domingo, 11 de junio de 2023

Fenómenos. Descripción del orbe terrestre. Costas marinas.- Rufo Festo Avieno ( c. 305 - c. 375)


Rufo Festo Avieno : : : : :
Fenómenos

Señales de lluvia

   «Si vellones de nubes se arremolinan por el cielo, si la iridiscente Iris desciende a tierra formando un arco doble, si un anillo oscuro parece contornear una estrella blanca, si por la superficie de las aguas alborotan las aves, si una y otra vez sumergen el pecho en las profundidades del abismo marino, si la golondrina se precipita con frecuencia trinando sobre las aguas a los primeros destellos del alba, si las ranas reiteran su viejo lamento por los estanques, si los autillos emiten arpegios melodiosos por la mañana, si la dañina corneja hunde la cabeza en aguas profundas, bañando el lomo en el río, si se ensaña en roncos graznidos, un abundantísimo aguacero se derramará desde las nubes, una vez que hayan reventado. Habrá también precipitaciones cuando la ternera aspira el aire por las narices y la totalidad del suelo en un amplio sector se empapará de lluvias cuando la industriosa hormiga, abandonando su madriguera habitual, saca los huevos de los escondrijos de sus guaridas (sin duda un tiempo desapacible, un día gélido y un ambiente frío relegan el calor a las profundas entrañas de la tierra), cuando la pollita se expurga el pecho con su pico ganchudo, cuando en formación cerrada se ve revolotear al grajo formando círculos y cuando los cuervos graznan como con sordina, cuando la estilizada garza real va una y otra vez al agua gañendo repetidamente, cuando las moscas pequeñas clavan sus aguijones y si en las lucernas de barro, que arden por la noche, se aglomeran los hongos, si de las llamas brinca una lenguarada de fuego o si la energía de la luz se va debilitando por sí misma: es conveniente advertir con antelación las precipitaciones inminentes. Para acabar, cuando Vulcano calienta una ancha caldera de bronce, deja escapar chispas mientras las llamas chisporrotean lamiéndolo todo alrededor, si el noto arrastra desde los cielos de Libia nubes empapadas de agua.

Señales de buen tiempo

 Pero, si hasta las estribaciones de una montaña se extiende un velo espeso de nieblas, en tanto que las roquedas de los altos picos quedan despejadas, e, igualmente, si por la zona en que las extensas aguas del mar se hallan en reposo, se difunden unos nublados que se van depositando bajos en largos jirones, habrá paz para el cielo, Tetis y la faz de las tierras, y por ningún sector del firmamento se precipitará la lluvia en abundancia.
 Ahora bien, cuando bajo la tranquilidad del cielo se despliega una amplia calma, es entonces cuando conviene captar con antelación los indicios de borrasca inminente y, a la inversa, cuando se desatan las impresionantes iras del éter, observa qué señales retomarán la bonanza a la tierra y al mar. Entre las más importantes toma nota del Pesebre, aunque pequeño, al cual el elevado Cáncer hace girar en lo alto del cielo; él, cuando el aire condensado comienza a aligerarse, se sacude la ancha masa del velo que tiene puesto encima, ya que se extiende próximo a las rachas del aquilón, que difunde serenidad y queda limpio al primer soplo de viento. Entonces, a su hora, la lechuza entona el canto modulado; entonces la longeva corneja provoca el eco de la tarde; entonces los cuervos graznan y animándose a graznidos de su ronca garganta, reclaman a los numerosos escuadrones de sus congéneres, entonces contentos se retiran a una hacia sus bien conocidas guaridas, entonces aplauden golpeando sus cuerpos con las alas; entonces también podrás contemplar a las grullas estrimonias revolotear de repente en círculo a cielo abierto, cuando la época más apacible del año haya disipado por el cielo los aires de tormenta.

Señales de tormenta

 Asimismo, en el momento en que la luz de todas estrellas se debilita por sí misma y los nubarrones no han desplegado en torno densos jirones que llegaran a sofocar su resplandor, simándose frente a sus ardientes llamas, ni la calígine anula los fuegos de su centelleante luminar, ni la luna llena embota esos astros sagrados con su disco completo, sino que, antes bien, la luminosidad de las estrellas se debilita por sí misma, es conveniente advertir de antemano la dureza de las tormentas invernales. Si ves que los nubarrones se detienen en el cielo, que estos nubarrones pasan y se rebasan unos a otros; si la oca se ceba con mucha avidez en el césped medio comido; si te canta la corneja de noche, si, al reaparecer Héspero en el espacio, el grajo insiste en su canto sin parar; si el pinzón hace resonar su canto desde la mañana; si las aves rehúyen apresuradamente las aguas turbulentas de Nereo; si el reyezuelo, hostil a los himeneos coronados de flores, se dirige a las partes bajas de la tierra; si, por último, el pequeño petirrojo penetra tembloroso en las oquedades de una roqueda pedregosa; si las abejas cecropias se limitan al pasto cercano, frente a su propio cuartel y liban entristecidas las primicias de las flores próximas; si las grullas tracias se muestran turbadas espontáneamente al aire libre y no se entregan al espacio con sus alas audaces, sino que describen con frecuencia largos vuelos sobre nosotros; si la araña suelta sus telas; si el austro dispersa por todo el aire la urdimbre de tales telas, enseguida tempestades y nubarrones sombríos se ponen en marcha.
 ¿Y para qué voy a cantar meteoros de más envergadura? Fíjate en la ceniza, la simple ceniza: cuando se apelmaza de pronto, es que la nieve viste las tierras cubriéndolas con su blanco manto. La nieve cubre la tierra cuando la capa superior de los carbones incandescentes se enrojece luminosa y en su núcleo interno unas gasas reducidas de humo denso se desplazan errantes y, en pleno núcleo del fuego, el pábulo se va apagando por completo. Cuando el acebo se reviste de flores en exceso, revela la pronta llegada de los austros lluviosos: pues la naturaleza de su dura madera tiene deficiencia de savia y cuando sus ramas se cargan de una nueva floración y de bellotas, indica por sí mismo que los elementos que la nutren, procedentes de la humedad celeste, actúan ocultamente. Incluso el lentisco amargo es también una señal de lluvia. Por tres veces da fruto este árbol y otras tantas nutre maternalmente la nueva frutación y al resplandecer con el adorno de estas tres floraciones, descubre tres períodos para la labranza. La flor cilíndrica de la escila, que se abre por tres veces, se alza señalando por otras tres veces que ha llegado la hora de labrar el suelo.
Fenómenos.Descripción del orbe terrestre.. Avieno, Rufo Festo ... Y así también si ves revolotear los roncos escuadrones de zánganos al aire libre hacia finales del otoño, tan pronto como su salida vespertina pone en movimiento desde el mar a las Pléyades, podrás afirmar que amenaza tormenta. Si unas cerdas perezosas, si la diligente productora de lana, si la cabra que vaga por la maleza de los bosques se afana en volver al amor (sin duda la humedad del aire les provoca este deseo íntimo, removiendo sus entrañas), podrás prever no sólo la llegada al punto de tempestades, sino también sombríos nubarrones. Además, se alegrará el labrador que removiera el suelo en los meses adecuados del año, coincidiendo con la primera bandada de grullas; se alegrará también el labrador rezagado ante el contingente de las retrasadas, si en virtud de alguna ley de los dioses la lluvia es su compañera. Por último, si el ganado productor de lana escarba la tierra, mientras tiende la cabeza hacia la Osa, tan pronto como su húmedo ocaso oculta a las Pléyades en la superficie marmórea del turbulento mar, cuando el otoño fructífero se retira hacia los fríos del solsticio de invierno, se precipitará desde el cielo un aguacero repentino. ¡Pero ojalá que el ganado no escarbe la corteza de las tierras haciendo hoyos desordenados! Si abrieran extensas fisuras en las entrañas de la tierra, se presentará en todo el cielo la violencia impresionante de las tormentas, la nieve cubrirá todos los campos, la nieve dañará las hierbas tiernas, la nieve quemará las espigas.

Señales de sequía

 Pero si sucede que centellean abundantes cometas, un aire muy reseco abrasará las mieses debilitadas. Pues las emanaciones que brotan espontáneamente del suelo según leyes de la naturaleza, si les falta la humedad adecuada, son secas, e irguiéndose por el espacio, se inflaman al contacto con las llamas de la capa superior de la atmósfera; impelidas por el calor del cosmos hacen saltar estrellas y se enrojecen con una crin densa.
 Observa asimismo lo siguiente: si desde el vasto mar numerosos escuadrones de aves apresuran el vuelo para acercarse en grupo a tierra firme, se desatará un estío estéril y los campos arderán sedientos. Pues en las zonas en que el mar baña la tierra en derredor, un aire muy seco abrasa las venas profundas de la árida corteza terrestre y la tierra así ceñida por el mar salado percibe más rápido el calor: por ello se produce la inmediata escapada de las aves hacia tierra firme; en viéndolas, el labriego teme al estío y llora ya amargamente por sus gavillas de paja seca. Pero, si aparecen en grupos comedidos procedentes del mar y no trastornan la totalidad de la bóveda celeste con su vuelo trepidante, los sufridos pastores se llevan una alegría: presienten que habrá lluvias moderadas. De esta manera, los hombres nos vemos abocados siempre a deseos contradictorios y por afán de ganancia personal imprecamos el perjuicio para el prójimo.

Señales de destemplanza

 Pero para cada cual la misma sabiduría de la naturaleza y la fecundidad ordenada del universo han grabado en las ocupaciones de cada uno señales seguras sobre el porvenir. Pues, en efecto, si la oveja pace la hierba con avidez, sin saciarse de pasto y arrasando zonas muy amplias de los campos, dará a su pastor indicios de frío lluvioso; y si el carnero, brincando sin parar, busca ansioso hierbas o los cabritos dan saltos o bien si desean pegarse al rebaño constantemente, sin apartarse nunca de sus madres, y si degustan los pastos sin límite ni medida, cuando el atardecer los obliga a recogerse en sus seguros apriscos, indicarán que se aproximan precipitaciones. De sus bueyes el labrador obtiene igualmente señales de negra borrasca, si por casualidad los ve lamerse las patas delanteras o bien recostarse sobre el hombro derecho o si inundan las auras de prolongados mugidos, cuando al atardecer dejan los pastos a regañadientes. La cabra proporciona, a su vez, señales de perturbaciones en el cielo, cuando apetece con ansia las espinas del acebo negro. Esto mismo lo muestra la cerda embadurnada de cieno, si se revuelca excesivamente en la porquería de la charca.
 Cuando el propio lobo de Marte vaga por los aledaños de las granjas y ronda los parajes habitados por el hombre, buscando por instinto lecho y hogar, previene sobre la aparición de nubarrones en un cielo enrarecido. Para acabar, cuando los ratones pequeños lanzan chillidos agudos, cuando se los ve por casualidad brincar en el suelo o juguetear, te brindan esas mismas previsiones; el perro también presiente lo mismo, según los entendidos, al escarbar la tierra. No obstante, estas previsiones, todas estas realidades sin embargo, te enseñarán que las precipitaciones van a llegar pronto o bien recién salido el sol, o bien cuando brille la luz de su última carrera, o cuando se haya producido su tercera salida tras la rotación del firmamento.

Últimas observaciones. Conclusión

 No tienes que despreciar tales señales, pero cuando recuerdes bien una, relaciónala siempre con otra; por último, si aparece una tercera señal, podrás predecir el futuro con aplomo. Y procurarás también cotejar hábilmente las indicaciones dadas en los meses pasados: si las previsiones anteriores se han desarrollado de la misma manera, ningún reparo te lleve a titubear en absoluto. Estudia la caída de los astros, la salida de los astros, si una estrella ha manifestado a través del espacio circunstancias semejantes. Así, partícipe de esta venerable sabiduría, puedes explicar el último crepúsculo del mes ya pasado e igualmente los comienzos del que empieza: los límites extremos de dos meses permanecen ocultos en la oscuridad, pues abarcan un período de ocho días sin saber nada de la antorcha lunar. Escudríñalos con aplicación tenaz, y, si por casualidad descubres algo, recuerda reforzarlo inteligentemente con el mayor número posible de previsiones.»
  
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 2001, en traducción de José Calderón Felices e Isabel Moreno Ferrero, pp. 110-115. ISBN 84-249-2314-6.]

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