domingo, 18 de junio de 2023

Cuando las palomas cayeron del cielo.- Sofi Oksanen (1977)


Sofi Oksanen - A Quattro Mani
Segunda parte

1963. Tallin. República Socialista Soviética de Estonia.

  «El techo crujía bajo las pisadas. El crujido se desplazaba hacia el armario lavamanos, de allí a la ventana, de la ventana al ropero y de nuevo al lavamanos. Los ojos del camarada Parts escrutaron el techo, con una tensión seca, sin pestañear. De vez en cuando oía a su mujer sentarse: la pata de la silla hacía una muesca en las tablas del suelo, el sonido a la altura de la frente de Parts. Se toqueteó una sien sudorosa, las venas palpitantes, pero los zapatos de su mujer no se detenían, seguían martilleando en el mismo sitio, el golpeteo labraba el suelo, hacía rechinar el techo pintado de marrón claro y desconchaba sus fisuras, causando un ruido insoportable que a Parts no le dejaba concentrarse en su trabajo.
 Cuando el reloj dio por fin las once, los muelles del colchón del dormitorio chirriaron y su eco áspero duró un instante. Luego reinó el silencio.
 El camarada Parts aguzó el oído. El techo no cedía, su contorno a lo largo de la moldura se mantenía estable, y el discreto balanceo de la araña se ralentizaba.
 Silencio.
 Había esperado ese momento todo el día, con paciencia y a ratos temblando de rabia. No obstante, la espera había avivado su entusiasmo, un entusiasmo brioso de los que ya rara vez experimentaba.
 Lo esperaba la máquina de escribir. A la luz cenital, el metal de la Optima relucía suavemente y el teclado resplandecía. El camarada Parts se estiró la chaqueta de lana, relajó las muñecas y curvó las manos en la posición correcta, como si se dispusiera a interpretar un concierto de piano ante un auditorio expectante. La obra se convertiría en un éxito, todo iría bien. No obstante, debía admitir que, siempre que se sentaba a la mesa de trabajo, el cuello de la camisa le apretaba.
 En el carro reposaba el folio que había quedado a medias la noche anterior, con sus correspondientes papel carbón y copia. Las muñecas de Parts ya estaban en alto, preparadas. Sin embargo, de pronto las retiró para apoyarlas sobre los pantalones planchados con raya. Miraba las palabras en el papel, las leyó varias veces musitándolas, saboreándolas y aceptándolas. La narración seguía pareciéndole clara y notó que el cuello de la camisa se aflojaba un poco. Animado, cogió la primera página de su manuscrito, se dirigió al centro de la habitación e imaginó un público ante el cual declamó despacio el párrafo inicial:
 —“¡De qué actos inconcebibles fueron capaces los malhechores estonios, de qué crímenes espantosos! Las páginas de esta investigación sacan a la luz conspiraciones fascistas y espeluznantes asesinatos. Aquí descubrirán los brutales métodos de tortura que con regocijo practicaron los nazis, disfrutando perversamente de su crueldad. Esta investigación pide justicia a gritos, ¡y no dejará piedra sin mover hasta esclarecer definitivamente los crímenes con que pretendieron exterminar a los ciudadanos soviéticos!”
 El camarada Parts acabó sofocado, igual que el propio texto, lo que consideró una buena señal. El principio era siempre lo más importante, debía poseer fuerza expresiva y atrapar, virtudes que éste tenía, además de adecuarse también a las directrices de la Oficina. Debía distinguirse de otros libros que abordaban la ocupación nazi. Disponía de tres años, ése era el tiempo que la Oficina le había concedido para la investigación y elaboración que requería el libro. Como prueba de confianza, el gesto era excepcional, incluso había recibido una Optima nueva para trabajar en casa, en su escritorio, pero ahora no se trataba de un panfleto de contrapropaganda, no era una lectura apropiada para los jóvenes sobre la amistad entre los pueblos ni un educativo libro de cuentos para niños, sino una obra que cambiaría el mundo, o sea, la gran patria y Occidente. El inicio tenía que dejar sin aliento.
 La idea había partido del camarada Porkov, que era un hombre pragmático; por eso le gustaban los libros y los beneficios que sus métodos podían proporcionarle. Los compradores de los libros pagaban los gastos de la operación. Por el mismo motivo le gustaban también las películas, pero esta rama no era la de Parts; lo suyo era la expresión literaria. Las palabras de Porkov no dejaban de alentarlo en los momentos de dudas, aunque Parts sabía que sólo se trataba de halagos: en su momento, el camarada capitán había declarado que lo recomendaba para la misión porque no conocía mejor mago de las palabras.
 Cuando se le asignó la tarea, había vivido un instante maravilloso. Sentados en el piso franco durante una de sus reuniones semanales, revisaban la situación de la red de contactos postales de Parts, quien ignoraba completamente los planes que Porkov le tenía reservados. Tampoco sabía que Moscú ya había revisado su expediente y dado su aprobación, ni que en adelante su prioridad no sería ya la amplia correspondencia con Occidente, sino algo muy distinto. De improviso, el camarada Porkov anunció que ése era el momento adecuado. Algo desconcertado, Parts solicitó una aclaración, y Porkov respondió:
 —Para que usted, camarada Parts, se convierta en escritor.
 Recibiría un adelanto considerable: tres mil rublos. La mitad sería para Porkov, porque había realizado parte del trabajo en su lugar y seleccionado los materiales de los cuales surgiría la obra. La documentación se hallaba ahora bajo llave en el armario de Parts: dos maletas de libros que trataban de la ocupación nazi, entre ellos también algunos publicados en Occidente y no destinados a ciudadanos soviéticos. Parts había echado un vistazo al material y decidido la línea editorial a seguir: en primer lugar, y puesto que en Occidente tenían una impresión muy distinta, la obra debía dejar muy claro que la Unión Soviética estaba especialmente interesada en esclarecer los crímenes nazis, incluso más que los países occidentales. Al nombre «Unión Soviética» se le añadirían los adjetivos “justa” y “democrática” siempre que fuera posible, dado que en Occidente no se la veía de esa manera.
Cuando las palomas cayeron del cielo (Narrativa): Amazon.es ... En segundo lugar, debía clarificarse el tema de los emigrantes estonios, pues la mayor parte de los materiales recabados por Parts eran fruto de la pluma de prolíficos refugiados. Al parecer, el Politburó estaba alarmado por su fuerza y sus opiniones antisoviéticas, que denigraban a la patria. Y como en Moscú se mostraban preocupados, era el momento de tomar medidas al respecto. El mismo Parts no habría hallado mejor solución que presentar a los emigrantes bajo una luz que a ojos de los occidentales los convirtiese en poco fiables. Cuando quedara en evidencia el talante fascista de los nacionalistas estonios, la Unión Soviética recibiría a los traidores en bandeja, pues en los países occidentales no querrían proteger a los nazis; los criminales habrían de ser entregados a la justicia. Nadie volvería a prestar oídos a las quejas y súplicas de los emigrantes estonios, nadie se atrevería a apoyarlos públicamente, pues eso se interpretaría como apoyo al fascismo, y al gobierno en el exilio de Estonia se lo tacharía de sociedad secreta de escoria fascista. Ni siquiera se requerirían pruebas, con sembrar la duda bastaría. Sólo un indicio, apenas un susurro.
 —Por supuesto, su experiencia personal le añadirá color —había comentado Porkov al revelarle a Parts su nueva misión.
 Nunca habían hablado sobre su pasado, pero Parts captó la insinuación: no había motivos para ocultar las razones por las que él había sido deportado a Siberia. Ahora esas mismas razones se habían convertido en méritos, la etapa vivida en la isla de Staffan había revertido en su provecho, convirtiéndose en valiosa experiencia.
 —No hubiéramos conseguido erradicar tan bien a esos parásitos nacionalistas sin su ayuda. Algo así no se olvida, camarada Parts —había concluido Porkov.
 Parts había tragado saliva. Aunque al decirlo de esa manera Porkov dio a entender que podía hablar con él del asunto libremente, Parts prefería no explayarse sobre ese aspecto de su vida, porque al mismo tiempo lo comprometía. Porkov habría deseado continuar con el tema, pero Parts se limitó a sonreír.
 —Entre nosotros, puedo decirle que el Comité para la Seguridad Nacional seguramente nunca ha recibido informaciones más completas sobre las actividades antisoviéticas de Estonia: todos esos enlaces, espías ingleses, bandidos del bosque, direcciones… Un trabajo notable, camarada Parts. Sin usted, no hubiéramos dado con la ruta de fuga a Occidente empleada por el fascista Linnas, por no hablar de todos los traidores que ayudaban a los emigrantes estonios y cuya identidad hemos descubierto gracias a su colaboración.
 Parts se sintió desnudo. Porkov le refería aquello simplemente para darle a entender que lo sabía todo de él. Por supuesto que Parts ya se lo imaginaba, pero decirlo en voz alta era una demostración de fuerza. Era una táctica muy conocida. Obligó a su mano a permanecer quieta cuando ésta se movía para comprobar si el pasaporte continuaba en el bolsillo de la pechera. Mantuvo las piernas inmóviles, miró a Porkov y sonrió antes de decir:
 —Mis misiones en el frente antialemán me permitieron familiarizarme con la actividad de los nacionalistas estonios, la conozco muy bien. Me atrevo a afirmar que soy un experto en nacionalismo.
 El libro sería editado por Eesti Raamat. Porkov se ocuparía de que las cosas marcharan sobre ruedas. Él podría ir preparándose para firmar el contrato de edición, para la fiesta de lanzamiento, poner a enfriar el champán, encargar una tarta Napoleón y claveles para su mujer. Se harían traducciones, muchas. Habría condecoraciones. Tiradas enormes. En las celebraciones antifascistas le reservarían un lugar de honor.
 Podría dejar su trabajo tapadera en la garita de vigilancia de la fábrica Norma. Los adelantos y los sobres marrones de la Oficina bastarían para vivir bien.
 Podría ponerse gas en casa.
 Desde luego, no daba crédito a su buena suerte.
 Únicamente había un problema a la hora de trabajar: en su casa no había la menor tranquilidad. El camarada Parts había insinuado que necesitaba un despacho de investigador, pero el asunto estaba estancado, y a su mujer no podía revelarle la naturaleza de su misión, ni siquiera con la esperanza de que la importancia del cometido la hiciera controlar sus crisis de nervios. Parts regresó a su escritorio, se desabotonó el cuello de la camisa. Había que poner manos a la obra, Porkov esperaba ya un aperitivo, los primeros capítulos, había tanto en juego… el resto de su vida. »

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Salamandra, 2012, en traducción de Luisa Gutiérrez Ruiz, pp. 81-86. ISBN: 978-8498385519.]

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