miércoles, 27 de abril de 2022

Bajo el hielo.- Bernard Minier (1960)


Bernard Minier: “Estamos en la época posmoderna de la novela negra ...
Tercera parte: Blanco

23

 «-Gracias –dijo mientras plegaba la hoja para guardarla en el bolsillo. Luego titubeó un instante-. Querría hacerle una pregunta que no tiene nada que ver con la investigación. Es una pregunta que dirijo al psiquiatra y al hombre, no al testigo. –Xavier enarcó una ceja, intrigado-. ¿Usted cree en la existencia del mal, doctor?
 El silencio del psiquiatra fue más prolongado de lo previsto. Durante todo ese tiempo, detrás de sus gafas rojas, mantuvo la mirada fija en Servaz, como si quisiera adivinar adónde quería ir a parar.
 -En mi condición de psiquiatra –contestó por fin-, le responderé que esta cuestión no entra dentro del ámbito de la psiquiatría, sino de la filosofía, y más concretamente de la moral. Desde ese punto de vista, vemos que el mal no se puede concebir sin el bien, que uno va de la mano del otro. ¿Ha oído hablar de la escala del desarrollo moral de Kohlberg? –preguntó el psiquiatra.
 Servaz negó con la cabeza.
 -Laurent Kohlberg es un psicólogo americano. Se inspiró en la teoría de los estadios de la adquisición de Piaget para postular la existencia de seis fases de desarrollo moral en el hombre. –Xavier hizo una pausa durante la cual se arrellanó en el sillón y cruzó las manos sobre el vientre, organizando las ideas-. Según él, el sentido moral de un individuo se adquiere por estadios sucesivos en el transcurso del desarrollo de su personalidad. No puede saltarse ninguna de esas etapas. Una vez que ha alcanzado un estadio moral, el individuo no puede volver atrás: ha adquirido ese nivel para toda la vida. No obstante, no todos los individuos alcanzan el último nivel, ni mucho menos. Muchos se quedan en un estadio moral inferior. Por otra parte, esas etapas son comunes al conjunto de la humanidad, son las mismas en cualquier cultura. Son transculturales, pues.
 Servaz se dio cuenta de que había despertado el interés del psiquiatra.
 -En el nivel 1 –reanudó Xavier la exposición con entusiasmo-, el bien es lo que suscita una recompensa y el mal lo que suscita un castigo. Como cuando se golpean los dedos de un niño con una regla para hacerle comprender lo que está mal. La obediencia se percibe como un valor en sí mismo, el niño obedece porque el adulto tiene el poder para castigarlo. En el nivel 2, el niño ya no obedece solo para obedecer a una autoridad sino para obtener gratificaciones. Así comienza a haber un intercambio… -Esbozó una sonrisa-. En el nivel 3, el individuo llega al primer estadio de la moral convencional, pretende satisfacer las expectativas de los otros, de su medio. Lo importante es el juicio de la familia, del grupo. El niño aprende el respeto, la lealtad, la confianza, la gratitud. En el nivel 4, la noción de grupo se amplía al conjunto de la sociedad. Aquí entra el respeto a la ley y el orden. Seguimos en el ámbito de la moral convencional, en el estadio del conformismo: el bien consiste en cumplir el deber y el mal es lo que la sociedad reprueba. –Xavier adelantó el torso-. A partir del nivel 5, el individuo se desprende de esa moral convencional y la supera. Entra en la moral posconvencional. De egoísta pasa a ser altruísta. Sabe asimismo que todo valor es relativo, que aunque deben ser respetadas, las leyes no son siempre buenas; piensa sobre todo en el interés colectivo. Finalmente, en el nivel 6, el individuo adopta unos principios éticos libremente elegidos que pueden entrar en contradicción con las leyes de su país si las considera inmorales; lo que prevalece es su conciencia y su racionalidad. El individuo moral del nivel 6 tiene una visión clara, coherente e integrada de su propio sistema de valores. Es un actor comprometido en la vida asociativa, en las acciones caritativas, un enemigo declarado del mercantilismo, del egoísmo y la codicia.
 -Es muy interesante –alabó Servaz.
 -¿Verdad? Huelga decir que un gran número de individuos permanecen bloqueados en los estadios 3 y 4. Para Kohlberg existe también un nivel 7, al que acceden muy pocos. El individuo del nivel 7 está impregnado del amor universal, la compasión y lo sagrado, muy por encima del común de los mortales. Kohlberg cita sólo algunos ejemplos, como Jesús, Buda, Gandhi… En cierta manera, se podría decir que los psicópatas permanecen atascados en el nivel 0, aunque no sea una noción muy académica para un psiquiatra.
 -¿Y cree usted que se podría establecer, de la misma manera, una escala del mal?
 Al oír aquella pregunta, al psiquiatra se le iluminaron los ojos detrás de las gafas rojas mientras se relamía con avidez.
 -Es una cuestión muy interesante –dijo-. Confieso que yo mismo me la he planteado. En esa clase de escala, una persona como Hirtmann se situaría en el otro extremo del espectro, como una especie de espejo invertido de los individuos del nivel 7, por así decirlo…
 El psiquiatra lo miraba directamente a los ojos, a través del vidrio de las gafas, como si se preguntara en qué nivel se había detenido Servaz. Éste sintió que volvía a sudar, que volvía a acelerársele el pulso. En su pecho estaba estallando algo: un miedo cerval… Volvió a ver los faros en su retrovisor, a Perrault gritando en la cabina, el cadáver desnudo de Grimm colgado del puente, el caballo decapitado, la mirada del gigante suizo posada en él, la de Lisa Ferney en los pasillos del Intituto… El miedo se hallaba allí desde el principio, dentro de él, como una semilla que sólo esperaba para germinar y prosperar… Le dieron ganas de echar a correr como un poseso, de huir de ese lugar, de ese valle, de esas montañas.
Bajo el hielo (Bestseller Criminal): Amazon.es: Bernard Minier: Libros -Gracias, doctor –dijo, levantándose con precipitación.
 Xavier se puso en pie sonriendo y le tendió la mano por encima del escritorio.
 […]
 Hirtmann se detuvo para lanzarle una prolongada mirada cargada de recelo, antes de reanudar sus idas y venidas sin pronunciar palabra alguna.
 -¿Le molesta? –inquirió Diane.
 […]
 -Apuesto a que no. ¿A qué ha venido doctora Berg?
 -Acabo de decírselo.
 -Ah, ah… ¡Es increíble la poca psicología que tienen a veces los psicólogos! Yo soy una persona bien educada, doctora Berg, pero no me gusta que me tomen por idiota –agregó con tono tajante.
 -¿Está usted al corriente de lo que ocurre en el exterior?  -insistió ella, abandonando el típico tono profesional de psicóloga.
 Hirtmann bajó la mirada y pareció meditar un instante. Después se decidió a sentarse con el torso adelantado, el antebrazo encima de la mesa y los dedos cruzados.
 -¿Se refiere a esos asesinatos? Sí, yo leo los periódicos.
 -Entonces, toda la información de que dispone figura en los periódicos, ¿no es así?
 -¿Adónde quiere ir a parar? ¿Qué es lo que ocurre fuera que la ha puesto en este estado?
 -¿Qué estado?
 -Parece asustada. Y no sólo eso. Parece una persona que busca algo… incluso un animalillo, un animalillo hurgador. Ése es el aspecto que tiene en este momento, el de un sucio ratoncillo… ¡Si pudiera ver la mirada que tiene! Por Dios, doctora Berg, ¿qué le pasa? No soporta este sitio, ¿es eso? ¿No tiene miedo de perturbar la buena marcha de este establecimiento con todas sus preguntas?
 -Cualquiera diría que está hablando el doctor Xavier –se mofó.
 -¡Ah, no, por favor! –contestó él con una sonrisa-. Mire, la primera vez que entró aquí capté enseguida que este no es su lugar. ¿Qué pensaba encontrar al venir aquí? ¿A unos genios del mal? Aquí sólo hay desdichados psicóticos, esquizofrénicos, paranoicos, infelices y enfermos, y yo mismo me permito incluirme en el mismo paquete. La única diferencia con los que se encuentran fuera radica en la violencia… Y créame que no se da tan sólo en los pacientes… -Separó las manos-. Ah, ya sé que el doctor Xavier tiene una visión… digamos, romántica, de las cosas… Que nos ve como seres maléficos, emanaciones de Némesis y otras idioteces por el estilo, que se cree encargado de una misión. Para él, este sitio es algo así como el santo Grial de los psiquiatras. ¡Qué bobadas! –Mientras hablaba, la mirada se le iba volviendo más sombría y más dura, y ella retrocedió instintivamente en su silla-. Aquí, como en otras partes, todo es mugre, mediocridad, malos tratos y dosis masivas de drogas. La psiquiatría es la gran estafa del siglo XX. No hay más que fijarse en los medicamentos que utilizan. ¡Ni siquiera saben por qué funcionan! ¡La mayoría los han descubierto por casualidad en otras disciplinas!
 Diane lo miraba fijamente.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Roca Editorial, 2011, en traducción de Dolors Gallart, pp. 416-419 y 425-427. ISBN: 978-84-9918-358-9.]

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