domingo, 3 de abril de 2022

El botiquín filosófico.- Schwarz, Aljoscha A. (1961) y Schweppe, Ronald P. (1962)


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Segunda parte: El botiquín filosófico de la A a la Z

Desgracias: “Los pequeños accidentes”

 «La vida no resulta siempre fácil. Naturalmente, que hay momentos de éxito, instantes felices, logros y satisfacciones de todo tipo. Pero, junto a todo ello, también existen los accidentes, las desgracias, los fracasos y las insatisfacciones por múltiples causas. Puesto que, en muchas ocasiones, no está en nuestras manos cambiar el curso de las cosas, deberíamos plantearnos cómo afrontar esas posibles adversidades, de manera que evitemos perder completamente el equilibrio y nos, digámoslo así, “precipitemos en el abismo”.
 Los pequeños accidentes que a todas horas nos molestan pueden considerarse meros ejercicios que sirven para mantenernos alerta a fin de que, con la dicha, no se relajen las fuerzas que luego nos servirán para soportar los grandes contratiempos”. (A. Schopenhauer, Aforismos sobre el arte de saber vivir, V, 51).
 Precisamente, respecto a los pequeños percances que tratan de importunarnos diariamente en forma de, por ejemplo, jarrón de porcelana que cae el suelo, automóvil que no arranca, ropa que pierde el color o encoge tras pasar por la lavadora, factura que llega puntualmente con nuestra cuenta en números rojos o inoportuna visita de algún amigo o familiar, las palabras de Schopenhauer pueden ser aquí de gran ayuda. Si consideramos las pequeñas desgracias y contratiempos de la vida como un ejercicio para desarrollar la serenidad y la resignación, estaremos mejor preparados para afrontar y protegernos de desgracias mayores.
 Como es sabido, la práctica hace al maestro; y, vistas así las cosas, el tener a veces que encajar algunos contratiempos y episodios incómodos no demasiado graves, no tiene por qué ser considerado únicamente como algo negativo. Nos puede servir para aprender de cada situación, para intentar cambiar nuestra perspectiva sobre las cosas, para conseguir mayor libertad y autocontrol ante las aparentes arbitrariedades de las circunstancias exteriores, hasta llegar a convertirnos en “maestros en el dominio de los problemas”.
 No hay árbol recio ni consistente sino aquél que el viento azota con frecuencia; pues la misma vegetación le robustece e hinca sus raíces con mayor firmeza; frágiles son los que crecieron en valle abrigado y acariciado por el sol”. (Séneca, De la providencia, 4).
 Séneca, confirma aquí, con otras palabras, lo dicho por Schopenhauer: cuanto más duramente nos veamos agitados por las tormentas de la vida y cuantas más veces nos encontremos expuestos a los reveses que ésta en ocasiones nos propina, mayores serán nuestras oportunidades de ejercitar nuestra capacidad de supervivencia y de aprender a sobrellevar los disgustos de nuestra existencia con estoica impasibilidad. Del mismo modo que podemos desarrollar nuestros músculos con el entrenamiento adecuado, es posible asimismo aprovechar los envites de la vida para echar profundas raíces en la tierra y afianzar nuestra estabilidad, la cual, sin duda, nunca debe dejar de tener la necesaria flexibilidad.
 “Que una desgracia nos resulte más fácil de sobrellevar cuando ya hemos tenido ocasión de considerar previamente su posibilidad, como suele decirse, cuando “ya nos hemos hecho a la idea”, puede explicarse en buena medida porque al examinar el acontecimiento antes de que suceda y reflexionar acerca de él con calma, vemos claramente y desde todos los puntos de vista la magnitud de su extensión y adquirimos así una noción concreta de ella, lo que nos otorga la posibilidad de que podamos considerarlo ya como algo definitivo y abarcable, de modo que cuando realmente nos sobreviene sólo posee ya el alcance de su verdadera gravedad”. (A. Schopenhauer, Aforismos sobre el arte de saber vivir, V, 51).
 Schopenhauer nos presenta una interesante estrategia que puede sernos de gran utilidad para protegernos de las adversidades. Por supuesto que esto no significa que podamos impedir que esos golpes del destino se produzcan, sino, “simplemente” que podemos llegar a interiorizar una actitud que nos preserve de caer en la desesperación e, incluso, en la enfermedad.
 El truco consiste, ni más ni menos, en no dejar nunca de ser conscientes de que la desgracia puede sobrevenirnos en cualquier momento. No se trata, sin embargo, de alimentarnos de pensamientos negativos que nos hagan vivir en un estado de permanente angustia. Por el contrario, se trataría de, en un momento de fortaleza interior, reflexionar con la tranquilidad necesaria y la debida clarividencia sobre el curso de las cosas y, así, no perder de vista la posibilidad de que sufrimientos, enfermedades, fracasos u otros sucesos desafortunados sacudan también, en algún momento, nuestra vida.
 Si, tal y como Schopenhauer recomienda, “examinamos el acontecimiento antes de que suceda y reflexionamos acerca de él con calma” y “vemos claramente y desde todos los puntos de vista la magnitud de su extensión” podremos reaccionar de un modo mucho más resuelto, en el caso de que, realmente, se produzca alguna vez una crisis semejante.
Resultado de imagen de el botiquin filosofico Podemos utilizar nuestra capacidad de imaginación para introducirnos en una de esas crisis, de manera figurada, representándonos mentalmente aquellas situaciones que nos resultarían duras de afrontar y hasta dónde podrían llevarnos. Tras ello, deberíamos revivir esa sensación de fortaleza interior y de máxima tranquilidad, que seguro hemos experimentado en algún momento de nuestra vida, y la trasladaríamos a la citada situación ficticia de crisis. De este modo, nos haríamos una idea aproximada de cómo afrontaríamos desde un estado interior de serenidad las peores situaciones posibles.
 Esta técnica nos ofrece una excelente posibilidad preventiva. Con ella nos protegemos de las consecuencias de los posibles golpes del destino, a la vez que nos anticipamos mentalmente a ellos, lo que no significa que, llegado el momento, no acusemos el golpe o que desterremos totalmente la angustia.
 Los sabios permanecen inquebrantables ante la censura o el elogio” (Buda, Dhammapada, VI).
 Aun cuando existen claras diferencias entre los postulados de la filosofía budista y los proclamados por los discípulos de la escuela estoica, las conclusiones a las que llegan son, en parte, ciertamente parecidas. Así, Buda nos propone aquí algo que bien podría haber salido de la pluma de Marco Aurelio o de Séneca: se trata de conservar, bajo cualquier circunstancia, una serenidad imperturbable. Esto se consigue, naturalmente, sólo cuando nos decidimos a situarnos sobre las cosas en vez de sufrir bajo ellas. Para ello se hace necesaria cierta disciplina, tanto del pensamiento como del sentimiento, la cual únicamente puede alcanzarse si, también en aquellos momentos en los que tenemos éxito y la suerte nos sonríe, somos capaces de no volvernos locos de alegría.
 Los estados emocionales extremos deben ser compensados mediante tranquilidad, paz interior y una actitud serena, si es que queremos evitar convertirnos en una pelota que va rebotando a merced de la eventual emoción de cada instante. De cualquier manera, es preciso reconocer que esta actitud no es compartida por todo el mundo: muchas personas prefieren dejarse llevar hasta el fondo por sus sentimientos y vivir intensa y apasionadamente tanto los momentos de euforia como los de abatimiento. Con todo, en último término, resulta indiferente que decidamos considerar nuestra vida desde la perspectiva del espectador sentado en el patio de butacas o desde el escenario mientras interpretamos el papel de protagonista en nuestra particular comedia (o tragedia). En ambos casos, siempre será posible ampliar nuestro espacio vital y nuestras posibilidades de elección.
 Todo lo que sucede, sucede por necesidad. En la naturaleza no existe ni la bondad ni la maldad”. (Baruch de Spinoza: Ética, I).
 Para acabar, todavía un breve comentario de Spinoza: ¿acaso es cierto que todo lo que sucede, sucede por necesidad y que en la naturaleza no existe ni la “bondad” ni la “maldad”? Esto significaría que una desgracia o un fracaso lo son, únicamente porque nosotros lo definimos así y como tales los consideramos.
 ¿Calificaríamos de “desgracia” a aquellos sucesos  de nuestra vida que pueden ayudarnos a adquirir nuevos conocimientos y puntos de vista o que estimulan nuestro desarrollo mental y espiritual? ¿No deberíamos replantearnos este tipo de definiciones? En lugar de hablar de un “destino desfavorable”, de una “enorme mala suerte” o de una “terrible desgracia”, podemos considerar aquello que nos sucede como un “gran reto”, como una “posibilidad de seguir progresando”; asimismo podemos definir los fracasos, por ejemplo, como “experiencias importantes que nos van a hacer mejores”. De esta manera , otorgando a las situaciones difíciles un significado completamente nuevo, nos resultará mucho más fácil despertar el potencial que la naturaleza ha puesto en nosotros y que nos permite resolver todos aquellos problemas que nos salen al encuentro.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Diálogo, 2003, en traducción de Vicente Vilana Taix, pp. 95-99. ISBN: 84-95333-35-X]

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