Segunda parte
1963. Tallin.
República Socialista Soviética de Estonia.
«El techo crujía bajo las pisadas. El crujido se desplazaba hacia el
armario lavamanos, de allí a la ventana, de la ventana al ropero y de nuevo al
lavamanos. Los ojos del camarada Parts escrutaron el techo, con una tensión
seca, sin pestañear. De vez en cuando oía a su mujer sentarse: la pata de la
silla hacía una muesca en las tablas del suelo, el sonido a la altura de la
frente de Parts. Se toqueteó una sien sudorosa, las venas palpitantes, pero los
zapatos de su mujer no se detenían, seguían martilleando en el mismo sitio, el
golpeteo labraba el suelo, hacía rechinar el techo pintado de marrón claro y
desconchaba sus fisuras, causando un ruido insoportable que a Parts no le
dejaba concentrarse en su trabajo.
Cuando el reloj dio por fin las once, los
muelles del colchón del dormitorio chirriaron y su eco áspero duró un instante.
Luego reinó el silencio.
El camarada Parts aguzó el oído. El techo no
cedía, su contorno a lo largo de la moldura se mantenía estable, y el discreto
balanceo de la araña se ralentizaba.
Silencio.
Había esperado ese momento todo el día, con
paciencia y a ratos temblando de rabia. No obstante, la espera había avivado su
entusiasmo, un entusiasmo brioso de los que ya rara vez experimentaba.
Lo esperaba la máquina de escribir. A la luz
cenital, el metal de la Optima relucía suavemente y el teclado resplandecía. El
camarada Parts se estiró la chaqueta de lana, relajó las muñecas y curvó las
manos en la posición correcta, como si se dispusiera a interpretar un concierto
de piano ante un auditorio expectante. La obra se convertiría en un éxito, todo
iría bien. No obstante, debía admitir que, siempre que se sentaba a la mesa de
trabajo, el cuello de la camisa le apretaba.
En el carro reposaba el folio que había
quedado a medias la noche anterior, con sus correspondientes papel carbón y
copia. Las muñecas de Parts ya estaban en alto, preparadas. Sin embargo, de pronto
las retiró para apoyarlas sobre los pantalones planchados con raya. Miraba las
palabras en el papel, las leyó varias veces musitándolas, saboreándolas y
aceptándolas. La narración seguía pareciéndole clara y notó que el cuello de la
camisa se aflojaba un poco. Animado, cogió la primera página de su manuscrito,
se dirigió al centro de la habitación e imaginó un público ante el cual declamó
despacio el párrafo inicial:
—“¡De qué actos inconcebibles fueron capaces
los malhechores estonios, de qué crímenes espantosos! Las páginas de esta
investigación sacan a la luz conspiraciones fascistas y espeluznantes
asesinatos. Aquí descubrirán los brutales métodos de tortura que con regocijo
practicaron los nazis, disfrutando perversamente de su crueldad. Esta investigación
pide justicia a gritos, ¡y no dejará piedra sin mover hasta esclarecer
definitivamente los crímenes con que pretendieron exterminar a los ciudadanos
soviéticos!”
El camarada Parts acabó sofocado, igual que el
propio texto, lo que consideró una buena señal. El principio era siempre lo más
importante, debía poseer fuerza expresiva y atrapar, virtudes que éste tenía,
además de adecuarse también a las directrices de la Oficina. Debía distinguirse
de otros libros que abordaban la ocupación nazi. Disponía de tres años, ése era
el tiempo que la Oficina le había concedido para la investigación y elaboración
que requería el libro. Como prueba de confianza, el gesto era excepcional,
incluso había recibido una Optima nueva para trabajar en casa, en su escritorio,
pero ahora no se trataba de un panfleto de contrapropaganda, no era una lectura
apropiada para los jóvenes sobre la amistad entre los pueblos ni un educativo
libro de cuentos para niños, sino una obra que cambiaría el mundo, o sea, la
gran patria y Occidente. El inicio tenía que dejar sin aliento.
La idea había partido del camarada Porkov, que
era un hombre pragmático; por eso le gustaban los libros y los beneficios que
sus métodos podían proporcionarle. Los compradores de los libros pagaban los
gastos de la operación. Por el mismo motivo le gustaban también las películas,
pero esta rama no era la de Parts; lo suyo era la expresión literaria. Las
palabras de Porkov no dejaban de alentarlo en los momentos de dudas, aunque
Parts sabía que sólo se trataba de halagos: en su momento, el camarada capitán
había declarado que lo recomendaba para la misión porque no conocía mejor mago
de las palabras.
Cuando se le asignó la tarea, había vivido un
instante maravilloso. Sentados en el piso franco durante una de sus reuniones
semanales, revisaban la situación de la red de contactos postales de Parts,
quien ignoraba completamente los planes que Porkov le tenía reservados. Tampoco
sabía que Moscú ya había revisado su expediente y dado su aprobación, ni que en
adelante su prioridad no sería ya la amplia correspondencia con Occidente, sino
algo muy distinto. De improviso, el camarada Porkov anunció que ése era el
momento adecuado. Algo desconcertado, Parts solicitó una aclaración, y Porkov
respondió:
—Para que usted, camarada Parts, se convierta
en escritor.
Recibiría un adelanto considerable: tres mil
rublos. La mitad sería para Porkov, porque había realizado parte del trabajo en
su lugar y seleccionado los materiales de los cuales surgiría la obra. La
documentación se hallaba ahora bajo llave en el armario de Parts: dos maletas
de libros que trataban de la ocupación nazi, entre ellos también algunos
publicados en Occidente y no destinados a ciudadanos soviéticos. Parts había
echado un vistazo al material y decidido la línea editorial a seguir: en primer
lugar, y puesto que en Occidente tenían una impresión muy distinta, la obra
debía dejar muy claro que la Unión Soviética estaba especialmente interesada en
esclarecer los crímenes nazis, incluso más que los países occidentales. Al
nombre «Unión Soviética» se le añadirían los adjetivos “justa” y “democrática”
siempre que fuera posible, dado que en Occidente no se la veía de esa manera.
En segundo lugar, debía clarificarse el tema
de los emigrantes estonios, pues la mayor parte de los materiales recabados por
Parts eran fruto de la pluma de prolíficos refugiados. Al parecer, el Politburó
estaba alarmado por su fuerza y sus opiniones antisoviéticas, que denigraban a
la patria. Y como en Moscú se mostraban preocupados, era el momento de tomar
medidas al respecto. El mismo Parts no habría hallado mejor solución que
presentar a los emigrantes bajo una luz que a ojos de los occidentales los
convirtiese en poco fiables. Cuando quedara en evidencia el talante fascista de
los nacionalistas estonios, la Unión Soviética recibiría a los traidores en
bandeja, pues en los países occidentales no querrían proteger a los nazis; los
criminales habrían de ser entregados a la justicia. Nadie volvería a prestar
oídos a las quejas y súplicas de los emigrantes estonios, nadie se atrevería a
apoyarlos públicamente, pues eso se interpretaría como apoyo al fascismo, y al
gobierno en el exilio de Estonia se lo tacharía de sociedad secreta de escoria
fascista. Ni siquiera se requerirían pruebas, con sembrar la duda bastaría.
Sólo un indicio, apenas un susurro.
—Por supuesto, su experiencia personal le
añadirá color —había comentado Porkov al revelarle a Parts su nueva misión.
Nunca habían hablado sobre su pasado, pero
Parts captó la insinuación: no había motivos para ocultar las razones por las
que él había sido deportado a Siberia. Ahora esas mismas razones se habían
convertido en méritos, la etapa vivida en la isla de Staffan había revertido en
su provecho, convirtiéndose en valiosa experiencia.
—No hubiéramos conseguido erradicar tan bien a
esos parásitos nacionalistas sin su ayuda. Algo así no se olvida, camarada
Parts —había concluido Porkov.
Parts había tragado saliva. Aunque al decirlo
de esa manera Porkov dio a entender que podía hablar con él del asunto
libremente, Parts prefería no explayarse sobre ese aspecto de su vida, porque
al mismo tiempo lo comprometía. Porkov habría deseado continuar con el tema,
pero Parts se limitó a sonreír.
—Entre nosotros, puedo decirle que el Comité
para la Seguridad Nacional seguramente nunca ha recibido informaciones más
completas sobre las actividades antisoviéticas de Estonia: todos esos enlaces,
espías ingleses, bandidos del bosque, direcciones… Un trabajo notable, camarada
Parts. Sin usted, no hubiéramos dado con la ruta de fuga a Occidente empleada
por el fascista Linnas, por no hablar de todos los traidores que ayudaban a los
emigrantes estonios y cuya identidad hemos descubierto gracias a su
colaboración.
Parts se sintió desnudo. Porkov le refería
aquello simplemente para darle a entender que lo sabía todo de él. Por supuesto
que Parts ya se lo imaginaba, pero decirlo en voz alta era una demostración de
fuerza. Era una táctica muy conocida. Obligó a su mano a permanecer quieta
cuando ésta se movía para comprobar si el pasaporte continuaba en el bolsillo
de la pechera. Mantuvo las piernas inmóviles, miró a Porkov y sonrió antes de
decir:
—Mis misiones en el frente antialemán me
permitieron familiarizarme con la actividad de los nacionalistas estonios, la
conozco muy bien. Me atrevo a afirmar que soy un experto en nacionalismo.
El libro sería editado por Eesti Raamat.
Porkov se ocuparía de que las cosas marcharan sobre ruedas. Él podría ir
preparándose para firmar el contrato de edición, para la fiesta de lanzamiento,
poner a enfriar el champán, encargar una tarta Napoleón y claveles para su
mujer. Se harían traducciones, muchas. Habría condecoraciones. Tiradas enormes.
En las celebraciones antifascistas le reservarían un lugar de honor.
Podría dejar su trabajo tapadera en la garita
de vigilancia de la fábrica Norma. Los adelantos y los sobres marrones de la
Oficina bastarían para vivir bien.
Podría ponerse gas en casa.
Desde luego, no daba crédito a su buena
suerte.
Únicamente había un problema a la hora de
trabajar: en su casa no había la menor tranquilidad. El camarada Parts había
insinuado que necesitaba un despacho de investigador, pero el asunto estaba
estancado, y a su mujer no podía revelarle la naturaleza de su misión, ni
siquiera con la esperanza de que la importancia del cometido la hiciera
controlar sus crisis de nervios. Parts regresó a su escritorio, se desabotonó
el cuello de la camisa. Había que poner manos a la obra, Porkov esperaba ya un
aperitivo, los primeros capítulos, había tanto en juego… el resto de su vida. »
[El texto pertenece a la
edición en español de Ediciones Salamandra, 2012, en traducción de Luisa
Gutiérrez Ruiz, pp. 81-86. ISBN: 978-8498385519.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: