguen las lágrimas a los ojos. Al cabo de un rato dice con tanto dolor que no puede más: “Verdaderamente esto es una gran pena, pues sin la muerte de muchos hombres valerosos no podrá llevarse a fin esta Demanda, ya que tantos valientes la han emprendido. Me admira cómo mi señor el rey, que es tan prudente, lo ha podido tolerar, pues sus mejores nobles se irán y los que queden valdrán poco”. Y entonces comenzó a llorar con mucha amargura, y lo mismo hicieron todas las damas y doncellas que estaban con ella.

De cómo el Ermitaño aconsejó que los caballeros salieran limpios de pecado

   Así se vio turbada toda la corte por la noticia de los que se tenían que ir. Cuando levantaron los manteles en el gran salón y en las habitaciones, las damas se reunieron con los caballeros y se renovó la aflicción: cada dama o doncella, desposada o amiga, dijo a su caballero que iría con él a la Demanda; pronto habrían estado de acuerdo y lo habrían prometido si no hubiera sido por un anciano, vestido con hábito de religión, que entró después de cenar. Se acercó al rey, habló tan alto que todos lo pudieron oír y dijo: “¡Escuchad, señores caballeros de la Tabla Redonda que habéis jurado la Demanda del Santo Graal! Me envía Nacián el ermitaño a deciros que nadie lleve, en esta Demanda, dama ni doncella, pues caerá en pecado mortal, y que nadie comience la empresa sin estar confesado o que no vaya a confesar, porque nadie debe entrar en un servicio tan alto sin estar limpio y purgado de todas las bajezas y de todos los pecados mortales: esta Demanda no es búsqueda de cosas terrenales, sino que debe ser la persecución de los grandes secretos y misterios de Nuestro Señor y de los arcanos que el Gran Maestro mostrará abiertamente al bienaventurado caballero al que Él eleve a la condición de sirviente suyo entre los demás caballeros terrenales, al que le mostrará las grandes maravillas del Santo Graal y le hará ver lo que corazón mortal no podría pensar y lengua de hombre terrenal no podría decir”. Con estas palabras impidió que se llevaran a sus mujeres o amigas. El rey hizo albergar ricamente al anciano y le preguntó mucho de su vida, pero él sólo le dijo un poco, pues pensaba en otras cosas que no eran el rey.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1980, en edición de Carlos Alvar, pp. 45-52.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: