Capítulo primero
1
«Vivimos en una época marcada por la ciencia y
la abundancia. El cuidado y el respeto por los libros como tales, propios de
una época en la que no era posible duplicar ningún libro mientras alguien no se
tomara el arduo trabajo de copiarlo a mano, obviamente ha dejado de adecuarse a
las “necesidades de la sociedad” y a la conversación del saber. Si el Jardín de
las Musas ha de pervivir como tal jardín, precisa con urgencia de una buena poda.
El MÉTODO apropiado para el estudio de la
poesía y la literatura es el método de los biólogos contemporáneos, esto es, un
examen atento y directo de la materia y
una continua COMPARACIÓN de cada “muestra” o espécimen con todos los demás.
Ningún hombre está pertrechado para el
pensamiento moderno en tanto no haya comprendido la anécdota de Agassiz y el
pez:
“Un estudiante de doctorado, licenciado con
honores y diplomas, fue a visitar a Agassiz para recibir los últimos y
definitivos detalles de su educación. El gran hombre le mostró un pequeño pez y
le pidió que lo describiera:
Estudiante: No es más que un pez luna.
Agassiz: Ya lo sé. Descríbamelo por escrito.
Al cabo de unos minutos, el estudiante
redactó la descripción del Ichthius Heliodiplodokus, o como sea el
término científico que se emplea para camuflar al pez luna común y ocultarlo
del conocimiento vulgar, familia de los Heliichtherinkus, etc., según se detalla
en los libros de texto que tratan sobre esta materia.
Agassiz indicó de nuevo al estudiante que
describiera el pez.
El estudiante redactó un ensayo de cuatro
páginas. Agassiz le dijo entonces que mirase el pez. Al cabo de tres semanas,
el pescado se encontraba en un avanzado estado de descomposición, pero el
estudiante ya sabía algo sobre el pez”.
Por medio de este método surgió la ciencia
moderna, pero no creció sobre el estrecho margen de la lógica medieval
suspendida en el vacío.
“La ciencia no consiste en inventar un número
de entidades más o menos abstractas que se correspondan con el número de
objetos que se pretendan descubrir”, dice un comentarista francés a propósito
de Einstein. No sé si esta torpe traducción de una frase tan larga en francés
resultará del todo clara para el lector medio.
El primer aserto definido de la aplicabilidad
del método científico a la crítica literaria se encuentra en el Essay
on the Chinese Written Characters de Ernest Fenollosa.
La absoluta vileza del pensamiento filosófico
oficial y –si el lector pensara con auténtico detenimiento en lo que trato de
decir- el insulto más hiriente, que es al mismo tiempo la prueba más
convincente que existe de la nulidad generalizada y de la incompetencia de la
vida intelectual organizada en Estados Unidos y en Inglaterra, sus
universidades en general, sus sabias publicaciones en gran medida, podría
ponerse de manifiesto mediante un relato de las dificultades con que me
encontré hasta conseguir ver impreso el ensayo de Fenollosa.
Sin embargo, un manual no es el lugar adecuado
para relatar un pasaje que pueda ser interpretado e incluso mal interpretado y
tomado por el desquite de un agravio personal.
Digamos, pues, que la mentalidad de los
editores y de los hombres más poderosos de la burocracia literaria y docente a
lo largo del medio siglo anterior a 1934 no siempre ha sido muy diferente de la
mentalidad del sastre Blodgett, el cual profetizó que “las máquinas de coser
nunca llegarán a gozar de un uso generalizado”.
El ensayo de Fenollosa tal vez estuviera muy
por delante de su tiempo, tanto que no pudo ser comprendido con facilidad. Ni
siquiera proclamó su método como si fuese un método. Tan sólo trató de explicar
el ideograma chino como un medio de transmisión y de registro del pensamiento.
Fue directamente a la raíz del problema, a la raíz de la diferencia existente entre
lo que es válido en el pensamiento chino y lo que carece de validez o es
engañoso en gran parte del pensamiento y el lenguaje europeo.
Ésta es la exposición más sencilla que puedo
hacer de su sentido:
En Europa, si uno pide a un hombre que defina
algo, lo que sea, su definición siempre se aparta del objeto sencillo que
conoce perfectamente y se remonta hacia una región ignota, la región de las
abstracciones progresivamente más remotas.
De ese modo, si se le pregunta qué es el rojo,
responde que es “un color”.
Si se le pregunta qué es un color, dirá que es
una vibración o una refracción de la luz, o bien una división del espectro
cromático.
Y si se le pregunta qué es esa vibración,
responderá que se trata de una forma de energía o algo semejante, y así
seguiría hasta llegar a una modalidad del ser o del no ser, en cualquier caso,
se ahonda hasta ir mucho más allá de nuestro alcance, mucho más allá de su
propio alcance.
En la Edad Media, cuando no existía la ciencia
material tal como la entendemos, y cuando el saber humano no bastaba para
fabricar automóviles ni para que la electricidad transportase el lenguaje por
el aire, etcétera, y cuando, en resumidas cuentas, el saber era poco más que la
división de la terminología, existía una gran preocupación por la propia
terminología, y la exactitud general en el empleo de la terminología abstracta
bien pudo ser (y probablemente fue) mucho mayor.
Quiero decir que un teólogo medieval ponía un
gran esmero en no definir a un perro en unos términos que igualmente pudieran
haberse aplicado a un diente de perro o a su pellejo, o al ruido que hace
cuando chapotea en el agua. Por el contrario, todos los profesores nos dirán
que la ciencia se desarrolló con mayor rapidez después de que Bacon recomendase
el examen directo de los fenómenos y después de que Galileo y otros dejaran de
dar tantas vueltas a las cosas y de discutir tanto, para empezar a observar las
cosas a fondo e inventar medios (como el telescopio) para observarlas mejor.
El miembro vivo más útil de la familia Huxley
ha hecho especial hincapié en que el telescopio no fue tan sólo una idea, sino
que fue sin lugar a dudas una conquista técnica.
Por contraste con el método de la abstracción,
o de la definición de las cosas en términos cada vez más generales, Fenollosa
recalca el método de la ciencia, “que es el método de la poesía”, como algo muy
distinto de la “discusión filosófica”; subraya que es el modo en que proceden
los chinos en su escritura ideográfica o de pictografía abreviada.
Por volver al comienzo mismo de la historia,
probablemente sepamos que existe un lenguaje hablado y un lenguaje escrito, y
que hay dos clases de lenguaje escrito, uno basado en el sonido y otro en la
vista.
Con un animal hablamos mediante unos pocos
sonidos y gestos muy simples. La relación que hace Levy-Bruhl de las lenguas
primitivas de África nos informa de que se trata de lenguas todavía ligadas a
la mímica y al gesto.
Los egipcios por fin utilizaron pictogramas
abreviados para representar los sonidos, pero los chinos todavía hoy utilizan
pictogramas COMO imágenes; dicho de otro modo, el ideograma chino no trata de
ser la representación pictográfica de un sonido, ni un signo escrito que
recuerde un sonido, sino que sigue siendo el dibujo de un objeto, de una cosa
en una posición o relación dada, o de una combinación de cosas. Significa la cosa o la acción o la
situación o la cualidad inherente a las diversas cosas que representa.
Gaudier-Brzeska, que estaba acostumbrado a
contemplar la forma real de las cosas, era capaz de leer una determinada
porción de escritura china sin NINGÚN ESTUDIO previo. “Pues claro –decía-, se
ve perfectamente que se trata de un caballo” (o un ala, o lo que fuera).
En las tablas que muestran los primitivos
caracteres chinos en una columna y los signos actuales y “convencionalizados”
en la otra, cualquiera se da cuenta de que el ideograma que representa “hombre”
o “árbol” o “amanecer” se ha desarrollado, o “se ha simplificado a partir de”,
o se ha reducido a la esencia de la primera imagen de un hombre, un árbol o un
amanecer.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones y talleres de
escritura creativa Fuentetaja, 2000, en traducción de Miguel Martínez-Lage, pp.
25-29. ISBN: 84-95079-92-5.]
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