domingo, 20 de marzo de 2022

Filosofía de la expresión.- Giorgio Colli (1917-1979)


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La apariencia

La representación como dato

  «No es posible definir la representación, su campo es demasiado vasto. El sentimiento más interior, el instante de Goethe o el éxtasis de Plotino, es ya una representación, como el pensamiento más abstracto y universal también es una representación. Desde el puro punto de vista categorial se puede asignar una esencia a la representación, que será la relación. De hecho, la representación es el único dato primitivo.
 Sólo es posible darle una denominación como “reevocación”, es decir como explicación metafísica de su significado.

El mundo es representación

 El mundo que se ofrece a nuestra mirada, lo que tocamos y lo que pensamos, es representación, como desde las antiguas Upanishad y de Parménides en adelante han comprendido todas las especulaciones penetrantes. En este punto se puede ser tajante.
 Pero el mundo es representación en tanto que está subordinado a la categoría de la relación. En efecto, la representación no tiene sustancia, es una simple relación, una conexión fluctuante entre dos términos –llamados provisionalmente sujeto y objeto- inestables, cambiantes, continuamente variables, transformándose el uno en el otro, de modo que lo que en una representación es sujeto será objeto en otra.
 Si se quiere considerar el mundo como sustancia, no en tanto que sustraído a la esfera de los datos primitivos, sino precisamente este mundo que es representación, es necesario buscar algo inmediato, de lo que el mundo indique el ser. El mundo será entonces sustancia en un sentido únicamente categorial, expresará algo oculto, sustraído a la sensación y al pensamiento.

 Goce del contemplador

 Captar la intuición, o ser atrapado por el pathos, de que el mundo en el que vivimos es una apariencia, una ilusión, con la consistencia de un sueño o, en términos sin énfasis, una representación, es una experiencia nada insólita –como estado de ánimo- en los años jóvenes, pero es decisiva cuando alcanza un grado férvido y perdurante de intensidad. No se trata de un descubrimiento de ayer: hay que retroceder casi tres mil años, cuando se busca su origen.
 Quien está afectado por este pathos tiene tendencia a la contemplación, porque intuir significa contemplar; y contemplar es distanciarse del fondo de la vida. Quien está inmerso en ella no puede sentir su ilusoriedad. Conocer es perder algo del manantial de la vida.
 Pero el goce del instante, paradójicamente, es más intenso en el conocedor. La visión instantánea de un fragmento de vida es conmovedora para quien se aleja de la vida, suspende sus impulsos de apropiación, y al hacerlo se desvanece, derramándose fuera de sí, en la imagen reconocida como ilusoria. El ahorro de la acción se traduce en adquisición de potencia: quien asiste a un espectáculo recibe fuerza.

 La vida y el fondo de la vida

 Como una niebla iridiscente que sale de oscuros pantanos o de una húmeda pradera, así es el mundo de las cosas que nosotros llamamos vida –“aspectos múltiples que abandonan y mudan los senderos tormentosos de la vida”- pero a la que seguramente es más justo designar como el velo de otra vida, como el sueño de un dios. En Grecia, esta visión adopta la figura de Fanes. Algo está oculto en lo profundo.

 Solidez de la representación

 De este modo, el mundo de las cosas no sería más que una concatenación, una estructura cognoscitiva. Frente a ello, se ha aludido al fondo de la vida, a algo oculto, pero por ahora esto es menos que una hipótesis, es una sugerencia y una sugestión. Por otra parte, este mundo de la representación sería apariencia de un mundo más consistente y concreto de lo que parece a primera vista. Aunque esta realidad manifiesta se reduzca a una trama de puras relaciones, esto no le impone un límite grosero en el sentido de que, suprimido un sujeto de conocimiento empírico o universal, quedara por ello suprimido el mundo. Si se afirma la inconsistencia del sujeto, o por lo menos que el sujeto no es un término fijo o final, ya no se podrá decir que la realidad de este mundo esté determinada tan banalmente.
 Llamamos ilusoria a esta realidad porque estamos habituados a entender por realidad verdadera a algo en sí, independiente de nosotros y por consiguiente también de nuestro conocimiento. Pero lo que tiene derecho a llamarse cabalmente realidad es únicamente esta realidad ilusoria. Al mundo oculto, si tiene sentido aludir a él, no le corresponde el atributo de la realidad, porque no le corresponde ningún atributo: los predicados pertenecen a la representación.
 Y así, el universo de la naturaleza, el cielo y las estrellas con sus presuntas leyes, el hombre y su historia, con sus pensamientos más sutiles y sus acciones más rotundas, todo ello no es otra cosa sino representación, y por tanto es lícito interpretarlo como un dato cognoscitivo. Todos los demás nombres que la acción humana puede proponer con la pretensión de desvelar algo sustancial, elemental, algo unificador del caleidoscopio de la experiencia, los nombres de idea, espíritu, voluntad, instinto, acción, potencia, no están justificados y no explican nada, revelan simplemente la intrusión de conceptos metafísicos en la interpretación de los nexos dinámicos que la representación como tal, sin ayuda trascendente o trascendental, ya posee en sí. Mirando el mundo del devenir de este modo, con expresión rigurosa y sintética, deberá decirse en general que, en tanto no se reduzca a puros términos de conocimiento y de relación representativa, no existe en ningún modo aquello que se designa con el nombre de acción.
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 ¿El sujeto como elemento común?

   Cada vez que se analiza una representación se encuentra un objeto, incluso en el ámbito de una  relación, es decir según una perspectiva, como una proyección determinada. Pero es vano buscar el punto desde el que se abre esta visión: en el momento en el que se descubre se convierte en objeto, absorbiendo en sí al viejo objeto, y una vez más el origen de la perspectiva se nos escapa.
 Si en el interior de una representación, como su contenido, todo análisis se encuentra siempre con un objeto, ¿será preciso entonces examinar las condiciones de la representación, sus conexiones, para descubrir algo del sujeto? En cualquier serie conexa de representaciones existe un doble elemento común, que siempre está fuera de la representación simple: del lado del objeto, es decir de lo que debe postularse como sustrato común a todos los diferentes objetos de la representación, deberá tratarse de un elemento que esté más acá de la serie de la representaciones; y del lado del sujeto, frente a su fuga indefinida como la de una imagen en un espejo, el elemento común a una serie de representaciones es el nexo que las une y que eventualmente vincula sus objetos simples en el interior.
 De ese modo se le reconoce al sujeto una función condicionante respecto del objeto: empíricamente, es la comunión entre las representaciones la que nos pone sobre la pista del sujeto, y psicológicamente la búsqueda está guiada por lo que era anterior y lo que será posterior, en la esfera de la memoria. El elemento común, constante, persistente, es la condición para una confrontación entre las representaciones. El sujeto más universal será algo común a la serie –o a la serie de series- de representaciones más amplia.

 La acción es una qualitas occulta

  En consecuencia, el conocimiento existe, pero no hay un portador del conocimiento. Y si no hay un portador del conocimiento, ¿cómo podría existir un portador de la acción? Por otra parte, sin portador de la acción ni siquiera es concebible una voluntad y la acción misma, sin un portador que le sea propio, es absurda. ¿Quién actuaría?
 El concepto de acción resulta así ficticio, es una abreviatura, una aproximación, un salir del paso expeditivo que asume como unidad (metafísica) lo que en términos de conocimiento –que son los únicos datos aceptables- se reduce a una serie intrincada de nexos entre representaciones.

 La ilusión del idealismo

 No es el sujeto quien crea la realidad, no es el yo quien crea el ser, ya que cada representación contiene el sujeto, o mejor lo implica, pero no está creada por el sujeto.»
  
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Siruela, 2004, en traducción de Miguel Morey, pp. 37-43. ISBN: 84-7844-270-7.]

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