Cartas
De Carlile a
Wilberforce (The Republican, X, pp. 385-9)
«Pecador,
Abordaré a continuación el tema
que introduje en mi carta del día 10 del mes corriente. No tengo constancia de
que la Asociación para la erradicación
del vicio haya llevado sus persecuciones más allá de tres aspectos:
primero, en referencia a los libros y estampas considerados “obscenos”;
segundo, contra la venta de mercaderías el séptimo día de la semana; y tercero,
para combatir publicaciones en las que se cuestionan los buenos fundamentos de
la religión cristiana o de la religión en general.
El primer punto, a saber, los procesos contra
los libros y estampas llamados obscenos, para empezar admite preguntarse por
qué se han iniciado dichas causas. ¿Qué son exactamente los libros y estampas
obscenos? Debemos conocer cuál es el significado preciso de la palabra
“obsceno” para poder justificar la condena de libros y estampas a los que se
les atribuye tal rubro. Al buscar el vocablo “obsceno” en un diccionario Johnson de bolsillo, descubro que su
definición se expresa en términos igualmente vagos, como impúdico, desagradable, ofensivo, lascivo o incasto. Ninguno
de ellos pone absolutamente nada en claro, y tampoco contribuyen a una
definición inteligible y adecuada que satisfaga cabalmente todos los gustos y
temperamentos. La palabra “obsceno”, por consiguiente, se halla desprovista de
una definición correcta y, como tal, no puede constituir con probidad objeto de
acusación, de competencia legal y de penas judiciales. Debemos, por tanto,
remitirnos a la esencia de la palabra, al acto que ella expresa. A este
respecto, lo único que conozco de su aplicación es que refiere a lo que podemos
llamar aquí el “misterio del trato carnal”.
Y esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué
encierra el trato sexual para que, en cualquiera de sus formas o sea cual fuera
su índole o su representación, pueda aparecer bajo la categoría de obsceno o
resultar desagradable? No creo que sea necesario aclarar lo que entraña la expresión
“trato carnal”: doy por supuesto que escribo para personas adultas de ambos
sexos, que entienden a la perfección su significado. Mas sí diré que, en su
calidad de mero acto que se lleva a cabo por consentimiento mutuo, bajo ningún
concepto puedo considerarlo desagradable u obsceno. Existen muchos ejemplos en
los que el trato sexual puede resultar indecoroso desde el punto de vista
social, dadas sus relaciones con otras circunstancias, tales como el
incumplimiento de la fidelidad, el apremio para obtener los favores de la otra
persona, o el aprovechamiento injusto de accidentes como la edad, la
ignorancia, la pobreza, la situación, u otro cualquiera; circunstancias todas
que equivalen al engaño. Puede que en dichas situaciones exista una gran vileza,
pero no puedo asociar la palabra “vil” con la palabra “obsceno”. Es posible que
me provoque disgusto la vileza en la que algunos incurren; sin embargo, no
puedo vincular ese rechazo al acto sexual, sino al carácter de los métodos
utilizados para llegar a él.
El trato carnal, en tanto que su práctica
concierna a personas mayores de edad, no contiene en sí mismo nada que pueda
relacionarse con la obscenidad. Constituye una actividad natural, saludable y
limpia; como tal, todas las representaciones que de ella se realicen, sea por
mediación de la palabra o de cualquier otra expresión, gozan de la misma
naturaleza. No pienso consentir que se diga, como si fuera un dogma, que
resulta lícito cuando lo aprueba un sacerdote y abyecto si éste lo rechaza;
pues el trato carnal merece siempre la misma consideración, con la salvedad de
las circunstancias antes mencionadas. Aquella mujer que acepta vivir con un
hombre durante un mes, un año o para toda la vida sin desembolsar la suma que
cuesta un enlace sacerdotal, es tan virtuosa como si se hubiera casado con
arreglo a los preceptos de la Iglesia, siempre que mantenga su promesa de
fidelidad. Si llegado el caso se separa de ese hombre de mutuo acuerdo y más
tarde accede a vivir con otro, respetando aún la fidelidad y sin incurrir en la
falsedad, continúa siendo tan virtuosa como pueda serlo cualquier mujer casada.
Y si procediese del mismo modo con un centenar de hombres distintos, su virtud
se mantendría igual de firme. La religión, el provecho eclesiástico y la ignorancia,
son los únicos responsables de que circule el infundio contrario. La licencia
que otorga el párroco es más una licencia para el engaño, el adulterio y la
desgracia que para preservar la virtud femenina.
Puesto que, como queda dicho, la palabra “obsceno”
no puede aplicarse con propiedad al trato carnal en sí mismo, sostengo que
constituye un atropello la utilización de la que se ha servido su Asociación para la erradicación del vicio
para abrir procesos contra individuos que han vendido libros y estampas en los
que se describe dichos actos; que tales obras no eran viciosas, ni fueron
publicadas con malicia; que no debiera haberse instigado su erradicación; que
si se hubiese tolerado su publicación, si todas las personas estuviesen
familiarizadas con ellas, no provocarían mayor arrebato que el que produce
contemplar el retrato o el rostro de una mujer bella. A buen seguro habrá
quienes consideren mis argumentos y mis conclusiones del todo repugnantes.
Bien, que así sea: su aversión no prueba más que las consecuencias de una
educación indebida. Yo, por mi parte, siento un enorme rechazo por la
prostitución, un fenómeno que existe en todos los países cristianos; que, de
hecho, ha devenido incluso un distintivo de los países donde el Cristianismo ha
impuesto sus restricciones indecentes, enfermizas y realmente obscenas sobre el
muy conveniente y virtuoso trato carnal. Me desagradan profundamente las Memorias de Harriette Wilson, que sólo
podrían tener cabida en un país cristiano, y todo apunta a que su muy religioso
amigo Erradicador del Vicio, 3.3. Stockdale, librero él –entre otras cosas,
editor de Harriette Wilson-, así como su Asociación
para la erradicación del vicio, caso que de veras exista, no se sienten en
absoluto ofendidos por esa obra. También me atrevería a decir que Harriette y
sus aristocráticos amantes rechazan de plano mi falta de principios religiosos,
puesto que las rameras y sus amantes rezan sus oraciones y siguen los dictados
de su religión con tanta, o tan poca, ceremonia como el resto de cristianos. He
tenido noticia de que quienes practican crímenes contra natura sienten aversión
por las mujeres. A las viejas solteronas les desagradan las mujeres casadas.
Las mujeres maduras rechazan a las muchachas jóvenes, los hombres caducos a los
mozalbetes. De modo que la vida humana, bajo esta luz, o a la luz de una pésima
educación, no viene a ser más que una tanda de repulsiones sucesivas. Mi
propósito consiste en confinar el rechazo a lo que hubiera de resultar
repulsivo a todos por igual, al verdadero vicio, y no permitir que alcance
asuntos que cualquier ser humano debiera poder gozar a su antojo sin temor,
evitando así que el propio ser, la familia, la vecindad o la comunidad sufran
menoscabo por esta causa.
Deseo poner en claro que no trato de defender
o alentar la publicación de los llamados libros o estampas “subidos de tono”.
No pretendo tal cosa; sin embargo, me veo en la obligación de aludir a ellos de
manera explícita, con el fin de mejor exponer y condenar el papel de usted en
calidad de exterminador del vicio. De no existir la Asociación para la erradicación del vicio, es más que probable que
nunca hubiera yo abordado este asunto, pues me desagrada a tal punto que me
sobrepongo a mis escrúpulos por la utilidad que pueda reportar al público
presente y futuro. Dedicaré el siguiente número del Republican a la cuestión “¿Qué es el amor?”, y después abandonaré
el asunto, quizás para siempre. Aunque le doy mi palabra de honor de que, caso
que siga existiendo una Asociación para
la erradicación del vicio cuya misión sea iniciar procesos contra libreros
u otras personas con motivo de la publicación de los mencionados libros y
estampas, haré cuanto esté en mi mano para oponer la misma resistencia a tales
persecuciones, como me he alzado contra los procesos a obras antirreligiosas.
De este modo concluye, o concluirá, su carrera de Exterminador del Vicio.
Por cierto que la Biblia, su libro predilecto,
puede ofrecer algunos magníficos contenidos a la prensa que usted tilda de
“obscena”. Para empezar, podríamos exhibir a Adán y Eva, tal como obscenamente
los acabó su ídolo Jehová, antes de que creara los pámpanos o los pañetes para
cubrirles. A continuación, el momento en que dice que “Adán conoció a su
mujer”. Luego el muy obsceno episodio entre los hijos de Dios y las bellas
hijas de los hombres. A continuación, Noé ebrio y desnudo, rodeado por sus
avergonzados hijos. Más tarde, esa obra magna para una imagen religiosa, la
escena o escenas entre Lot y sus licenciosas hijas. Estos pasajes, y otros cien
si hiciera falta, pronto harían que su Asociación aborreciera nuevos
enjuiciamientos, del mismo modo que usted se ha hartado de instigar procesos
contra libros que no expresan admiración por la religión de su Biblia y con los
que, a buen seguro, su Asociación seguirá topando si persiste en buscar
encuentros de este tipo en lo por venir.
No he leído las memorias de Harriette Wilson
más allá de los extractos que han aparecido en la prensa; sin embargo, he
tenido suficiente noticia de dicha obra como para poder recomendarle su lectura
y se pregunte qué bien ha hecho usted en calidad de Exterminador del Vicio. La
publicación de ese libro concluye con el cometido de la Asociación para la
erradicación del vicio. Se ha observado de manera general que su Asociación
sólo ha ido en pos de gente pobre o, cuando menos, de personas que no nadan en
la abundancia y que nunca alcanzó a distinguir o a suprimir el vicio donde más
a sus anchas campaba: entre la aristocracia. Una aristocracia virtuosa
constituye una anomalía cuya mera existencia es del todo imposible, puesto que
nace de la opresión, del latrocinio de los bienes que el hombre trabajador
obtiene con el sudor de su frente. Mas, ¿cuándo o dónde ha intervenido la Asociación para la erradicación del vicio
para proteger al pobre obrero oprimido de su pudiente opresor? Su Asociación
debería haber perseguido el vicio de la opresión, recaiga ésta en personas de
raza blanca o en los esclavos negros. Por el contrario, sólo tenemos la certeza
de que ha sido instituida por una aristocracia corrupta con el fin de poner
obstáculos a la felicidad e impedir que la clase trabajadora tenga acceso a los
medios para conquistar el conocimiento.»
[El texto pertenece a la edición en español de Trama
Editorial, 2008, en traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, pp. 64-71. ISBN: 978-84-89239-83-8.]
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