26.-La conexión
cósmica
«Desde los primeros tiempos, los seres
humanos han reflexionado sobre el lugar que ocupan en el Universo. Se han
preguntado si están conectados de alguna manera con el asombroso e inmenso
Cosmos en el que la Tierra está inmersa.
Hace muchos miles de años se inventó una
seudo-ciencia llamada Astrología. Las posiciones de los planetas, al nacer un
niño, se creía que desempeñaban un papel importantísimo en determinar su
futuro. Los planetas, puntos de luz de eterno parpadear, eran dioses. En su
vanidad, el hombre imaginó un Universo diseñado para su propio beneficio y
perfectamente organizado para su uso particular.
Quizá se supuso que los planetas eran dioses a
causa de sus movimientos irregulares. La palabra “planeta” significa, en
griego, vagabundo. El imprevisible comportamiento de los dioses en muchas
leyendas puede haber correspondido con los, al parecer, también imprevisibles
movimientos de los planetas. Se supone que se razonó así: Los dioses no se
sujetan a normas; los planetas no se sujetan a normas; los planetas son dioses.
Cuando la antigua casta sacerdotal astrológica
descubrió que el movimiento de los planetas no era irregular, sino previsible,
se guardaron la información para sí. No valía la pena preocupar
innecesariamente al populacho, socavar sus creencias religiosas y erosionar las
bases del poder político. Además, el Sol era la fuente de vida. La Luna,
mediante las mareas, dominaba la agricultura, especialmente en las cuencas de
ríos como el Indo, el Nilo, el Yangtze, y el Tigris-Éufrates. ¡Cuán razonable
era entonces que estas luces menores, los planetas, ejercieran influencia sobre
la vida humana, una influencia más sutil, pero no menos eficaz!
La búsqueda de una conexión, el eslabón entre
la gente y el Universo, no ha disminuido desde los albores de la astrología. A
pesar de los avances de la ciencia, aún persiste tal necesidad.
Ahora sabemos que los planetas son,
aproximadamente, mundos como el nuestro. Sabemos también que su luz y gravedad
no influyen en absoluto en el nacimiento de un niño. Sabemos que hay enormes
cantidades de otros objetos —asteroides, cometas, pulsars, quasars, galaxias
explosivas, agujeros negros, etcétera—, objetos desconocidos para los antiguos
especuladores que inventaron la astrología. El Universo es muchísimo más grande
de lo que pudieron haber imaginado.
La Astrología no ha tratado de mantenerse a la
altura de los tiempos. Incluso los cálculos de los movimientos planetarios y
posiciones establecidos por la mayor parte de los astrólogos son normalmente
inexactos.
Ningún estudio muestra estadísticamente un
índice de éxitos significativos al predecir, mediante sus horóscopos, el futuro
o los rasgos de la personalidad de los recién nacidos. No hay ningún campo de
radio-astrología, o astrología por rayos X, o astrología por rayos gamma, que
tengan en cuenta las nuevas fuentes astronómico-energéticas descubiertas en años
recientes.
Sin embargo, la Astrología sigue siendo
sumamente popular en todas partes. Por lo demás, hay diez veces más astrólogos
que astrónomos. Un gran número, probablemente la mayor parte, de periódicos en
los Estados Unidos publican diariamente sus secciones de horóscopos.
Mucha gente joven, gente brillante y
socialmente bien situada, siente gran interés por la Astrología. Satisface una
necesidad interior de sentirse importantes como seres humanos en un Cosmos
inmenso y asombroso, creer que de alguna manera nos relacionamos con el
Universo, ideal de muchas experiencias religiosas y con drogas, el samadhi de algunas religiones
orientales.
Los grandes conocimientos de la astronomía
moderna demuestran que, en algunos aspectos muy diferentes a los imaginados por
los antiguos astrólogos, estamos conectados con el Universo.
Los primeros científicos y filósofos
—Aristóteles, por ejemplo— imaginaron que el cielo estaba hecho de un material
diferente al de la Tierra, una especie de substancia celeste, pura e
inmaculada. Ahora sabemos que éste no es el caso. Trozos del cinturón de
asteroides llamados meteoritos, las muestras de la Luna traídas por los
astronautas del Apolo y por las sondas soviéticas, el viento solar y los rayos
cósmicos, que probablemente se generan por la explosión de estrellas y sus
restos, todos ellos muestran la presencia de los mismos átomos que conocemos
aquí, en la Tierra. La espectroscopia astronómica puede determinar la
composición química de estrellas situadas a miles de millones de años luz de
distancia. Todo el Universo está hecho con material familiar. Los mismos átomos
y moléculas se hallan presentes a enormes distancias de la Tierra como lo están
dentro de nuestro Sistema Solar.
Estos estudios conducen a una notable
conclusión. No solamente el Universo está en todas partes constituido por los
mismos átomos, sino que los átomos, hablando en términos generales, están
presentes en todas partes y en aproximadamente las mismas proporciones.
Casi toda la substancia de las estrellas y la
materia interestelar entre estrellas es hidrógeno y helio, los dos átomos más
simples. Todos los demás átomos son impurezas, constituyentes vestigiales. Esto
también puede aplicarse a los grandes planetas exteriores de nuestro Sistema
Solar, como Júpiter. Pero no es así en cuanto se refiere a los trozos comparativamente
pequeños de roca y metal en la parte interior del Sistema Solar, como nuestro
planeta Tierra. Esto ocurre porque los pequeños planetas terrestres tienen
gravedades demasiado débiles para retener sus atmósferas originales de
hidrógeno y helio, atmósferas que gradualmente han escapado al espacio.
Los siguientes átomos más abundantes en el
Universo son el oxígeno, carbono, nitrógeno y neón. Todo el Mundo ha oído
hablar de estos átomos. ¿Por qué los elementos que más abundan en el plano
cósmico son los más razonablemente corrientes en la Tierra, y no, por ejemplo,
el Ytrio o el praseodimio?
La teoría de la evolución de las estrellas
está lo suficientemente avanzada para que los astrónomos puedan comprender sus
diferentes clases y sus relaciones: cómo una estrella nace del gas y polvo
interestelares, cómo brilla y se desarrolla mediante reacciones termonucleares
en su ardiente interior, y cómo muere. Estas reacciones termonucleares son de
la misma clase que las reacciones que fundamentan las armas nucleares (bombas
de hidrógeno): la conversión de, cuatro átomos de hidrógeno en uno de helio.
Pero en las posteriores etapas de la evolución
estelar en el interior de las estrellas se alcanzan elevadas temperaturas, y
los elementos más pesados que el helio se generan por procesos termonucleares.
La astrofísica nuclear indica que los átomos más abundantes, producidos en
estas gigantescas estrellas ardientes, son precisamente los átomos que más se
encuentran en la Tierra y en cualquier otra parte del Universo. Los átomos
pesados, generados en los interiores de los gigantes rojos, son arrojados al
medio interestelar mediante un lento reflujo desde la atmósfera de la estrella,
como nuestro propio viento solar, o por medio de poderosas explosiones
estelares, algunas de las cuales pueden hacer que una estrella brille mil
millones de veces más que nuestro Sol.
Un reciente estudio espectroscópico con
infrarrojos de estrellas en fusión descubrió que están lanzando al espacio
silicatos, polvo de roca arrojado al medio interestelar. Las estrellas de
carbono probablemente lanzan partículas de grafito al espacio cósmico que las
rodea. Otras estrellas desprenden hielo.
En sus primeras etapas históricas,
probablemente algunas estrellas como el Sol lanzaron fuera de sí grandes cantidades
de compuestos orgánicos al espacio interestelar; de hecho y mediante el empleo
de métodos radioastronómicos, se encuentran moléculas orgánicas simples que
parecen rellenar el espacio entre las estrellas. La nebulosa planetaria más
brillante que se conoce (una nebulosa planetaria es una nube en expansión, por
lo general rodeada por una estrella explosiva llamada nova) parece contener
partículas de carbonato de magnesio.
Estos átomos pesados —carbono, nitrógeno,
oxígeno, silicio, y demás— flotan en el medio interestelar hasta que en algún
momento posterior se da una condensación gravitacional local y se forman un
nuevo sol y nuevos planetas. Este sistema solar de segunda generación está
enriquecido por elementos pesados.
El destino de los seres humanos puede no estar
conectado de una manera profunda con el resto del Universo, pero la materia de
que estamos hechos se halla íntimamente ligada a procesos que ocurrieron
durante inmensos intervalos de tiempo y enormes distancias en el espacio lejos
de nosotros. Nuestro Sol es una estrella de tercera generación. Todo el
material rocoso y metálico sobre el cual nos encontramos el hierro de nuestra
sangre, el calcio de nuestros dientes, o el carbono de nuestros genes se
produjeron hace miles de millones de años en el interior de una gigantesca
estrella roja. Estamos hechos de material estelar.
Nuestra conexión molecular y atómica con el
resto del Universo es un circuito cósmico real y nada caprichoso o imaginativo.
Al explorar el firmamento que nos rodea con el
telescopio y con las naves espaciales, es posible que surjan otros circuitos.
Pueden ser una red de civilizaciones extraterrestres intercomunicadas a las que
probablemente mañana tengamos que unirnos nosotros. La fallida declaración de
la astrología —que las estrellas influyen sobre nuestros caracteres
individuales— no será confirmada por la astronomía moderna.
Pero la profunda necesidad humana de buscar y
comprender nuestra conexión con el Universo, es un objetivo dentro de nuestro
alcance.»
[El texto pertenece a la edición en español
de Ediciones Orbis, 1986, en traducción de Jaime Piñeiro, pp.168-172. ISBN:
978-84-7634-115-5.]
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