Libro IV
«"Única compañera que conmigo / compartes sola
estas delicias todas,
tú, más preciada que ellas todas
juntas; / es preciso que el Poder que nos ha hecho
y este Mundo para nosotros ha
creado, / sea totalmente bueno y de su bien
tan franco y liberal como
infinito, / ya que del polvo nos ha levantado
y nos ha puesto aquí entre tanta
dicha, / sin que nada de su mano merezcamos
y nada hacer podemos de que tenga
/ necesidad; él sólo nos exige
un único servicio y éste es
fácil: / de todo árbol que en este Paraíso
da deleitoso fruto y tan variado,
/ uno solo no quiere que toquemos,
el fruto de ese Árbol de la
Ciencia, / plantado junto al Árbol de la Vida,
tan cerca está la muerte de la
vida, / sea la muerte lo que sea, algo
terrible debe ser sin duda;
porque / bien sabes que Dios dijo que muerte era
probar de ese árbol, única prenda
ésta / de nuestra obediencia, de entre todas
las muestras de poder y autoridad
/ que nos ha conferido, y el dominio
sobre todas las criaturas que
habitan / la tierra, el mar y el aire. Siendo así,
que no nos aflija esta
restricción / tan mínima, a nosotros que gozamos
de plena libertad para servirnos
/ de todo lo demás y de escoger
delicias infinitas y variadas; /
antes loémosle siempre y ensalcemos
su generosidad, y prosigamos / la
agradable tarea de podar
estas frondosas plantas y atender
/ estas flores, que si fuera onerosa,
contigo resultara placentera”.
Entonces Eva le contestó: “Oh, tú, / para
quien y de quien formada fui
con carne de tu carne, y sin el
cual / objeto no tendría, guía y cabeza
mías, lo que has dicho es justo y
cierto. / Porque a él debemos toda alabanza
y diaria acción de gracias, sobre
todo / yo, que disfruto de la mejor parte
al poseerte a ti, preeminente /
con tanta diferencia, mientras tú
una consorte que sea igual a ti /
no es posible que halles en parte alguna.
Ese día recuerdo con frecuencia,
/ cuando por vez primera desperté
del sueño y me encontré recostada
/ y a la sombra, bajo un dosel de flores,
sin acertar quién era y dónde
estaba, / y de dónde y cómo allí me habían traído.
Nada lejos de mí se oía un sonido
/ murmurante de aguas que brotaban
de una gruta y en líquida llanura
/ se esparcían y se remansaban
tan puras como el ámbito del
cielo; / allí me encaminé sin experiencia
previa, y me asomé a la verde
orilla / para mirar el claro y liso lago
que a mí me parecía un
firmamento. / Al doblarme a mirar, apareció
justo enfrente, sobre el acuoso
brillo, / una figura inclinada hacia mí:
retrocedí y ella retrocedió / mas
complacida enseguida me volví
y ella, complacida, enseguida se
volvió, / devolviéndome la mirada con
simpatía y amor; allí mis ojos /
hubiera yo clavado hasta ahora,
lamentándome en un vano deseo /
de no haberme una voz así advertido:
‘Lo que allí ves, hermosa
criatura, / eres tú misma y contigo viene y va;
mas sígueme y te llevaré adonde /
hay quien, no en sombra, aguarda tu llegada
y tus tiernos abrazos, aquél cuya
/ imagen eres tú, de él gozarás
inseparablemente, pues es tuyo; /
y le darás una multitud de hijos
semejantes a ti: y te llamarán /
por ello madre de la raza humana’.
¿Qué podía yo hacer sino seguir /
la voz hacia adonde invisiblemente
me guiaba? Hasta que al fin te
vi, / bello y erguido, es cierto, al pie de un plátano;
pero me pareciste menos bello, /
menos suavemente atractivo, menos
delicadamente dulce que la
plácida / imagen que había visto sobre el agua,
yo me volví, pero tú me seguiste
/ y en voz alta llamaste: ‘Vuelve, hermosa
Eva, ¿de quién huyes? Si de quien
huyes / eres carne de su carne y huesos de
substancia viva, para así tenerte
/ a mi lado desde ahora en adelante,
mi inseparable y preciado
consuelo. / Como parte de mi alma yo te busco
y te reclamo la otra mitad mía’.
/ Con tu mano gentil la mía cogiste
y yo accedí, y desde aquel
momento, / vi cuánto a la belleza aventajaban
la gracia varonil y la sapiencia,
/ ya que es ésta lo único que es bello”.
Así habló nuestra madre universal, / y con
ojos de cándido atractivo
conyugal y de modesto abandono, /
medio abrazada se inclinó hacia nuestro
primer padre; parte del pecho
túrgido / y desnudo se encuentra junto al de él,
oculto bajo la cascada de oro /
de su suelto cabello. Deleitado
por su belleza, Adán, y sus sumisos
/ encantos le sonrió lleno de amor,
igual que Júpiter sonríe a Juno /
cuando hincha las nubes que derraman
las flores sobre mayo; y de besos
/ puros colmó sus labios de mujer.
El Diablo se volvió preso de
envidia, / y al mirarlos celoso y malicioso
de soslayo, se lamentó a sí
mismo: / “¡Visión odiosa y atormentadora!
Así estos dos, encerrados en el /
paraíso de sus propios brazos,
el Edén más feliz disfrutarán /
de un cúmulo de dichas sobre dichas ,
mientras yo, arrojado en el
Infierno, / carezco de felicidad y amor
y sólo una ansiedad feroz, que no
es / el más leve de todos mis tormentos,
permanece aún insatisfecha / y me
consume de pena e impaciencia:
sin embargo, conviene no olvidar
/ lo que he aprendido de su propia boca.
No parece que todo esto sea suyo:
/ allí se yergue un árbol que es fatal,
llamado de la Ciencia y les ha
sido / prohibido probar. ¿Por qué prohibida
la ciencia? Esto es sospechoso y
absurdo. / ¿Por qué a envidiar les iba esto el Señor?
¿Puede ser un delito el saber,
puede / ser muerte? ¿Acaso viven
solamente
por la ignorancia? ¿Es el feliz
estado / de que gozan prueba de su obediencia
y de su fe? ¡Oh, cuán hermosa
base / para fundar en ella su ruina!
En su ánimo, por ende, excitaré /
un deseo más grande de saber
y rechazar decretos envidiosos, /
inspirados por la mera intención
de mantenerlos sometidos, cuando
/ la ciencia podría haberlos nivelado
con los dioses. De aspirar a
tales, / gustarán de su fruto y morirán.
¿Qué puede suceder más verosímil?
/ Mas primero con cuidadoso celo
debo reconocer este jardín / y no
dejar rincón sin explorar.
Sólo el acaso puede conducirme /
donde pudiera hallar a algún errante
espíritu del Cielo, al margen de
una / fuente, o retirado en la espesura
umbrosa, y consiga obtener de él
/ lo que aún me falta por saber.
Entretanto vivid lo que podáis, /
feliz pareja; y hasta mi regreso
disfrutad de vuestros breves
placeres, / pues largos sufrimientos seguirán”.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2004, en
traducción de Esteban Pujals, pp. 197-200. ISBN: 84-376-0591-1.]
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