Segunda parte: El botiquín filosófico de la A a la Z
Desgracias: “Los pequeños accidentes”
«La vida no resulta siempre fácil.
Naturalmente, que hay momentos de éxito, instantes felices, logros y
satisfacciones de todo tipo. Pero, junto a todo ello, también existen los
accidentes, las desgracias, los fracasos y las insatisfacciones por múltiples
causas. Puesto que, en muchas ocasiones, no está en nuestras manos cambiar el
curso de las cosas, deberíamos plantearnos cómo afrontar esas posibles
adversidades, de manera que evitemos perder completamente el equilibrio y nos,
digámoslo así, “precipitemos en el abismo”.
“Los
pequeños accidentes que a todas horas nos molestan pueden considerarse meros
ejercicios que sirven para mantenernos alerta a fin de que, con la dicha, no se
relajen las fuerzas que luego nos servirán para soportar los grandes
contratiempos”. (A. Schopenhauer, Aforismos
sobre el arte de saber vivir, V, 51).
Precisamente, respecto a los pequeños
percances que tratan de importunarnos diariamente en forma de, por ejemplo,
jarrón de porcelana que cae el suelo, automóvil que no arranca, ropa que pierde
el color o encoge tras pasar por la lavadora, factura que llega puntualmente con
nuestra cuenta en números rojos o inoportuna visita de algún amigo o familiar,
las palabras de Schopenhauer pueden ser aquí de gran ayuda. Si consideramos las
pequeñas desgracias y contratiempos de la vida como un ejercicio para
desarrollar la serenidad y la resignación, estaremos mejor preparados para
afrontar y protegernos de desgracias mayores.
Como es sabido, la práctica hace al maestro;
y, vistas así las cosas, el tener a veces que encajar algunos contratiempos y
episodios incómodos no demasiado graves, no tiene por qué ser considerado
únicamente como algo negativo. Nos puede servir para aprender de cada
situación, para intentar cambiar nuestra perspectiva sobre las cosas, para
conseguir mayor libertad y autocontrol ante las aparentes arbitrariedades de
las circunstancias exteriores, hasta llegar a convertirnos en “maestros en el
dominio de los problemas”.
“No hay
árbol recio ni consistente sino aquél que el viento azota con frecuencia; pues
la misma vegetación le robustece e hinca sus raíces con mayor firmeza; frágiles
son los que crecieron en valle abrigado y acariciado por el sol”. (Séneca, De la providencia, 4).
Séneca, confirma aquí, con otras palabras, lo
dicho por Schopenhauer: cuanto más duramente nos veamos agitados por las
tormentas de la vida y cuantas más veces nos encontremos expuestos a los
reveses que ésta en ocasiones nos propina, mayores serán nuestras oportunidades
de ejercitar nuestra capacidad de supervivencia y de aprender a sobrellevar los
disgustos de nuestra existencia con estoica impasibilidad. Del mismo modo que
podemos desarrollar nuestros músculos con el entrenamiento adecuado, es posible
asimismo aprovechar los envites de la vida para echar profundas raíces en la
tierra y afianzar nuestra estabilidad, la cual, sin duda, nunca debe dejar de
tener la necesaria flexibilidad.
“Que una
desgracia nos resulte más fácil de sobrellevar cuando ya hemos tenido ocasión
de considerar previamente su posibilidad, como suele decirse, cuando “ya nos
hemos hecho a la idea”, puede explicarse en buena medida porque al examinar el
acontecimiento antes de que suceda y reflexionar acerca de él con calma, vemos
claramente y desde todos los puntos de vista la magnitud de su extensión y
adquirimos así una noción concreta de ella, lo que nos otorga la posibilidad de
que podamos considerarlo ya como algo definitivo y abarcable, de modo que
cuando realmente nos sobreviene sólo posee ya el alcance de su verdadera
gravedad”. (A. Schopenhauer, Aforismos
sobre el arte de saber vivir, V, 51).
Schopenhauer nos presenta una interesante
estrategia que puede sernos de gran utilidad para protegernos de las
adversidades. Por supuesto que esto no significa que podamos impedir que esos
golpes del destino se produzcan, sino, “simplemente” que podemos llegar a
interiorizar una actitud que nos preserve de caer en la desesperación e,
incluso, en la enfermedad.
El truco consiste, ni más ni menos, en no
dejar nunca de ser conscientes de que la desgracia puede sobrevenirnos en
cualquier momento. No se trata, sin embargo, de alimentarnos de pensamientos
negativos que nos hagan vivir en un estado de permanente angustia. Por el
contrario, se trataría de, en un momento de fortaleza interior, reflexionar con
la tranquilidad necesaria y la debida clarividencia sobre el curso de las cosas
y, así, no perder de vista la posibilidad de que sufrimientos, enfermedades,
fracasos u otros sucesos desafortunados sacudan también, en algún momento,
nuestra vida.
Si, tal y como Schopenhauer recomienda,
“examinamos el acontecimiento antes de que suceda y reflexionamos acerca de él
con calma” y “vemos claramente y desde todos los puntos de vista la magnitud de
su extensión” podremos reaccionar de un modo mucho más resuelto, en el caso de
que, realmente, se produzca alguna vez una crisis semejante.
Podemos utilizar nuestra capacidad de
imaginación para introducirnos en una de esas crisis, de manera figurada,
representándonos mentalmente aquellas situaciones que nos resultarían duras de
afrontar y hasta dónde podrían llevarnos. Tras ello, deberíamos revivir esa
sensación de fortaleza interior y de máxima tranquilidad, que seguro hemos
experimentado en algún momento de nuestra vida, y la trasladaríamos a la citada
situación ficticia de crisis. De este modo, nos haríamos una idea aproximada de
cómo afrontaríamos desde un estado interior de serenidad las peores situaciones
posibles.
Esta técnica nos ofrece una excelente
posibilidad preventiva. Con ella nos protegemos de las consecuencias de los
posibles golpes del destino, a la vez que nos anticipamos mentalmente a ellos,
lo que no significa que, llegado el momento, no acusemos el golpe o que
desterremos totalmente la angustia.
“Los
sabios permanecen inquebrantables ante la censura o el elogio” (Buda, Dhammapada, VI).
Aun cuando existen claras diferencias entre
los postulados de la filosofía budista y los proclamados por los discípulos de
la escuela estoica, las conclusiones a las que llegan son, en parte,
ciertamente parecidas. Así, Buda nos propone aquí algo que bien podría haber
salido de la pluma de Marco Aurelio o de Séneca: se trata de conservar, bajo
cualquier circunstancia, una serenidad imperturbable. Esto se consigue,
naturalmente, sólo cuando nos decidimos a situarnos sobre las cosas en vez de sufrir bajo ellas. Para ello se hace necesaria cierta disciplina, tanto
del pensamiento como del sentimiento, la cual únicamente puede alcanzarse si,
también en aquellos momentos en los que tenemos éxito y la suerte nos sonríe,
somos capaces de no volvernos locos de alegría.
Los estados emocionales extremos deben ser
compensados mediante tranquilidad, paz interior y una actitud serena, si es que
queremos evitar convertirnos en una pelota que va rebotando a merced de la
eventual emoción de cada instante. De cualquier manera, es preciso reconocer
que esta actitud no es compartida por todo el mundo: muchas personas prefieren
dejarse llevar hasta el fondo por sus sentimientos y vivir intensa y
apasionadamente tanto los momentos de euforia como los de abatimiento. Con
todo, en último término, resulta indiferente que decidamos considerar nuestra
vida desde la perspectiva del espectador sentado en el patio de butacas o desde
el escenario mientras interpretamos el papel de protagonista en nuestra
particular comedia (o tragedia). En ambos casos, siempre será posible ampliar
nuestro espacio vital y nuestras posibilidades de elección.
“Todo lo
que sucede, sucede por necesidad. En la naturaleza no existe ni la bondad ni la
maldad”. (Baruch de Spinoza: Ética,
I).
Para acabar, todavía un breve comentario de
Spinoza: ¿acaso es cierto que todo lo que sucede, sucede por necesidad y que en
la naturaleza no existe ni la “bondad” ni la “maldad”? Esto significaría que
una desgracia o un fracaso lo son, únicamente porque nosotros lo definimos así
y como tales los consideramos.
¿Calificaríamos de “desgracia” a aquellos
sucesos de nuestra vida que pueden
ayudarnos a adquirir nuevos conocimientos y puntos de vista o que estimulan
nuestro desarrollo mental y espiritual? ¿No deberíamos replantearnos este tipo
de definiciones? En lugar de hablar de un “destino desfavorable”, de una
“enorme mala suerte” o de una “terrible desgracia”, podemos considerar aquello
que nos sucede como un “gran reto”, como una “posibilidad de seguir
progresando”; asimismo podemos definir los fracasos, por ejemplo, como
“experiencias importantes que nos van a hacer mejores”. De esta manera ,
otorgando a las situaciones difíciles un significado completamente nuevo, nos
resultará mucho más fácil despertar el potencial que la naturaleza ha puesto en
nosotros y que nos permite resolver todos aquellos problemas que nos salen al
encuentro.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Diálogo, 2003, en
traducción de Vicente Vilana Taix, pp. 95-99. ISBN: 84-95333-35-X]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: