Tercera parte: Blanco
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«-Gracias –dijo mientras plegaba la hoja para
guardarla en el bolsillo. Luego titubeó un instante-. Querría hacerle una
pregunta que no tiene nada que ver con la investigación. Es una pregunta que dirijo
al psiquiatra y al hombre, no al testigo. –Xavier enarcó una ceja, intrigado-.
¿Usted cree en la existencia del mal, doctor?
El silencio del psiquiatra fue más prolongado
de lo previsto. Durante todo ese tiempo, detrás de sus gafas rojas, mantuvo la
mirada fija en Servaz, como si quisiera adivinar adónde quería ir a parar.
-En mi condición de psiquiatra –contestó por
fin-, le responderé que esta cuestión no entra dentro del ámbito de la
psiquiatría, sino de la filosofía, y más concretamente de la moral. Desde ese
punto de vista, vemos que el mal no se puede concebir sin el bien, que uno va
de la mano del otro. ¿Ha oído hablar de la escala del desarrollo moral de Kohlberg?
–preguntó el psiquiatra.
Servaz negó con la cabeza.
-Laurent Kohlberg es un psicólogo americano.
Se inspiró en la teoría de los estadios de la adquisición de Piaget para
postular la existencia de seis fases de desarrollo moral en el hombre. –Xavier
hizo una pausa durante la cual se arrellanó en el sillón y cruzó las manos
sobre el vientre, organizando las ideas-. Según él, el sentido moral de un
individuo se adquiere por estadios sucesivos en el transcurso del desarrollo de
su personalidad. No puede saltarse ninguna de esas etapas. Una vez que ha
alcanzado un estadio moral, el individuo no puede volver atrás: ha adquirido
ese nivel para toda la vida. No obstante, no todos los individuos alcanzan el
último nivel, ni mucho menos. Muchos se quedan en un estadio moral inferior.
Por otra parte, esas etapas son comunes al conjunto de la humanidad, son las
mismas en cualquier cultura. Son transculturales, pues.
Servaz se dio cuenta de que había despertado
el interés del psiquiatra.
-En el nivel 1 –reanudó Xavier la exposición
con entusiasmo-, el bien es lo que suscita una recompensa y el mal lo que
suscita un castigo. Como cuando se golpean los dedos de un niño con una regla
para hacerle comprender lo que está mal. La obediencia se percibe como un valor
en sí mismo, el niño obedece porque el adulto tiene el poder para castigarlo.
En el nivel 2, el niño ya no obedece solo para obedecer a una autoridad sino
para obtener gratificaciones. Así comienza a haber un intercambio… -Esbozó una
sonrisa-. En el nivel 3, el individuo llega al primer estadio de la moral
convencional, pretende satisfacer las expectativas de los otros, de su medio.
Lo importante es el juicio de la familia, del grupo. El niño aprende el respeto,
la lealtad, la confianza, la gratitud. En el nivel 4, la noción de grupo se
amplía al conjunto de la sociedad. Aquí entra el respeto a la ley y el orden.
Seguimos en el ámbito de la moral convencional, en el estadio del conformismo:
el bien consiste en cumplir el deber y el mal es lo que la sociedad reprueba.
–Xavier adelantó el torso-. A partir del nivel 5, el individuo se desprende de
esa moral convencional y la supera. Entra en la moral posconvencional. De
egoísta pasa a ser altruísta. Sabe asimismo que todo valor es relativo, que
aunque deben ser respetadas, las leyes no son siempre buenas; piensa sobre todo
en el interés colectivo. Finalmente, en el nivel 6, el individuo adopta unos
principios éticos libremente elegidos que pueden entrar en contradicción con
las leyes de su país si las considera inmorales; lo que prevalece es su
conciencia y su racionalidad. El individuo moral del nivel 6 tiene una visión
clara, coherente e integrada de su propio sistema de valores. Es un actor
comprometido en la vida asociativa, en las acciones caritativas, un enemigo
declarado del mercantilismo, del egoísmo y la codicia.
-Es muy interesante –alabó Servaz.
-¿Verdad? Huelga decir que un gran número de
individuos permanecen bloqueados en los estadios 3 y 4. Para Kohlberg existe
también un nivel 7, al que acceden muy pocos. El individuo del nivel 7 está
impregnado del amor universal, la compasión y lo sagrado, muy por encima del
común de los mortales. Kohlberg cita sólo algunos ejemplos, como Jesús, Buda,
Gandhi… En cierta manera, se podría decir que los psicópatas permanecen
atascados en el nivel 0, aunque no sea una noción muy académica para un psiquiatra.
-¿Y cree usted que se podría establecer, de la
misma manera, una escala del mal?
Al oír aquella pregunta, al psiquiatra se le
iluminaron los ojos detrás de las gafas rojas mientras se relamía con avidez.
-Es una cuestión muy interesante –dijo-. Confieso
que yo mismo me la he planteado. En esa clase de escala, una persona como
Hirtmann se situaría en el otro extremo del espectro, como una especie de
espejo invertido de los individuos del nivel 7, por así decirlo…
El psiquiatra lo miraba directamente a los
ojos, a través del vidrio de las gafas, como si se preguntara en qué nivel se
había detenido Servaz. Éste sintió que volvía a sudar, que volvía a
acelerársele el pulso. En su pecho estaba estallando algo: un miedo cerval…
Volvió a ver los faros en su retrovisor, a Perrault gritando en la cabina, el
cadáver desnudo de Grimm colgado del puente, el caballo decapitado, la mirada
del gigante suizo posada en él, la de Lisa Ferney en los pasillos del Intituto…
El miedo se hallaba allí desde el principio, dentro de él, como una semilla que
sólo esperaba para germinar y prosperar… Le dieron ganas de echar a correr como
un poseso, de huir de ese lugar, de ese valle, de esas montañas.
Xavier se puso en pie sonriendo y le tendió la
mano por encima del escritorio.
[…]
Hirtmann se detuvo para lanzarle una
prolongada mirada cargada de recelo, antes de reanudar sus idas y venidas sin
pronunciar palabra alguna.
-¿Le molesta? –inquirió Diane.
[…]
-Apuesto a que no. ¿A qué ha venido doctora
Berg?
-Acabo de decírselo.
-Ah, ah… ¡Es increíble la poca psicología que
tienen a veces los psicólogos! Yo soy una persona bien educada, doctora Berg,
pero no me gusta que me tomen por idiota –agregó con tono tajante.
-¿Está usted al corriente de lo que ocurre en
el exterior? -insistió ella, abandonando
el típico tono profesional de psicóloga.
Hirtmann bajó la mirada y pareció meditar un
instante. Después se decidió a sentarse con el torso adelantado, el antebrazo
encima de la mesa y los dedos cruzados.
-¿Se refiere a esos asesinatos? Sí, yo leo los
periódicos.
-Entonces, toda la información de que dispone
figura en los periódicos, ¿no es así?
-¿Adónde quiere ir a parar? ¿Qué es lo que
ocurre fuera que la ha puesto en este estado?
-¿Qué estado?
-Parece asustada. Y no sólo eso. Parece una
persona que busca algo… incluso un animalillo, un animalillo hurgador. Ése es
el aspecto que tiene en este momento, el de un sucio ratoncillo… ¡Si pudiera
ver la mirada que tiene! Por Dios, doctora Berg, ¿qué le pasa? No soporta este
sitio, ¿es eso? ¿No tiene miedo de perturbar la buena marcha de este
establecimiento con todas sus preguntas?
-Cualquiera diría que está hablando el doctor
Xavier –se mofó.
-¡Ah, no, por favor! –contestó él con una
sonrisa-. Mire, la primera vez que entró aquí capté enseguida que este no es su
lugar. ¿Qué pensaba encontrar al venir aquí? ¿A unos genios del mal? Aquí sólo
hay desdichados psicóticos, esquizofrénicos, paranoicos, infelices y enfermos,
y yo mismo me permito incluirme en el mismo paquete. La única diferencia con
los que se encuentran fuera radica en la violencia… Y créame que no se da tan
sólo en los pacientes… -Separó las manos-. Ah, ya sé que el doctor Xavier tiene
una visión… digamos, romántica, de las cosas… Que nos ve como seres maléficos,
emanaciones de Némesis y otras idioteces por el estilo, que se cree encargado
de una misión. Para él, este sitio es algo así como el santo Grial de los
psiquiatras. ¡Qué bobadas! –Mientras hablaba, la mirada se le iba volviendo más
sombría y más dura, y ella retrocedió instintivamente en su silla-. Aquí, como
en otras partes, todo es mugre, mediocridad, malos tratos y dosis masivas de
drogas. La psiquiatría es la gran estafa del siglo XX. No hay más que fijarse
en los medicamentos que utilizan. ¡Ni siquiera saben por qué funcionan! ¡La
mayoría los han descubierto por casualidad en otras disciplinas!
Diane lo miraba fijamente.»
[El texto pertenece a la edición en español de Roca Editorial, 2011, en
traducción de Dolors Gallart, pp. 416-419 y 425-427. ISBN: 978-84-9918-358-9.]
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